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Gina Montaner

Cuba: el ruido y la furia

Era preciso erradicar la inclinación homosexual de individuos que podían debilitar el carácter feroz de una revolución de 'machos'.

Era preciso erradicar la inclinación homosexual de individuos que podían debilitar el carácter feroz de una revolución de 'machos'.
Fidel Castro y Ernesto Guevara | Cordon Press

Las expresiones de júbilo en las calles de Miami tras el anuncio de la muerte de Fidel Castro se transmitieron mundialmente. Pero más allá de las celebraciones en la capital de la diáspora cubana por la desaparición del dictador, lo que sobresalió fueron los testimonios ante las cámaras de televisión de exiliados que relataban sus terribles experiencias: años en el presidio político, familiares fusilados, la odisea de huir en balsa, los muertos del remolcador 13 de Marzo, vivencias del éxodo del Mariel, encierros en centros psiquiátricos.

La multitud se transformó en una historia oral de los sistemáticos atropellos del castrismo. Escuchándola se podía comprender el estallido de un sentimiento visceral: al fin había muerto su principal victimario, aunque el modelo despótico que impuso sigue en pie por la vía de una terca dinastía familiar.

Sin embargo apenas tuvieron eco los testimonios de gays que fueron internados en los campos de trabajo forzado, Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), que Fidel Castro puso en funcionamiento en la provincia de Camagüey de 1965 a 1968. En estos campos de concentración también fueron internados testigos de Jehová, católicos y protestantes por practicar la libertad de culto en un país ateo por decreto. Pero en la UMAP se ensañaron particularmente con el colectivo gay que tanto repudiaban los dirigentes de una sociedad que incluso antes del triunfo de la revolución era sexista y homófoba.

Coincide el establecimiento de la UMAP con unas declaraciones que ese mismo año Castro le concedió al periodista estadounidense Lee Lookwood como parte de un extenso fotorreportaje:

Jamás llegaremos a creer que un homosexual pueda encarnar las condiciones y requisitos de conducta que permitieran considerarlo un verdadero revolucionario, un verdadero militante comunista.

Toda una declaración de principios que dio pie a una caza de brujas que incluyó el tratamiento de la homosexualidad como una "enfermedad" que debía revertirse. De ese modo, por los campos de trabajo forzado desfilaron miles de "antisociales" que fueron sometidos a programas de "reeducación". Un requisito indispensable para ser un buen revolucionario era ser un macho rebosante de testosterona como los comandantes que bajaron de la Sierra Maestra.

Es meritorio el trabajo que el joven historiador cubanoamericano Joseph Tahbaz escribió, "Demystifying las UMAP: The Politics of Sugar, Gender, and Religion in 1960s Cuba", en el que señalaba:

Por un lado, a los de derecha les gusta hablar sobre la represión en Cuba, pero no les gusta hablar sobre los derechos de los homosexuales. Mientras que a los de izquierda les encanta hablar sobre los derechos de los homosexuales, pero evitan hablar de los problemas en Cuba. Y parece ser que, entre este cisma ideológico y el estigma contra la homosexualidad, la historia de las UMAP casi ha sido olvidada.

Una certera valoración acerca de un pueblo, tanto fuera como dentro de la isla, que aún arrastra un profundo prejuicio contra la homosexualidad. Un macho alfa como Castro no podía tolerar a los gays. Era preciso erradicar la inclinación homosexual de individuos que podían debilitar el carácter feroz de una revolución con hombres que, según el Che (si cabe más ortodoxo que Fidel), eran "perfectas máquinas de matar". Y para erradicar esa "lacra", tal y como cita Tahbaz, en 1965 el ministro de Salud Pública impulsa un programa de "prevención" y de "cura" que llegó a incluir descargas eléctricas para arreglar este "desvío". Prácticas cercanas a los escalofriantes experimentos nazis.

En dictaduras longevas como la cubana da tiempo para el revisionismo "dentro de la revolución", con el fin de ocultar las inmundicias acumuladas a lo largo de más de medio siglo. Uno de los mecanismos empleados es reescribir la historia a su antojo, algo de lo que se ha encargado Mariela Castro, al frente del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex). La hija del gobernante Raúl hoy aboga por los derechos de LGTB, insertando con calzador en la narrativa de la revolución a un colectivo marginado. El historiador cubano Abel Sierra Madero, especializado en sexualidad y género, le da nombre a esta maniobra:

El travestismo de Estado puede entenderse como un gatopardismo gubernamental que despliega políticas de tolerancia encaminadas a reactualizar procesos nacionales de inclusión y exclusión, para conseguir un escenario de diversidad controlada.

En estos días de lamentos plañideros en Cuba y de festejo en Miami, es inevitable recordar a tantos gays que en 1980 salieron por el puerto del Mariel tras verse obligados a declararse "escoria" y fueron expulsados de la isla a punta de pistola. Es falso que la homofobia fuera solo un pecadillo de los inicios de la revolución. En momentos como éste conviene releer las amargas y lúcidas memorias de Reinaldo Arenas, Antes que anochezca: "Todo lo que he escrito en mi vida lo he hecho contra el ruido de los demás".

© Firmas Press

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