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Gonzalo Altozano

¡Santiago y viva España!

Hablo de Santiago Abascal Escuza en términos de héroe, y hablo bien, pues no otra cosa fue.

Hablo de Santiago Abascal Escuza en términos de héroe, y hablo bien, pues no otra cosa fue.
Santiago Abascal Escuza | Vox

Había pensado titular el artículo este –la necrológica, maldita sea– con algo del estilo "Santiago Abascal Escuza o el patriotismo de los círculos concéntricos". Pero una cosa es que internet –y no el papel– lo aguante todo, y otra cosa muy distinta es pasarse, con un título de cuatro o cinco líneas. No sé si Abascal Escuza (en adelante, Santiago) formuló alguna vez de esta manera su idea del patriotismo. De lo que sí estoy seguro es de que su hijo, Abascal Conde (en adelante, Santi), así lo solía contar.

Un patriota de los pies a la cabeza

Decía Santi que su padre le enseñó que el patriotismo es una virtud cívica que había de practicarse en círculos concéntricos: primero en casa, con la mujer y los hijos; inmediatamente después, con los vecinos de escalera, los del bloque y los del barrio; luego, con los compañeros de oficina o de taller, de partido o sindicato; y así, ampliando cada vez más el radio de acción, hasta llegar al último compatriota del último rincón de España. Si en el proceso expansivo se producían interferencias en la onda, es que algo fallaba, y uno debía de hacer examen de conciencia. De conciencia patriótica, se entiende. En este sentido, Abascal Escuza, Santiago, fue un patriota de los pies a la cabeza.

Extranjeros en su propio país

De esto pude dar fe el año en que anduve con su hijo Santi de acá para allá, ahora no sé ni me importa si con rumbo fijo. El caso es que daba igual la hora a la que llegáramos de Madrid o de cualquier otro sitio al piso de los Abascal en Amurrio; allí estaba Santiago, en la cocina, a cuya mesa nos sentaba para darnos él de cenar. Lo bueno es que nunca corrías el riesgo de un tropezón mañanero y legañoso en el pasillo camino de la ducha, con todo lo que el encontronazo pudiera tener de deconstrucción del mito, del héroe, pues el bueno de Santiago se levantaba a esa hora en la que todavía no están puestas las calles, bien para abrir el cierre metálico de su comercio, bien para salir a montar a caballo; comercio que le quemaron y caballos que le pintaron los mismos que pretendieron hacerle sentir, sin éxito, como un judío en el gueto de Varsovia, como un extranjero en su propio país.

Atentados en cadena

Hablo de Santiago en términos de héroe, y hablo bien, pues no otra cosa fue. Un héroe familiar que, por la mecánica esa de los círculos concéntricos, devino en no pocas ocasiones en héroe local y también nacional. Queda para los anales la noche aquella de comienzos de los ochenta en que la ETA explotó media docena de bombas en Amurrio, una de las cuales hizo temblar el suelo bajo los pies de la familia Abascal. No era todavía que la banda hubiese decretado que de tal apellido no quedase ni la semilla. Era que en el bajo del inmueble donde vivían los Abascal tenía sus oficinas una empresa eléctrica concesionaria del Estado.

Unos novios en peligro

Después de dejar a su familia a buen recaudo en casa de unos vecinos, un Santiago burlador de los peligros se echó a unas calles donde a la vuelta de cualquier esquina podía estallarte un artefacto. Intuyó enseguida nuestro hombre que aquella cadena de atentados seguía una lógica anticapitalista, intuición que le llevó a advertir a una pareja de novios que abandonaran inmediatamente el escenario de sus besos y magreos, esto es, los soportales de una sucursal bancaria; al poco, una bomba hizo volar el lugar por los aires. No se jugó aquella noche la vida Santiago por una pareja de perfectos desconocidos, ni siquiera por su familia. O no solo. Se la jugó, sobre todo, y como tantas otras veces, por España.

España, lo único importante

Prueba de todo esto es que, cuando la Transición, Santiago se sintió llamado a la vida pública, de entra la rica y bien surtida variedad de siglas, se decantó por las de AP, y todo por aquel primer lema de campaña: "España, lo único importante". Que Santiago fue un patriota sin aspavientos, extraño a toda bravuconería, lo sabe cualquiera que lo trató. Y que su amor por España rebasó todo entendimiento, de eso dan testimonio aquellos a los que enroló en el PP, en una de las dos únicas sedes del partido en el País Vasco que, por empeño del propio Abascal, estaban al nivel de la calle, con todo lo que eso tenía de peligro añadido, y más en el Valle de Ayala, el Goyerri alavés.

Cantares de gesta y políticas pop

Lamento que la muerte de Santiago Abascal Escuza me haya sorprendido a cientos de kilómetros del cuaderno de notas donde esbocé, con toda la impericia de la que fui capaz, la gesta de los héroes de mis años universitarios, los militantes del PP del País Vasco durante los años de plomo contra Aznar y hasta el momento en que Basagoiti y Oyarzábal, esas dos calamidades, pretendieron hacerles perder la compostura a ritmo de Pignoise y políticas pop. Lo lamento porque lo que tocaba hoy era una necrológica como mandan los cánones de la profesión.

Un gran hombre

Sirva como consuelo, al menos para mí, que la falta de datos obliga a trabajar a la memoria y a ese apéndice supletorio de la misma: el corazón. Sirva también el resultado de la combinación de una y otro para acreditar, desde la insignificancia de uno, que es verdad todo lo bueno que de Santiago Abascal Escuza se diga o escriba estos días, por exagerado que suene; el hombre fue un gran hombre.

El día de su patrón y una medida del Pilar

Pero sirvan, sobre todo, las palabras al otro lado del teléfono de Abascal Conde, Santi, su hijo, confirmando, cuando aún cantaba Dios bajo la frente de su padre, que este se nos ha ido sereno y confiado, a escasos días del día de su patrón, confortado por una medida del Pilar con los colores de España que le puso en la muñeca su nieto Jaime, rodeado por su familia, sus amigos, sus vecinos y, tan pronto escupan los teletipos la luctuosa noticia de su muerte, rodeado seguro que también por sus compatriotas; y todo en una suerte de círculos concéntricos y virtuosos.

En España

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