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¡Alerta, el mercado único en peligro!

Sí, es cierto, el mercado único está en peligro, pero lo que nos debemos preguntar es en peligro de qué; será, en todo caso, de no nacer.

Ahora, con lo de las opas y contraopas, las páginas salmón se han llenado de lamentos tristísimos por "el mercado único europeo". Destaca entre todos el lamento de Mario Monti, "El mercado único, en peligro". Un rostro relacionado inevitablemente con la competencia en los mercados europeos, aunque ya no es de la Comisión (de 1995 a 2004 estuvo de commissaire). Sí, es cierto, el mercado único está en peligro, pero lo que nos debemos preguntar es en peligro de qué; será, en todo caso, de no nacer o, dicho con cierto eufemismo, de no cristalizar, pues hasta ahora apenas ha existido tal mercado, ni siquiera en el más humilde nivel del más humilde de los bienes. No hablemos –no seamos groseros– del mercado de trabajo, o el de capitales (que es el que se ventila en las opas). Por favor Monti, ¿qué hizo usted cuando estaba en la Comisión por ese mercado único que ahora ve en peligro?

Lo sentimos, pero no se puede ser complaciente, pues no hay apenas producto que no esté, directa o indirectamente, subsidiado por algún poder público, o protegido, o intervenido, en alguna de sus fases de producción: desde la formación de la propiedad, pasando por la inversión en equipo, hasta el producto final, por no hablar del mercado de trabajo, cuya movilidad intra y trans fronteriza es pura entelequia. ¿Puede alguien discutir esto? Si se quiere, podría discutirse si hay o no un movimiento, siquiera leve, en la buena dirección. Almas cándidas dicen que sí: es la versión oficial, que dice que en Francia, en Alemania (más desde la llegada de Merkel), España, etc., "se han hecho progresos". Un reciente artículo de Munchau, europeísta irredento, en el Financial Times (Business leads way, 21 de febrero) nos obliga a aterrizar. Esos progresos son puras milongas que han tenido, además, un efecto perverso: al venderse como reformas retoques cosméticos sin efectos visibles, la gente –el elector– ha reaccionado virulentamente en contra de cualquier nueva propuesta de reforma, lo que no ha dejado de "acoquinar" a los pusilánimes que nos gobiernan (incluida Merkel) y paralizar ese supuesto avance.

Monti hizo, "pobre", lo que muchos otros: cobrar un gran sueldo sin impuestos; tener un montón de funcionarios multinacionales a su disposición que no hicieron, ni hacen, nada realmente productivo (aunque trabajen mucho); gastar horas de reuniones sin resolver nada; viajar sin tasa. Pero, ¿qué podía hacer? Poco más. Eso sí, contribuyó a engrosar el mito de avance en una idea sin existencia real: el mercado único, que nos dijeron que su llegada se iba a acelerar con el euro. Eso decía el informe sobre la moneda única (One Market, One Money, el famoso informe Emerson), que fue el trágala más gigantesco que nos vendieron hasta que llegó lo de la Constitución de la Europa "post-cristiana".

Todo esto no es más que una historia de eufemismos que oculta la única verdad, muy breve de expresar: el problema del mercado único es un problema de ceder el poder a los ciudadanos, cosa que no quieren los gobiernos nacionales. Hay muchas rentas en juego. Y cuotas de poder. Piénsese que un mercado único exigiría una liberalización ciudadana de verdad, es decir, una cesión de poder a las personas, físicas y jurídicas, inconcebible para tanto burócrata de moqueta y coche oficial. Además, para que fuera real, una homologación de impuestos a la baja; los ingenuos que creen que debería ser al alza no saben nada de la globalización.

Dicho con otras palabras: no tanta codificación del tamaño de las patatas o tomates vendibles en Europa, no tanto desgarrarse las vestiduras por el neo-nacionalismo pujante contra opas, como proteger la libertad de las personas (físicas y jurídicas) y bajar los impuestos radicalmente, para que la mayor parte de la producción no sea del estado, sino de los ciudadanos. Es decir, aplicar la vieja doctrina liberal. EEUU: presión fiscal, 28%. UE, presión fiscal, más del 40% (mucho más en los países "grandes líderes", hasta el 50% a veces). No hay otro plan realista para llegar a un mercado único que devolver a los ciudadanos su libertad y su dinero. Todo lo demás, son castillos en el aire. La menor presión fiscal –y la garantía de una ley orgánica que impidiera subirla– obligaría a gestionar mejor los recursos públicos y desataría las motivaciones para trabajar e invertir. España, cómo no, está en la vanguardia de los desatinos: el proyecto Caldera es un triste horror más añadido a esa frenética carrera de interferir en las decisiones personales (repitamos: físicas o jurídicas).

Pero esto que proponemos debe de ser revolucionario, porque haciendo una visita a los informes del BCE, sección fiscal, encontraremos grandes desgarramientos de vestiduras por el déficit y el aumento imparable de la deuda (por cierto, del 72% del PIB), templadas regañinas caramelizadas a los "estados-niños" que no han hecho nada para reducir el déficit pero –¡oh, sorpresa!– ni una crítica, ni mención alguna, a la alta presión fiscal. Parece que, en realidad, cuando se habla de reducir el déficit, debe leerse: suban los impuestos. ¿Tan irrelevante es la presión fiscal? Debe serlo, si así se expresan, pues ellos sonremastersde economía... En nuestra opinión, no creen ni un segundo que bajar los impuestos aumente la productividad y mejore la gestión del gasto a largo plazo. Ergo, no creen en el mercado único. ¿No será que no creen en el mercado?

En Libre Mercado

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