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Gina Montaner

Revolución Twitter

En la era de los celebrities hacer twittering alimenta la fantasía de que nos codeamos con las estrellas. La privacidad y el recato también han muerto.

Hace un par de días mi hija pequeña me dijo "No puedo creer que te comunicas por e-mail. Eso está pasado de moda", sentenció sin piedad mientras mandaba un mensaje de texto a la par que conversaba conmigo. Fue cuando comprendí que los correos electrónicos ya son percibidos como las cartas que hace mucho aparecían en el buzón: algo antiguo, de otro tiempo lejano y borroso.

Fue mi otra hija, la universitaria, la que nos informó hace meses acerca del furor en torno a Twitter, otra red social que le está ganando terreno aceleradamente a Facebook. Twitter, cuyo logo es un pajarito de aspecto inocente, funciona a modo de haiku para internautas. Sin el adorno de fotos, el reto consiste en "colgar" en un boletín virtual un pensamiento que no puede ocupar más de 140 caracteres. Digamos que el concepto conecta con la idea del fluir de conciencia pero sin la densidad de James Joyce, sino más bien con la ligereza del pensamiento al vuelo. El lema de Twitter es "¿Qué estás haciendo?" y los habitantes de la aldea global comparten con el resto del mundo comentarios del tipo de "Estoy desayunando tortitas con nata", "Acabo de explotarme un grano", "He roto con mi novio y estoy hecha polvo", "Nos vemos esta noche en el concierto de música Ultra".

Pero el eco del pajarillo no sólo sirve para aquellos que conciben sus vidas como un interminable reality show que se desarrolla en una gran pecera a la vista de todos. Por medio de Twitter la juventud ejerce el agitprop, tal y como lo han demostrado los moldavos que hace unos días tomaron las calles para protestar contra la amenaza de un retorno a las viejas mañas del comunismo. Ciento cuarenta caracteres fueron suficientes para organizar la manifestación con el apoyo logístico de Facebook, YouTube y los mensajes de texto. Ni un solo correo electrónico fue enviado para hacer la (contra) revolución. Mi hija tiene razón. Los e-mails han muerto. A los ojos de los jóvenes son tan retrógrados como el marxismo-leninismo.

Los famosos también se han apuntado a la revolución Twitter y el primero que no ha querido perderse este happening es Barack Obama, astutamente rodeado de una generación que lo mantiene informado de lo último. El presidente de los Estados Unidos cuenta con un equipo que le "cuelga" telegráficos mensajes para mantenerse en sintonía con los veinteañeros que votaron por el Cambio. En los descansos de los partidos el baloncestista Shaquille O’Neill comparte con los fans su estado de ánimo y el cantante John Mayer comenta sobre su reciente ruptura con la actriz Jennifer Aniston. En la era de los celebrities hacer twittering alimenta la fantasía de que nos codeamos con las estrellas. La privacidad y el recato también han muerto.

Las ediciones digitales de los periódicos y hasta los ya tradicionales blogs nada pueden hacer ante el vértigo de un mundo cambiante cuya metamorfosis en la red tiene más trampas y caras que un malvado virus. Cuando el pasado mes de enero sucedió el milagroso amerizaje de un avión sobre el río Hudson, quince minutos antes de que lo publicara el New York Times online los testigos del accidente ya habían informado sobre ello en Twitter. Hoy en día los abonados al club de este avispado pajarillo asciende a unos siete millones de personas.

El e-mail es cosa del pasado. Facebook agoniza. ¡Viva Twitter! Bienvenidos a esta efímera revolución. Y todo en menos de 140 caracteres.

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