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Gina Montaner

Con la arruga planchada

Admiro el arrojo de la abuela bajo el escalpelo con el ansia de batallar hasta el final como la infatigable y limada Cher, pero me temo que a esta moda de no pasar de moda ya no me apuntaré.

Paradojas. Son días de incertidumbre financiera con los vaivenes de una Bolsa esquizofrénica y el sobresalto de millones de trabajadores a punto del infarto cuando piensan en sus planes de pensión o 401K. Observas con pavor cómo los ahorros de toda una vida se encogen como cachemir en lavadora y te preguntas ¿qué será de mí cuando llegue la vejez? ¿En qué emplearé lo poco que tengo y a merced de las fluctuaciones de una economía trémula? Pues bien, hay quien se preocupa por sus patas de gallo y no de acabar indigente y arrugado.

Un artículo reciente publicado en el New York Times señala que cada vez hay más septuagenarios y nonagenarios dispuestos a pasar por el salón de operaciones para quitarse el pellejo excesivo. Sólo en 2010 en Estados Unidos 84.685 pacientes de más de 65 años se sometieron a cirugías plásticas. En vista de que cada vez vivimos más porque el pacto de Fausto con el diablo se selló, ya no basta con aspirar a ser ágiles en la tercera edad, sino que la cuestión es hacernos pasar por jóvenes en cuerpos trasmutados por el bisturí.

Desde luego, es una opción como otra cualquiera. Otros ancianos viajan en manadas a Las Vegas para jugarse los cuartos de sus jubilaciones en las maquinitas tragaperras, dispuestos a gastarse en vida lo que muchos de sus familiares quisieran heredar. Ahora, instalados en la inquietante perspectiva de una existencia prolongada y una trayectoria laboral que se eterniza porque no hay manera de costear los retiros, en vez de abandonarnos al ensueño en el parque, hay que salir con la cara estirada y el Botox entre las cejas.

Cuando miro con melancolía la quimera del 401K y sus promesas de un otoño acolchado, ¿acaso debería plantearme guardar una parte de los ahorrillos para un lavado de cara si llegara a los ochenta? ¿Me acordaré entonces para qué guardé el dinero tan ansiado? ¿Resistirá el disco duro de mi memoria varias horas de anestesia a la vena? ¿Me reconoceré frente al espejo o le perderé la pista al mapa de la vida sin los surcos que mis experiencias trazaron?

Admiro el arrojo de la abuela bajo el escalpelo con el ansia de batallar hasta el final como la infatigable y limada Cher, pero me temo que a esta moda de no pasar de moda ya no me apuntaré. El objetivo a largo plazo es el de subir y bajar escaleras, caminar a buen paso para llegar al cine a la sesión de tarde y mantener el balance en una clase de Hatha Yoga. El cut and paste se quedan para las funciones del ordenador y no para apuntalar los pechos, perennemente firmes como misiles en guardia.

Los muchachos inquietos y volátiles de Wall Street compran y venden los dividendos de nuestra vejez con la irresponsabilidad del ludópata sudoroso frente a la ruleta. Los gobiernos, tan perdidos como los gurús de la economía, nos dicen que al ritmo de los acontecimientos no hay garantías para disfrutar del tramo final sin miedos. Entretanto, la creciente población longeva finge no serlo para, como en una Gattaca del género geriátrico, hacerse pasar por jóvenes replicantes. Material para literatura de distopía.

Lo confieso. Si llegara a una edad provecta no emplearía mis reservas en un remozamiento del chasis, sino en asegurarme una muerte digna. Hay quien piensa en plancharse las arrugas y hay quien busca las salidas de escape. ¿O se dice Exit?

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