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Guillermo Dupuy

El prescindible Ministerio de Cultura

Lo que la cultura requiere es libertad, creatividad artística, talento, ilusión, iniciativa empresarial, en el más amplio sentido de la palabra. Y eso no lo despachará nunca un Ministerio de Cultura, aunque lo dirigiese el mismísimo Luis María Anson.

Vaya por delante que no creo que Mariano Rajoy haya tenido en ningún momento la más mínima intención de suprimir el Ministerio de Cultura, tal y como se temía Luis María Anson en un reciente artículo. En cualquier caso, sería una espléndida noticia, pues el Ministerio de Cultura es a la cultura lo mismo que, a la vivienda o a la igualdad, eran los ministerios que dirigieron Trujillo y Aído.

Con todo, pocos argumentos hay mejores para avalar la supresión del innecesario, cuando no contraproducente, Ministerio de Cultura que los que utiliza Anson para abogar por su permanencia. Y es que si, como él dice, el idioma español ha desplazado al francés y se ha convertido en el segundo del mundo, no se debe en modo alguno a la existencia de ningún Ministerio de Cultura.

Así mismo, si nuestra literatura, nuestro teatro, nuestras artes plásticas, nuestros cantantes de ópera, también los populares, nuestra música, ocupan una posición cimera en el mundo actual, tal y como orgullosamente proclama Anson, ni ha sido, ni afortunadamente podía ser, gracias a que nuestros gobiernos hayan asumido como labor propia esos menesteres. Por el contrario, si muchos bodrios culturales, que no han concitado la menor admiración, han podido ver la luz, para vergüenza de nuestra cultura, ha sido gracias a ese amparo estatal que garantiza la costosísima existencia de un Ministerio de Cultura.

El perjuicio que ha ocasionado a la cultura española la existencia de un ministerio dedicado a ella es especialmente visible en el mundo del cine, donde la creatividad artística se ha marchitado para dar paso a la búsqueda de subvenciones y al halago político. Naturalmente, como en todo, habrá excepciones; pero esas excepciones las debemos siempre al talento o genio individual y no a ninguna instancia de índole estatal.

Alega Anson que, "desde el punto de vista internacional, cuando se alcanza la excelencia, la negociación y las relaciones culturales deben establecerse a nivel ministerial". Lo cierto es, sin embargo, que cuando "se alcanza la excelencia", es la propia excelencia la que ejerce de embajadora de sí misma y no requiere en modo alguno de instancias ministeriales, que lo que hacen, en realidad, es burocratizar cuando no folklorizar esa cultura.

Se queja Anson -en parte, con razón- de que "el centro derecha español ha cedido casi siempre la aduana cultural a la izquierda". "Yo me aventuré –prosigue Anson orgulloso- a desafiar tamaño despropósito y convertimos a El Cultural en la revista de referencia de la cultura española". Nuevamente Anson nos da involuntariamente un argumento más para que la cultura se cultive y se desarrolle en el ámbito de la sociedad civil y no en los despachos ministeriales. