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Gloria Lago

Los héroes del cambio

Es difícil aventurar si un engaño como el de Feijóo tendrá repercusiones negativas en las urnas, pero la incertidumbre de esa posibilidad pesará como una losa en su mandato.

Éste era el lema del acto de homenaje con el que el Partido Popular de Galicia planeaba celebrar el primer año de Gobierno de Feijóo hasta que la llegada de la tormenta Xynthia aconsejó su cancelación. Al leer el titular de los periódicos el día del anuncio de la celebración, probablemente muchos gallegos se preguntaron a quién iba dirigido el homenaje. Habrán pensado si tal vez se trataba de un público reconocimiento a la sociedad civil que votó contra pronóstico a un candidato que todas las encuestas daban como perdedor; un candidato que comenzó paulatinamente a despertar interés al introducir en su discurso un ingrediente nuevo, una promesa de libertad.

Muchos se habrán acordado de los ciudadanos que habían puesto sobre la mesa el problema de esa libertad robada de la que hasta entonces ningún político se había atrevido a hablar: los padres y abuelos que en número creciente dedicaron el poco tiempo libre que tenían a recorrer las ciudades de Galicia pidiendo firmas para un manifiesto en el que reclamaban una política lingüística europea y respetuosa con los principios básicos de una democracia: bilingüismo en la administración, libre elección de lengua en la enseñanza y cese del adoctrinamiento nacionalista en los colegios.

Lo hicieron a pesar de las difamaciones de los interesados en la llamada normalización y de los insultos, las amenazas y las agresiones de los fanáticos de la misma. Consiguieron reunir a más de 100.000 firmas y con cada una, con cada folleto entregado en la calle, con cada intervención en las emisoras y en los periódicos, iban generando un debate y unas adhesiones con las que esperaban animar a algún partido a incluir sus propuestas en su programa. Les daban igual las siglas del partido; esa falta de libertad era lo primero.

Pocas semanas antes de las elecciones se manifestaron en Santiago. El candidato Feijóo habría estado allí si hubieran accedido a modificar la fecha, al menos eso fue lo que les dijo cuando les pidió que la cambiaran, porque para ese 8 de febrero tenía en su agenda un viaje a Hispanoamérica. Mientras los ciudadanos se concentraban en la Alameda de Santiago para iniciar la marcha hacia la Quintana, un lugar hasta entonces feudo de sus detractores, el candidato Feijóo estaba en Buenos Aires donde el aire era más limpio. En Santiago el olor a neumáticos ardiendo en la entrada a la ciudad anunciaba una marcha amenazada. Los ciudadanos vencieron el miedo de las cartas y los carteles disuasorios de los días previos y suplieron con imaginación y esfuerzo la falta de medios para organizar la manifestación.

Jóvenes madres que habían cambiado durante dos años el bocadillo de york y queso en el parque con sus hijos al salir del trabajo por el activismo bajo una lluvia de insultos y de coacciones: se enfrentaban aquel día en Santiago a una lluvia más peligrosa. De las calles adyacentes surgían grupos de fanáticos que insultaban a los manifestantes y les arrojaban botellas rotas y piedras. La policía los llamaba preocupada porque ni había previsto una manifestación tan numerosa, ni que los fanáticos fueran tantos y tan bien organizados. Les advirtieron de que los agresores se estaban metiendo dentro de la marcha. Los ciudadanos reconocieron las caras de algunos de ellos a su espalda, respirando en su nuca, y adivinaron en las miradas de los que iban cortándoles el paso a todos aquellos que durante dos años les habían saboteado su autobús, aquellos que les habían enviado correos con amenazas de muerte, aquellos que habían entrado en un garaje por la noche para atentar contra un vehículo, o aquellos que habían elaborado el vídeo repartido en colegios e institutos con el que se animaba a los más jóvenes a emplear la violencia contra ellos, mostrándoles incluso cómo se fabrica un explosivo.

Después de los heridos y los detenidos y de la recompensa de ver a la gente llenar la Quintana coreando la palabra libertad, vieron cómo todas las cadenas de televisión mostraban a los demás ciudadanos lo que se escondía en las alcantarillas de Galicia: algo que ponía ante la opinión pública una realidad que la mayoría desconocía y que a muchos ahora ya sensibilizados con el problema de la imposición lingüística les animó a propiciar un cambio de rumbo.

