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Gina Montaner

Un corazón para el señor Naipaul

El Nobel, cuya enfermiza vanidad es inabarcable, habla abiertamente de sus excesos con las mujeres, sobre todo del trato de esclavitud que estableció con su esposa y las golpizas a las que sometía a Gooding.

El escritor indo-trinitense V.S. Naipaul ha vuelto a hacer de las suyas. Además de ser un flamante Nobel de Literatura, es conocido por sus boutades y comentarios generalmente desagradables sobre la condición humana. O sea, todo aquel más abajo del pedestal desde donde Naipaul lanza exabruptos que al resto de los mortales le sirve para comprender tan tremenda y extendida paradoja: se puede ser a la vez un intelectual de fina pluma y un tipo deleznable. Así es este hombre viajero que tan excelentes libros ha producido sobre sus periplos, y que de tan poco le ha servido darle la vuelta al mundo para enriquecer su fibra moral, más allá de sus agudas observaciones y una prosa impecable.

A Sir Naipaul le gusta que se refieran a él con el título que le concedió la Reina de Inglaterra, porque de ese modo se diferencia del carácter indolente que tanto le molesta de sus compatriotas isleños y lo acerca más a la esencia British de su país de adopción. Pues bien, este Sir ha dicho de la literatura femenina que le sobran su "sentimentalismo y estrechez de miras". No cree que existe ninguna mujer, ha añadido, cuya mente literaria esté a su altura. Sería injusto, y precisamente estrecho de miras, criticar al laureado escritor desde una perspectiva de feminismo militante y ortodoxo. Sin embargo, su valoración carece de peso porque su profunda abyección moral lo convierte en un ser miope, por no decir enteramente ciego, a la hora de detectar la sensibilidad ajena.

Poco o nada puede saber Naipaul de lo que él tacha del pecado de sentimentalismo de las escritoras, poniendo como ejemplo nada menos que a Jane Austen, lo que demuestra el angosto pensamiento de quien no ha aprehendido la dimensión de la célebre novelista. Las historias de Austen componen un impresionante retablo socio-económico de la sociedad de su tiempo, en la que las mujeres eran criaturas atrapadas por la dote y la clase social, factores determinantes para un supuesto final feliz con casamiento o un destino anónimo de solterona olvidada en el trastero del cottage.

No me extraña que a Naipaul se le hayan escapado todas las amargas ironías que destila Sentido y sensibilidad porque le faltan ambos atributos. Un individuo que durante años fue abusivo con su esposa Patricia y le propinaba feroces palizas a su amante, la anglo-argentina Margaret Gooding, es persona non grata en la fibra íntima del otro sexo. Con desdén, Naipaul afirma que le basta con leer las primeras páginas de un libro para saber si lo ha escrito un hombre o una mujer. En eso coincido con él. No hay duda de que La edad de la inocencia la escribió la formidable Edith Wharton. Lo mismo sucede con la más famosa novela del Sir, Una casa para el señor Biswass. De inmediato el lector reconoce en la prosa impecable, pero extrañamente gélida, la autoría de un hombre.

Hace unos años Patrick French escribió una biografía de Naipaul que merece ser leída por su calidad y por la transparencia del retrato que ofrece de este ser monstruoso. El Nobel, cuya enfermiza vanidad es inabarcable, habla abiertamente de sus excesos con las mujeres, sobre todo del trato de esclavitud que estableció con su esposa y las golpizas a las que sometía a Gooding, quien incluso llegó a ocultarse durante semanas para no exhibir los hematomas. Inmerso en su narcisismo autista, le confiesa al biógrafo que su maltrato contribuyó a la muerte de su mujer, para luego proseguir charlando de sí mismo y su obra monumental.

En esta ocasión excuso a Naipaul porque es comprensible que no tenga idea del valor de una novela escrita por Austen, Wharton, la Pardo Bazán o A. S. Byatt. Este sesudo escritor posee un gran intelecto, pero nació mutilado de la sangre que hace bombear el corazón y nos lleva por los senderos de unos sentimientos que no hay que confundir con sentimentalismos. Naipaul podrá escribir sobre las complejidades de la India, pero jamás habría podido adentrarse en la mente de una Emma Bovary como lo hizo Flaubert. Es un handicap con el que tiene que vivir.

Una cosa en común sí tienen Jane Austen y V. S. Naipaul: ahora se dice que a la autora inglesa sus editores la ayudaban a "pulir" sus novelas. También se sabe que la esposa de Naipaul, una scholar brillante pero pisoteada por el figurón de su marido, dedicó gran parte de su vida a revisar exhaustivamente los manuscritos del autor. Su sensibilidad mancillada y femenina se escapa entre las líneas del Sir. Ya es demasiado tarde para instalarle un corazón al señor Naipaul.

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