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Guillermo Domínguez

Superados por la ansiedad... y por Pellegrini

El todavía técnico del Real Madrid ha sido señalado por el dedo de la crítica, y con razón, a tenor de sus decisiones, muchas de las cuales han rayado el esperpento.

¿Todavía se puede ganar la Liga? ¿Seguirá Pellegrini? ¿Hay que fichar a Ribéry, Silva, Villa y/o Cesc? Multitud de preguntas bombardean al aficionado del Real Madrid en las horas posteriores al partido contra el Barcelona. Atrás quedan las lamentaciones, es tiempo para la reflexión. Lo cierto es que la derrota en el clásico va a traer muchas consecuencias a corto plazo. Pese a que aún tiene siete jornadas por delante, el equipo blanco parece haberse despedido ya del único título que aún le queda para salvar una temporada cuanto menos decepcionante tras los varapalos contra el Alcorcón y el Olympique de Lyon. Queda margen de reacción, cierto, aunque se antoja harto difícil que al Barça se le escape su segundo título de Liga consecutivo. Y, sobre todo, porque ahora mismo hay una diferencia sideral en el juego de madridistas y azulgranas. Sin alharacas, el conjunto de Pep Guardiola es capaz de ganar con creces en cualquier estadio del mundo. Y el Santiago Bernabéu, uno de los grandes ‘templos’ del fútbol universal, no iba a ser una excepción.

El principal problema del Madrid radica en su ansiedad. Después de la titánica inversión realizada en fichajes por Florentino Pérez el pasado verano –cerca de 300 millones de euros–, el equipo no ha estado a la altura de las expectativas de una afición ávida de trofeos. Ha encadenado doce triunfos seguidos, en los que ha marcado dos o más goles cada partido, y ha marcado 83 goles, a una media de 2,67 por encuentro. Pero no son más que datos, una concatenación de números que al final puede terminar dándose de bruces con una realidad: la de que este Barcelona, hoy por hoy, es mejor que el Real Madrid.

Los jugadores madridistas se han visto superados por la ansiedad y también por Manuel Pellegrini. Porque, claro está, el chileno no iba a quedar exonerado de culpas. El todavía técnico del Real Madrid –todo apunta a que no seguirá la próxima temporada pese a tener contrato hasta el 30 de junio de 2011– ha sido señalado por el dedo de la crítica, y con razón, a tenor de sus decisiones, muchas de las cuales han rayado el esperpento. Fernando Gago, por ejemplo, ha pasado del más puro ostracismo a ser indispensable en cuestión de semanas. Esteban Granero, de tener garantizado un hueco en el once a no figurar en la convocatoria del clásico. Mientras Marcelo, sorprendentemente en la alineación titular frente al Barça, cometía pifia tras pifia, Guti, posiblemente el futbolista con más talento de la plantilla, esperaba su oportunidad desde el banquillo. Para cuando el 14 ingresó al terreno de juego, ya era demasiado tarde.

Dicho de otra manera, para Pellegrini todo es blanco y al día siguiente es negro. Luego vuelve a ser blanco, después verde, morado…  No tiene un criterio definido el Ingeniero, que mientras permanece flemático al dedo acusador de la prensa y los aficionados, él agita a los estamentos del club con decisiones cuanto menos sospechosas, pese a que el siempre aplacador Valdano se encargue de negar la mayor.

Caprichos o no del destino, lo cierto es que el día 10 ha vuelto a resultar infausto para el madridismo: el 10 de noviembre, eliminación de la Copa del Rey a manos del Alcorcón; el 10 de marzo, empate contra el Lyon en el Bernabéu que suponía su prematuro adiós de Europa; y ahora, el 10 de abril de 2010, derrota en el clásico frente al Barcelona que puede suponer el inicio del fin de una era, la de Manuel Pellegrini como entrenador del Real Madrid.

Sin olvidar que, apenas dos horas antes de que diera comienzo el Madrid-Barça en el Bernabéu, el equipo blanco también procedía a la pertinente genuflexión ante los azulgranas en el clásico de la Liga ACB en el Palau Blaugrana. Pero eso es harina de otro costal. Eso entra dentro de la más absoluta normalidad tratándose de la séptima derrota de los blancos contra los azulgranas en ocho enfrentamientos esta temporada. Eso, al fin y al cabo, pertenece a un mundo, el de la canasta, que apenas tiene cabida si coincide en el tiempo con un acontecimiento que es capaz de paralizar un país de 44 millones de habitantes.

 

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