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Gina Montaner

Hijos del milenio

Un amigo me comentaba hace poco "Envejecer es perder la curiosidad". Los milenios no han llegado a ese punto, subidos a la aeronave de sus vidas y al ritmo de las canciones que escuchan en sus iPods.

Nacieron entre 1977-1998 dejando atrás a sus predecesores de la Generación X. Los chicos y chicas de la generación del milenio se han ido alejando de sus mayores a bordo de una nave internautica.

Sólo he visto los avances de Greenberg, el último filme de Noah Baumbach, y en una de las escenas el protagonista, un cuarentón extraviado en su laberinto existencial, acaba en una fiesta rodeado de jóvenes. Ningún referente de la generación del milenio le resulta familiar a este hombre cuya juventud se le fue desvaneciendo en los ochenta. Por mucho que su negativa a madurar lo lleve hasta una atractiva muchacha, el individuo es incapaz de descifrar las claves de unos chicos que han crecido con un laptop bajo el brazo y sus pensamientos se condensan en los 140 caracteres de Twitter.

A diferencia del cerebro de los adolescentes, todavía en plena formación y con un córtex voluble que les cambia la velocidad de los impulsos, la Generación X ya está asentada y su capacidad de adaptación se achica con el afán de la estabilidad y el sedentarismo que traen los años. Quisieran disfrutar de los reclamos narcisistas de Facebook y el texting constante con un lenguaje apretado, pero hay más fingimiento y afán de falsa lozanía que verdadero interés por dar partes diarios de los estados de ánimo o lo que comieron.

Los milenios duermen con el móvil a su lado y en su Macbook siempre está prendido el ichat, en estado durmiente pero listo para una conversación de madrugada o una sesión íntima por medio del webcam con el romance de turno. Antes de que se pusiera de moda hace un par de meses, lo milenitos ya habían descubierto el chatroulette, otra modalidad de la red social en la que en la pantalla puede aparecer un desconocido en otra parte del mundo con quien se puede iniciar una charla o contemplarlo haciendo un strip-tease en el salón de su casa. Un instante de rara intimidad con alguien a quien posiblemente no volveremos a ver. Un verdadero juego de azar.

Un amigo me comentaba hace poco "Envejecer es perder la curiosidad". Los milenios no han llegado a ese punto, subidos a la aeronave de sus vidas y al ritmo de las canciones que escuchan en sus iPods. Siguen a Obama por Twitter. Pueden ver una película en la pantalla de un celular. No saben quién dirigió El Ultimo Tango en París y ni falta que les hace.

Si la Generación X es ya una antigualla, hacer referencia a la franja del boom es como excavar en busca de restos que expliquen los modos y costumbres de una era que fue arrasada por un cataclismo. Contemplar en un friso cómo fue la existencia de aquellos seres que escucharon a Bob Dylan y creyeron cambiar el mundo en un mayo francés. Pompeya después del volcán. Todo es polvo y sólo quedan los trazos de unas estancias donde una vez hubo amores y desencuentros.

Las criaturas del milenio no son conscientes de que los días se escapan como la arena porque están ciegos de búsqueda y apetitos por saciar. También es verdad que un decano de la Generación X podría mandarles una alerta para que vivan a tope antes de que se les desacelere el tiempo. Cabría en un haiku de Twitter: "Envejecer es perder la curiosidad". Bastan 29 caracteres y todavía nos sobrarían 111.

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