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Víctimas. Siguen teniendo la razón

Ligar el fin de ETA a la reinserción de presos, y ésta al perdón de las víctimas, hace recaer sobre ellas una carga que no sólo no merecen, sino que ningún gobierno tiene derecho a exigir que éstas lleven.

"Las víctimas siempre tienen la razón" afirmaba hace algunos años Jaime Mayor Oreja, la mayor bestia negra que ha tenido la organización terrorista ETA en toda su historia.

Eso no significa, evidentemente, que las víctimas sean más inteligentes o que hagan unos análisis sobre terrorismo mejores que los de los demás. El significado de esas palabras era y es, ante todo, cívico: las víctimas han muerto por su condición de españoles; y en un acto de enorme generosidad y de sentido del deber, han renunciado durante décadas a hacer por sí mismas una justicia a la que tenían tanto derecho al menos como cuando sus verdugos los asesinaban en nombre de la raza vasca. No ha sido así y durante décadas la actitud de las víctimas ante los salvajes ataques que sufrieron fue la clave para que la convivencia y el Estado de Derecho prevalecieran.

Sólo la confianza de las víctimas en que el Estado de Derecho atrapara, juzgara y encarcelara para siempre a los asesinos ha hecho que éste haya sobrevivido sin saltar por los aires. Actitud que nadie en el resto de la sociedad puede compartir con ellas, y actitud que merece de los demás un reconocimiento, una consideración y un agradecimiento basados en la propia raíz de la convivencia en democracia. Ningún político, bajo ninguna circunstancia, tiene derecho alguno a afear el comportamiento a las víctimas, ni a exigir más de lo que ya han hecho por la convivencia en España. Que es más de lo que cualquier partido político ha hecho en nuestro país.

Conviene no olvidarlo cuando la política antiterrorista está tentada de reposar sobre la petición de perdón de los presos etarras. Pese a lo que venimos oyendo, el perdón no se pide: se otorga. No depende de la voluntad de los asesinos, sino de la de sus víctimas; y elegirlo no da derecho de quien lo solicita, sino de quien lo concede.

Y aquí está el problema, porque ligar el fin de ETA a la reinserción de presos, y ésta al perdón de las víctimas, hace recaer sobre ellas una carga que no sólo no merecen, sino que ningún gobierno tiene derecho a exigir que éstas lleven. Introducir en la política antiterrorista la variable del "perdón a las víctimas" es ejercer sobre ellas una presión intolerable, que ni deben ni tienen que soportar.

Por eso hoy, como antes, las víctimas siguen teniendo la razón

En España

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