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Productividad y cultura empresarial

Los poderes públicos creen erróneamente que el secreto es inventar. No: el secreto es emplear eficientemente los inventos.

Como puede verse en el cuadro, casi todos los países de nuestro entorno, incluidos los que han crecido menos que nosotros, han tenido registros de productividad más brillantes que España. Entre 1995-2004, años del boom de las nuevas tecnologías y de los avances de productividad más espectaculares, mientras el mundo, liderado por EEUU, tenía un avance medio anual de productividad del 2%, España tenía un retroceso del 0,3% medio anual. Creemos que esto invita a una reflexión para la que no hace falta recurrir a errores estadísticos y otras excusas, pues al fin y al cabo estos afectarían, en más o en menos, a todos los países. Las cifras que se ofrecen tiene la ventaja de la homogeneidad de la fuente, cuyo rigor está fuera de toda duda.

Pues bien, España ofrece unas cifras de crecimiento de productividad sencillamente deplorables, como se puede ver a continuación:

Productividad laboral. % de avance medio anual
Fuente: Conference Board. Productivity, Employment and Income in the World’s Economies, 2005.

 
 
1990-2003 1990-1995 1995-2004
Mundo
1.6
1.1
2.0
EEUU
1.8
1.3
2.1
UE 15
1.5
1.9
1.3
Reino Unido
1.9
2.5
1.6
Francia
1.0
1.2
0.9
Alemania
1.7
2.5
1.3
Suecia
2.3
2.9
1.8
Turquía
2.1
1.1
2.8
Portugal
1.6
3.0
0.7
ESPAÑA
0.6
2.2
-0.3

Se mire por donde se mire, Las cifras de avance de productividad españolas entre 1995-2004 (la fase del boom mundial de la productividad) son las únicas negativas de la amplia gama de países seleccionada, gama que se podría ampliar con el mismo resultado, si quitamos países que han pasado o han estado cerca de una guerra, como Azerbaiyán, Georgia, etc. Por mucho que se quieran corregir los errores contables (que afectarían a todos), el caso es que España ofrece la nota más pobre en productividad entre los más avanzados países. Alemania y Francia, por ejemplo, países languidecientes, tiene una productividad que crece en media anual un 1,6% y 1,2% más que España.

Nótese un dato importante: que la productividad española creció fuertemente en 1990-95 (2,2% anual), el periodo en que más empleo se destruyó, lo que por otra vía confirma lo peor: para que España crezca en eficiencia, ¡hay que destruir empleo! Esta mala impresión no se ve paliada por la productividad total de los factores que, como se ve en el cuadro siguiente, es igual de mediocre.

Productividad total factores (a)Stock capital productivo (a)Gastoe n I+D (b)
1990-1995 0.5 5.0 0.8
1995-2000 0.6 1.1 0.9
2003 0.1 1.9 1.1
2004 0.0 2.0  

Pueden aducirse varios factores que inciden en el problema. Se habla, por ejemplo, de la baja calidad de la enseñanza en España, país de la UE nº 1 en fracaso escolar. Bien: no dudamos que esto sea así, pero es un problema secular que sospechamos debe influir en el nivel, pero no tanto en la variación de la productividad (aunque cualquier remota mejora en esta campo sería bienvenida). Aquí de lo que se trata es de vislumbrar el porqué las empresas españolas, en los años en que en todo el mundo, quien más quien menos se ha aprovechado de unas nuevas tecnologías que han fructificado en beneficio de empresarios (mayores beneficios) y empleados (mayores salarios), y en mayor excedente social, aquí puede decirse que se ha dejado pasar la gran oportunidad.

¿Cómo es posible, con todo lo que se ha hablado desde los sucesivos gobiernos, y autoridades múltiples de que gozamos, de ayudas de la agenda de Lisboa, etc.?

