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Gina Montaner

Ni penas ni olvido

Si los padres de muchos de mis amigos españoles brindaron con champán y celebraron con júbilo la muerte de Franco, ¿quién va a amonestar a los cubanos que hagan lo mismo cuando llegue el día después en Cuba?

Esta semana mi amigo Jaime Bayly ha hecho una buena acción que lo honra: envió una carta de renuncia al semanario argentino Veintitrés dando por terminadas sus colaboraciones con la revista. En esta ocasión no se trató de un problema con el aire acondicionado, sino algo que tiene que ver con la vocación presuntamente insecticida por parte de la línea editorial de esta publicación con aires progresistas.

Resulta ser que un lector mandó una carta contra Bayly por el programa tan ferozmente divertido que el popular escritor condujo con otro no menos conocido periodista y amigo, Federico Jiménez Losantos. En su tono habitual de sátira política, que es el sello de Jaime, él y su invitado establecieron un diálogo en clave de humor en el que quedaron claros los deseos de ambos para que gentuza de la calaña de los hermanos Castro esté muy pronto a la vera de Dios padre. Desde entonces el establishment de la izquierda y los compañeros de viaje de personajes como Chávez, Correa et al no han dejado de rasgarse las vestiduras por el presunto complot magnicida que urdieron aquella noche dos francotiradores cuya arma más letal es la de sus respectivas plumas.

Bien, una carta en contra de Jaime es el pan de cada día del autor de El canalla sentimental, su última novela, tan habituado a provocar verdaderos tsunamis haciendo saltar por los aires las instituciones y la moral. Ahora bien, lo que ya no le pareció aceptable a Bayly fue la nota editorial apoyando al indignado lector: ''En Miami abundan los 'gusanos'' que aplaudieron la invasión a Cuba y los intentos de la CIA por asesinar a Fidel Castro. Ellos pueden haberse divertido con ese diálogo. Deben estar acostumbrados a escucharlos en los canales de Miami.'' Sin pensárselo dos veces, Bayly le envió una carta de farewell al jefe de redacción y de inmediato se sucedió un intercambio de mensajes en el que la directiva del semanario intentó por todos los medios enmendar la relación con un colaborador de renombre. Pero en ningún momento se retractaron de haber calificado al exilio cubano de ''gusanos''. Mi buen amigo, que cada noche desenmascara a los enemigos de la libertad, no toleró la implicación fascista de quienes igualan a la diáspora cubana con una nauseabunda gusanera.

Es muy triste que una publicación –cuyo dueño es un prominente judío que pretende impulsar la pluralidad y la tolerancia– haga uso de un término que Hitler empleó para referirse a un grupo al que culpó de todo tipo de conspiraciones para justificar su solución final: seis millones de almas que fueron exterminadas a escala industrial con la complicidad de quienes miraron a otro lado cuando los ''gusanos'' crepitaban en los hornos de los campos de concentración.

A estas alturas del juego, cuando sólo los más abyectos continúan apoyando a la dictadura castrista, es intolerable que una revista seria y de prestigio suscriba las palabras de Fidel Castro (el victimario) a la hora de hacer alusión a los exiliados (las víctimas). Se equivoca el jefe de redacción de Veintitrés cuando en sus intercambios epistolares con el canalla de mi amigo sentimental pretende escudarse en que no es lo mismo Hitler que Castro. No, claro que no son iguales porque Hitler fue la madre de todas las heces y el vetusto comandante no es más que un sátrapa amateur, un torpe discípulo del Führer como lo han sido Franco, Videla, Pinochet o Pol Pot. Es cierto: no es lo mismo manufacturar pantallas de lámparas con la piel de los judíos que construir el Valle de los Caídos con presos políticos, hacer desaparecer a los desafectos en las profundidades del mar, ejecutar en los estadios, asesinar a los que tienen educación universitaria o encerrar a los homosexuales en los campos de trabajos forzados de la UMAP. Pero no deja de ser odioso y mezquino el empeño en medir los grados de horror. El horror y sus matices del uno al diez.

Es válido desear la muerte de todos los dictadores que tanto daño y sufrimiento nos han ocasionado. Si los padres de muchos de mis amigos españoles brindaron con champán y celebraron con júbilo la muerte de Franco, ¿quién va a amonestar a los cubanos que hagan lo mismo cuando llegue el día después en Cuba? No serán los ''progres'' que ahora elevan su llanto como plañideras por el humor corrosivo de dos guerrilleros del periodismo. Lo que sí es un oprobio digno del fascista más vil es llamarnos ''gusanos''. Palabras como ésa son las semillas de los holocaustos.

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