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Gina Montaner

Michelle Obama y los fashionistas

El nuevo perfil de Michelle Obama, ahora sujeto a la servidumbre de los actos oficiales y protocolarios, todavía está por definir y se nota que le falta soltura en la vorágine del escaparate social.

En la ceremonia de investidura de Barack Obama no todo fue solemnidad y patriotismo. El pasado 20 de enero millones de personas estuvieron atentas a los modelos que luciría la nueva primera dama del país. Incluso días antes de la histórica fecha se hicieron apuestas en el mundo de la moda, con los fashionistas a la cabeza formulando cábalas acerca de quién o quiénes serían los afortunados diseñadores que contarían con el impagable espaldarazo de Michelle Obama.

A pesar del frío que reinaba en Washinton D.F., la esposa de Obama apareció con una sofisticada gabardina en tonos dorados y de encaje que de inmediato hizo subir las acciones de la industria de la alta costura. Los expertos no tardaron en informar que el modelo elegido por la primera dama había sido diseñado por la cubano-americana Isabel Toledo, quien manifestó su júbilo como si le hubiese tocado el Gordo de Navidad. No le faltaba razón a esta creadora relativamente conocida, quien meses antes se había atrevido a hacerle llegar un boceto a Michelle Obama con la esperanza de que ésta eligiera su creación para tan señalado evento. A pesar de que el vestido recibió críticas por el exceso de brillo para un acto que se celebró a media mañana, de un día para otro el atelier neoyorkino de Toledo empezó a recibir pedidos de las tiendas más exclusivas del país. La modista tenía un hada madrina nada menos que en la Casa Blanca.

Esa misma noche el matrimonio Obama hizo acto de presencia en diez de los muchos bailes de gala que se organizaron en la capital política, y de nuevo la ropa que lució Michelle Obama fue objeto de escrutinio nacional. En esta ocasión el ganador de la lotería fue el joven Jason Wu, un diseñador nacido en Taipei a quien, con tan solo 26 años, ya le han dedicado un reportaje en el New York Times. La gente le dio el visto bueno al vestido crema y largo de chiffon que vistió la señora del nuevo presidente, aunque no dudaron en comparar su estilo –aún vacilante– con el de la esposa del vicepresidente, una impactante Jill Biden que se presentó en las fiestas con un espectacular vestido rojo de gasa.

Las revistas de modas han querido forzar un falso paralelismo entre Michelle Obama y Jacqueline Kennedy, pero es una inútil fantasía porque se trata de dos mujeres que no podrían ser más dispares. La viuda de John F. Kennedy era una socialité preocupada por marcar tendencias con sus vestidos prohibitivos y sus coquetos sombreros. La señora Obama, en cambio, viene del mundo práctico de los bufetes de abogados, con una vestimenta elegante pero funcional. Más bien, su nuevo perfil, ahora sujeto a la servidumbre de los actos oficiales y protocolarios, todavía está por definir y se nota que le falta soltura en la vorágine del escaparate social.

Michelle Obama no ha hecho más que comenzar a navegar en el difícil ámbito de la vida pública y en estos momentos se muestra vulnerable frente a una avalancha de asesores de imagen que, como en el cuento de las ropas del emperador, no siempre aconsejan lo más conveniente, sino lo que creen que el otro quiere escuchar. Después de los inevitables traspiés con el implacable y caprichoso mundo de la moda, la nueva inquilina de la Casa Blanca acabará por encontrar su propia voz y sólo entonces podrá sentirse a gusto. Entretanto, la ropa Made in U.S.A vuelve a estar in. Un alivio en plena recesión.

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