Para centrar el problema, digamos claramente que no se trata de producir nuevas tecnologías, de inventar, de ser más listos, como cree la mayoría. No: la raíz, como decía Greenspan en una de sus mejores intervenciones, está en la flexibilidad legal y jurídica de la empresa para coordinar sus recursos de la manera más óptima. Esto implica algo simple pero difícil de lograr porque, sencillamente, nuestra cultura empresarial es deficiente: libertad de mercados de factores y bienes para que el empresario individual adquiera las cantidades y cualidades de capital y trabajo disponibles al mejor precio.

¿Cuál es la mejor tecnología? La respuesta va a escandalizar a los economistas políticamente correctos: la mejor tecnología es la que el empresario querría adquirir a su precio en el mercado internacional. ¿Y la mejor mano de obra? Misma respuesta, con las salvedades que se quieran a la mayor rigidez de la oferta del trabajo frente al capital al desplazamiento. Los poderes públicos creen erróneamente que el secreto es inventar. No: el secreto es emplear eficientemente los inventos. Por ejemplo, EEUU es el primer productor de tecnología punta, pero el 23% de las importaciones son bienes de capital. (Como dice el historiador Landes, Innovación no quiere decir Invención, sino aplicación provechosa de las invenciones disponibles. Vale la pena mencionar, en la hora actual que vivimos, cuál es, en su opinión, el factor político más influyente a largo plazo: la estabilidad; no la democracia, sino la democracia estable que no destruye en cada turno de gobierno lo logrado por el anterior.)

No nos engañemos: el que en España se haya dejado pasar, sistemáticamente, la gran oportunidad de los últimos años (como se dejó pasar o se retrasó otras oportunidades anteriores, como la electricidad, el teléfono, etc.) no es cuestión de pocas ayudas a la investigación, o de escasa producción de nueva tecnología, sino de falta de flexibilidad de adaptación a la mejor tecnología en cada momento. Por el contrario, estas bienintencionadas ayudas sólo logran dar ventaja a los menos eficientes.

Es necesario la libertad de todos los mercados: de capital, pero también de trabajo. La empresa tiene que estar libre de trabas, sobre todo de trabas laborales que impiden ajustes de plantilla cuando mejora la tecnología. La creación neta de empleo en EEUU ha sido inmensa en los años del boom, pero también lo ha sido la destrucción de empleos obsoletos. Esto, ciertamente, implica el riesgo de error, pero está demostrado que este riesgo es menor que el que supone la tutoría paternalista y direccional de la sombra del poder (sobre todo cuando éste es fragmentado y contradictorio).

Frente a este esquema, aquí tenemos la gran oferta de este gobierno progresista para resolver este problema: un aumento del gasto estatal en I+D+i, que no sirve más que para tapar el fracaso gigantesco de la pomposa cumbre de Lisboa, y para cercenar la escasa competencia que queda en nuestros mercados. Y es que, en España, cada vez que se pronuncia “I+D+i”, se piensa, no se sabe por qué, en una cuestión de estado...

El aluvión de reglamentaciones y trabas, positivas (ayudas) y negativas (fiscales) que caen sobre la actividad privada hace refluir a la productividad hacia zonas de actividad opacas (con claras limitaciones de expansión futura) o, sencillamente, a quedarse en la imaginación de muchos posibles empresarios non natos. El problema es que esto ha ido a más, como muestra el caso de las brigadas catalanas pro etiquetado en catalán, cuyo primer efecto es reducir la competencia a favor del menos productivo, por no hablar del invasivo poder político de la Cajas –que no ha hecho más que empezar, algo insostenible en una democracia madura. El estatuto, y sus consecuencias, es un camino hacia la mayor libertad, pero del poder frente a la sociedad.

Piénsese lo que nos espera con la ruptura del mercado nacional, la carrera hacia la fragmentación estatal, etc. Una tasa de crecimiento medio de la productividad es lo único que garantiza el futuro de la economía, pues la ausencia de mejora productiva significa que para aumentar X la oferta de bienes hay que aumentar X la cantidad de trabajo. En otras palabras, que no hay crecimiento de bienestar, especialmente, de opciones reales entre consumo y ocio.

Cuando hace algunos artículos hablábamos de la “argentinización” de España, lo decíamos como ejemplo de intromisión políticamente tendenciosa del poder. Quizás nos quedáramos cortos...

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