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Gina Montaner

El jardín secreto

De todos los temores posibles que sentimos con nuestros hijos, el más persistente es que los rapten para siempre y sean víctimas de atrocidades innombrables. Hay niñas que logran escapar de los jardines secretos para recordarnos que el infierno existe.

No se trata de un hecho aislado o insólito, pero cada vez que escuchamos la noticia es inevitable sobrecogerse. Esta vez tuvo lugar en California: una mujer de 29 años permaneció secuestrada casi dos décadas por un depredador sexual con el que ha tenido dos hijas. Pero pudo haber ocurrido en una tranquila localidad de Austria o en un soleado pueblo de la Florida. Es un déjà vu trágico. La pesadilla recurrente de cualquier madre.

Hay niñas que no han alcanzado la pubertad y una mañana en la parada del autobús un desconocido se las lleva para siempre justo en el momento en el que dicen adiós a sus familias. Así le sucedió a Jaycee Dugard cuando sólo tenía 11 años y el mundo era del color del algodón de azúcar. Cómo podía imaginar aquella pequeña con aspecto de ángel que acabaría oculta en un cobertizo como esclava sexual de un repugnante sicópata. Son las chiquillas que de un día a otro pasan de jugar a las muñecas a criar hijos que son fruto de la violación y del abuso. Las mujeres que, tiempo después, son capaces de revelar que fueron víctimas de un vecino, de un pariente cercano, de un perfecto desconocido. Las que lo relatan es porque han tenido la fortuna de sobrevivir al horror y de escapar de sus captores y verdugos. Jaycee Dugard, todavía bajo el síndrome de Estocolmo, acabará por comprender que la juventud se le escurrió en manos de un monstruo que se convirtió en su único referente.

Viven en zulos oscuros, en bóvedas bajo tierra, en sótanos húmedos donde las nubes y el sol son recuerdos de la primera infancia que se borran bajo el peso de los tipos enfermos y crueles que las mancillan. Si logran fugarse de sus jaulas son apariciones transparentes y frágiles. A punto de quebrarse por la alucinación de lo que han padecido. Resucitadas de sus tumbas y con la leve esperanza de desandar el camino que las devuelva al instante antes del momento fatídico en la parada del autobús: el abrazo tibio de los padres en el umbral de la casa deseándolse un feliz día en el colegio. Seguras de que nunca nada malo sucederá porque la tierra es redonda y mullida y a la hora de dormir te leerán un cuento con final feliz.

Lisbeth Salander, la heroína literaria más memorable de los últimos tiempos, se habría referido al fatídico episodio de Jaycee Dugard como el tiempo en que "ocurrió todo lo malo". Una época negra y tenebrosa que suelen protagonizar los hombres que no aman a las mujeres porque sólo ven en la carne tierna y rosada el objeto de sus más oscuros deseos. Lástima que el personaje de Stieg Larsson no pueda recorrer todos los rincones del mundo en busca de criaturas que desfallecen en cárceles construidas para el retorcido placer de sus cancerberos.

De todos los temores posibles que sentimos con nuestros hijos, el más persistente es que los rapten para siempre y sean víctimas de atrocidades innombrables. Hay niñas que logran escapar de los jardines secretos para recordarnos que el infierno existe. 

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