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Gina Montaner

La red indiscreta

Lo que no deja de ser pavoroso es el alcance radioactivo de las dichosas redes sociales. No podría definirlo mejor y de manera más incisiva el polémico fotógrafo italiano Oliviero Toscani: se trata de campos de concentración voluntarios.

En una de las películas más famosas de Alfred Hitchcock el protagonista, confinado a una silla de ruedas, espía a sus vecinos desde una ventana, llegando a creer que uno de ellos ha cometido un crimen. Sin embargo, lo que ha sucedido hace unos días en un dormitorio de la universidad de Rutgers, en Nueva Jersey, es una versión cruel y macabra de La ventana indiscreta. En este caso los intrusos no presenciaron un crimen, sino que lo perpetraron.

La víctima de una broma pesada que en verdad enmascara un abyecto prejuicio se llamaba Tyler Clementi y acababa de comenzar su primer año universitario. Clementi, un virtuoso del violín, era tímido y discreto. Hacía tan solo unas semanas que compartía habitación con otro chaval, Dharun Ravi. Clementi, un pelirrojo con facciones de niño, no podía imaginar que su compañero ya lo había investigado en las promiscuas redes sociales que sirven de referencia en la vastedad de internet. Para su desgracia, muy pronto había averiguado que le gustaban los hombres y frecuentaba webs para gays.

Hace una semana Tyler se suicidó lanzándose desde un puente. La noche antes lo había avisado en el muro virtual de Facebook, al que habitualmente millones de personas entran para "colgar" nimiedades y, como en la ventana indiscreta del maestro del suspense, asomarse a la vida de los otros. Pero en esta ocasión cuando el angustiado muchacho publicó que contemplaba el suicidio nadie reparó en ello. Unas horas antes de su angustioso llamado, Ravi y otra estudiante, Molly Wei, escondieron una cámara en el cuarto y trasmitieron en directo por internet sus relaciones sexuales con otro chico. Después de difundir las imágenes aparecieron comentarios sarcásticos en Twitter, donde otros respondieron con burlas y mostrándose solidarios con las molestias que debe causarle a un heterosexual tener que compartir con un homosexual.

En el espacio cibernético los graciosos de turno tuvieron a su alcance todos los vehículos posibles para humillar a Tyler Clementi hasta hacer pedazos cada uno de los sueños del chiquillo violinista. A estas alturas no quisiera perder el tiempo señalando lo que es obvio: la inmoralidad y bajeza de quienes perpetúan el odio hacia los hombres y mujeres gays. Por ellos sólo siento un desprecio profundo. No obstante, lo que no deja de ser pavoroso es el alcance radioactivo de las dichosas redes sociales. No podría definirlo mejor y de manera más incisiva el polémico fotógrafo italiano Oliviero Toscani (conocido por las campañas de publicidad que ha hecho para Benetton). Recientemente, cuando le preguntaron qué opinaba de Facebook, Toscani dijo que se trata de un campo de concentración voluntario.

En los twitters del dulce pájaro de la juventud, los vídeos instantáneos de YouTube y los reclamos que nunca duermen en Facebook, hay víctimas y victimarios. Dharun Ravi y Molly Wei, que por lo pronto enfrentan cargos por invasión de la privacidad, fueron los verdugos virtuales de Tyler Clementi, frágil al borde del precipicio de su desesperación. Todas y cada una de sus ilusiones se despedazaron en la difusión de un vídeo que recorrió el campus y se multiplicó en la webcam.

Justo en estos días se ha estrenado The Social Network, un filme que relata cómo surgió Facebook en otro recinto universitario, el de Harvard. Y el origen de este fenómeno no fue fruto de la inventiva tecnológica, sino del deseo de venganza de uno de sus impulsores después de que una muchacha lo dejara plantado. Así comienza la cinta: despechado, el chico hace circular un blog hablando mal de ella y distribuye en internet fotos de otras estudiantes para someter a votación quién "estaba buena" y quién no. Más allá de la historia de unos jóvenes que de la noche a la mañana se hicieron ricos y famosos con este invento, lo que pervive es el ingenio para propagar el chismorreo.

Pobre Tyler Clementi. Su vecino no era el fantasioso James Stewart desde su ventana indiscreta con ganas de resolver un crimen, sino dos seres homófobos dispuestos a cometer el crimen. Hay armas que no necesitan balas. Basta con hacer clic en la pantalla de un ordenador o un móvil para pulverizar a un inocente.

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