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Gina Montaner

Mujeres a media luz

¿Acaso el sex-appeal de las mujeres no es una luz incandescente sino una chispa con fecha de caducidad? Es posible. ¿Las hay que logran preservar su encanto como la bombilla de bajo consumo cuyos filamentos se extinguen poco a poco? Tal vez.

Por fin pude engancharme a la serie Mad Men, con sus hombres prepotentes y sus mujeres desesperadas en vísperas de la revolución sexual de los años sesenta. Y lo hice con un capítulo en el que Don Draper y Roger Sterling, dos chacales de las agencias publicitarias neoyorquinas, departen en un bar entre copas y la humareda del cigarrillo. Sin perder ojo a las jóvenes que conversan en la barra, un cínico Sterling afirma "cuando llegan a los 30 años, es como si alguien les apagara la luz".

Era el mundo retrógrado de unos hombres a los que poco tiempo después el vendaval del Movimiento de la Liberación de la Mujer se los llevó por delante con gomina incluida. O tal vez todo aquel revuelo en nombre de la emancipación y la igualdad no fue para tanto y se quedó en hojarasca.

Después de la emisión de Mad Men en un canal destinado a un público mayoritariamente femenino, comenzó un capítulo de Sex and the City, en el que Carrie y sus amigas conversan recurrentemente sobre la angustia de no haber encontrado pareja estable pasada la treintena. En el Manhattan de la década de los ochenta ya las damas no son simples oficinistas que padecen calladamente el acoso sexual de sus jefes. Sin embargo, el cuarteto de profesionales que pueden permitirse los prohibitivos stilettos de Manolo Blahnik y una noche de sexo con un despertar de "si te he visto no me acuerdo", parecen darle razón a los tipos encabritados de Mad Men. Alguien juega con el interruptor de sus encantos y las condena a la soledad mientras el dulce pájaro de la juventud se aleja.

Si uno ve a Draper y a Sterling interactuando con sus esposas y secretarias bajo el peso de la laca y las resacas de Martinis en los suburbios, cree entrar en el universo vintage que precedió a los pantalones campana y al amor libre sobre la hierba mojada de Woodstock. Pero la imagen más cercana de Carrie, Samantha, Miranda y Charlotte malamente oculta que detrás de su incesante actividad sexual pervive el discurso desesperanzador de las solteronas que en los salones de las novelas de Jane Austen temían haber perdido el tren del matrimonio que las salvaría de una vejez sin estatus social y económico.

Muchos aguaceros les han caído a las mujeres desde la encorsetada era victoriana y ahora, en ese afán por hacernos inmortales en el retrato de Dorian Grey, dicen que los cuarenta son los nuevos treinta. No obstante, la ominosa pregunta sigue en el aire: ¿en qué momento una mano misteriosa apaga la luz y deja al descubierto las primeras grietas del verdor femenino que se descompone? Esas líneas sutiles pero visibles que los Draper y Sterling que pululan en los Happy Hour detectan fríamente con un invisible medidor que olfatea a las muchachas en flor.

¿A las mujeres les apagan la luz o ellas mismas provocan el apagón vital con su constante preocupación por el tic-tac de esa bomba de tiempo que es el reloj biológico? La irritante ilusión por los cuentos de hadas en los que, después de hacerse de rogar, aparece un Mr. Big dispuesto a rescatar a la doncella a bordo de una limusina. Es verdad que Draper y Sterling resultan estomagantes con sus prejuicios machistas, incapaces de vislumbrar el cambio radical que despeinaría para siempre a sus sumisas señoras. Pero no es menos cierto que, dos décadas después del triunfo del Women´s Lib, Carrie y su pandilla despiden el perfume patético de las hembras aferradas a las feromonas. Cuatro mosqueteras desfondadas y a punto de envainar sus espadas.

¿Acaso el sex-appeal de las mujeres no es una luz incandescente sino una chispa con fecha de caducidad? Es posible. ¿Las hay que logran preservar su encanto como la bombilla de bajo consumo cuyos filamentos se extinguen poco a poco? Tal vez. Se siente el cortocircuito al comprobar una vez más el aleteo trémulo de Carrie y compañía frente a los Draper y los Sterling de turno. Todos avanzamos a oscuras. Para qué engañarnos. 

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