Pero bajo el titular del anuncio del homenaje a los héroes del cambio, se aclara que no está dirigido ni a los votantes anónimos ni a los ciudadanos que han luchado por la libertad, se dice escuetamente: "Tendrá a Núñez Feijóo como protagonista aunque también estará Rajoy, si bien se homenajeará también hasta al último de los militantes del PPdeG que hicieron posible esta hazaña".

Los ciudadanos lo habrían celebrado igual aunque no hubieran sido invitados. Les bastaba con la satisfacción de haber conseguido la resolución de un problema importante y el convencimiento de que la sociedad civil puede cambiar las cosas, pero no tienen nada que celebrar porque nada ha cambiado, porque Feijóo, a pesar de la mayoría absoluta cosechada y el reconocimiento por parte de sus adversarios políticos –quienes tras la derrota admitieron su falta de sensibilidad ante el problema lingüístico–, ha ido paulatinamente a lo largo de este año despojándose del aura que le había hecho depositario de las ilusiones de mucha gente.

El nombramiento de uno de los más duros impositores para diseñar su política lingüística fue el primer signo del engaño. Después vendrían el mantenimiento del monolingüismo en la administración, la infame guía discriminatoria de planificación lingüística para los alumnos, la persistencia del adoctrinamiento en los centros de enseñanza –donde los fanáticos más radicales dan sus charlas y siguen empapelando con sus emblemas los tablones de anuncios–, la promoción y financiación desde la Xunta de obras de teatro que incitan al odio por razón de lengua, y al fin el nuevo decreto que convertirá la prometida elección de los padres en la limosna de una asignatura troncal en su idioma.

La archirrepetida promesa de permitir que los niños puedan utilizar los libros en su idioma no será una realidad y no habrá nada tangible que evidencie un cambio, tan sólo el permiso para hablar en su idioma en el aula, una directriz cuyo incumplimiento será muy difícilmente demostrable ante una Consellería de Educación que no ha tenido la valentía de abrir un solo expediente a quienes en las aulas han presionado a los alumnos con motivo de la realización de la encuesta a los padres y en la reciente huelga en la enseñanza.

Para negociar el borrador del decreto, Feijóo invitó a los llamados "agentes sociales" a pesar de saber que durante años ese sector se fue configurando casi en su totalidad con los más acérrimos defensores de la imposición. No se sabe si lo hizo para tener unos altavoces que ante la opinión pública justificaran una nueva imposición. Pero en cualquier caso, con ese desfile de impositores que con los argumentos más inverosímiles se afanan en negarles a los padres gallegos los derechos de que disfrutan los padres europeos que viven en comunidades con más de una lengua, Feijóo ha puesto ante los ojos de los ciudadanos la trastienda de la cultura y de la representatividad de docentes y APAS; y al verlos en manos del sector nacionalista, sin pretenderlo, ha logrado que muchas más personas comprendan la importancia de que se lleve a cabo una verdadera regeneración valiente y sin complejos.

Por eso está creciendo el movimiento a favor de la libertad, por eso se están sumando a él cada vez más personas que ahora pueden constatar la independencia de este movimiento y también muchos otros que se sienten indignados porque ahora les llama radicales, sin importarle que así los pone de nuevo en el punto de mira de sus agresores. A los ciudadanos les habría gustado no crecer sino volver a su vida cotidiana, pero seguirán trabajando por aquello en lo que creen y buscarán nuevas vías para lograrlo.

Entre el narcisismo del anuncio de homenaje se cuelan unas palabras tal vez dictadas por el subconsciente de sus promotores: "Queremos conmemorar una noche electoral en la que todos nos daban por perdedores y ganamos".

Los vuelcos electorales no se producen por los irreales programas económicos ni por las promesas de honestidad que tarde o temprano quedan en evidencia en la mayoría los partidos, sino por factores excepcionales. Es difícil aventurar si un engaño como el de Feijóo tendrá repercusiones negativas en las urnas, pero la incertidumbre de esa posibilidad pesará como una losa en su mandato; los ciudadanos en cambio no tienen nada que perder si continúan su lucha, pues ni cargos ni prebendas estaban en juego. La libertad tardará más en llegar pero llegará y tendrán algo que nadie les podrá quitar: dignidad.

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