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George Will

¿Están los republicanos derrotados?

Los republicanos pueden empezar a aclarar sus convicciones defendiendo activamente la limitación del alcance y de la duración de lo que ha desatado una administración republicana: la intervención cada vez mayor del Gobierno en los mercados financieros.

Confío en que Dios esté de mi parte, pero necesito tener a Kentucky.
Abraham Lincoln

Así es como se sentían los conservadores mientras esperaban para ver si, en los comicios más importantes después de las elecciones presidenciales, los habitantes de Kentucky concedían un quinto mandato a Mitch McConnell, secretario de los republicanos del Senado. Lo hicieron, convirtiéndole en el funcionario republicano electo más importante y el segundo con mayor número de mandatos consecutivos. Esta deificación ha tenido lugar a pesar de verse perjudicado por, según las crueles palabras del National Review, "un comportamiento que recuerda al sabelotodo solemne de George Will".

Esa carencia es, sin embargo, un punto fuerte porque excluye un riesgo que tiende a desviar las labores de los senadores: su ambición presidencial. Además, McConnell, de 66 años de edad, es por completo un hombre del Senado. A los 22 años era un becario interino del senador John Sherman Cooper y pasó de la facultad de Derecho a la plantilla del senador Marlow Cook. Dado que McConnell se ha curtido íntegramente entre las complejas normas y sutiles costumbres de la institución, exprimirá al máximo los 43 votos republicanos.

Y ese es precisamente el motivo de que los demócratas no repararan en gastos a la hora de intentar derribarle, reclutando a un rico contrincante y gastando en la campaña seis millones de dólares procedentes del partido nacional. McConnell, todo hay que decirlo, se había debilitado electoralmente oponiéndose a la "Enmienda de los Millonarios" a la ley McCain-Feingold que restringe las campañas electorales. Esa enmienda pretendía castigar a los candidatos ricos que se autofinanciaban, permitiendo a sus contrincantes gastar una cantidad mayor de la que la ley permite en otros casos. El verano pasado, el Tribunal Supremo desestimaba la enmienda por los mismos motivos por los que se opuso McConnell: el Gobierno no pinta nada ajustando al milímetro la competencia electoral para igualar las posibilidades de los candidatos para darse a conocer.

McConnell se opone a la financiación pública de las campañas presidenciales por motivos jeffersonianos ("Obligar a un hombre a destinar dinero a la propagación de ideas que aborrece y con las que discrepa resulta pecaminoso y tiránico"). McConnell es un constitucionalista que se ha opuesto a la ley McCain-Feingold, entre otros muchos ataques a la libertad de expresión, incluyendo la enmienda constitucional propuesta para prohibir el expresivo acto de quemar la bandera.

En una conversación telefónica desde Kentucky, McConnell me decía que los republicanos deberían estar "decepcionados, pero no desesperados". En las condiciones más adversas posibles ("las peores desde la Depresión") su candidato presidencial lograba obtener el 46% de los votos. Aunque el 23 por ciento de los votantes de Barack Obama tenía menos de 30 años, McConnell no comparte que la generación más joven haya adquirido una indeleble impronta demócrata.

El 90% de los votos de John McCain fueron blancos, y el porcentaje blanco de los resultados ha descendido del 90% en 1976 al 77% en 2004 y el 74% en 2008. No obstante, McConnell piensa que aunque los hispanos, la minoría más grande de la nación, dieron a Obama dos tercios de su voto, son emprendedores y culturalmente conservadores y por tanto no están lejos del alcance de los republicanos.

Legislativamente, los republicanos pueden empezar a aclarar sus convicciones defendiendo activamente la limitación del alcance y de la duración de lo que ha desatado una administración republicana: la intervención cada vez mayor del Gobierno en los mercados financieros. McConnell piensa que la legislación del rescate era "necesaria, pero no sienta necesariamente precedente". Debería considerarse como la respuesta puntual a una crisis extraordinariamente inusual y el Gobierno debería enterrarla "tan pronto como sea posible", vendiendo los activos que haya adquirido para recuperar el dinero gastado.

Los demócratas probablemente puedan convencer a unos cuantos senadores republicanos para alcanzar los 60 votos necesarios para sacar adelante parte de su agenda. Pero no los lograrán para sacarla toda (lo cual, además, debería ser del agrado de Obama). Por ejemplo, McConnell y sus senadores probablemente puedan impedir la principal prioridad de los sindicatos: la abolición del derecho de los trabajadores al voto secreto en las elecciones sindicales. Obama ha dado su apoyo a esta aberración pero podría confiar en que nunca salga adelante.

McConnell también tiene una incisiva noción de cómo el electorado "puede cambiar sus opiniones de la noche a la mañana". Inspirándose en la escalofriante experiencia de este año, dice secamente: "Gobernar es una tarea peligrosa para los partidos nacionales".

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