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Guillermo Dupuy

Anestesiados ante el desafío secesionista

Negarse a reconocer los avances reales de los adversarios no es forma de espantar el derrotismo sino una forma segura de sucumbir ante ellos

Coincido plenamente con García Domínguez en que no hay que dar por perdida Cataluña. Y coincido con él no porque considere, al igual que él, que los separatistas son todavía minoría en Cataluña, sino, más bien, porque, aunque ya no lo fueran, me niego a admitir que una mayoría regional, transitoria como las de cualquier otro ámbito, determine, en base a un falso y contradictorio derecho de autodeterminación, a qué Estado pertenece la ciudad de Sabadell o cuáles son las fronteras del Estado al que pertenece el resto de los ciudadanos españoles.

Ahora bien, una cosa es que nos tranquilicemos y otra, muy distinta, que nos anestesiemos. Porque yo no creo que Vargas Llosa o tantos parientes y amigos míos catalanes mientan cuando afirman que a principios de los años 70 no conocían a ningún catalán partidario de la secesión de España. Porque yo mismo recuerdo cómo, a mediados de los 90, nos alarmó en la redacción del periódico en el que entonces trabajaba un sondeo que afirmaba que el 12 por ciento de los catalanes sólo se sentía catalán.

Aunque haya jugado a su favor de manera decisiva la condescendencia de los Gobiernos de Madrid, el avance del separatismo en estos años en Cataluña constituye un éxito indiscutible de la ingeniería social nacionalista, por mucho que todavía no alcance la mayoría.

Otro tanto se puede decir del 9-N, que también considero, aunque me pese, un gran éxito de los nacionalistas. Y lo es no tanto porque los separatistas hayan logrado que uno de cada tres catalanes se hayan molestado en participar en una consulta clamorosamente ilegal; o porque nueve de cada diez de los que lo han hecho se hayan mostrado partidarios de la mal llamada independencia. Lo considero un éxito para los nacionalistas porque han logrado hacer caso omiso de la Ley; porque siendo una minoría, tanto en España como en Cataluña, han logrado, no sólo en ese asunto, borrar nuestras fronteras más preciosas, aquellas que configuran nuestra nación como Estado de Derecho. ¿Alguien se cree que el 9-N va a carrear para los separatistas el menor perjuicio penal o político?

No. No hay que dar por perdida Cataluña y me niego a admitir la falsa disyuntiva de elegir entre la secesión o una reforma constitucional que nos descoyunte todavía más como nación y como Estado de Derecho. Sin embargo, negarse a reconocer los avances reales de los adversarios no es forma de espantar el derrotismo, sino una forma segura de sucumbir ante ellos. Desgraciadamente, a eso se dedica buena parte de la prensa madrileña, trufada, por cierto, de no pocos catalanes.

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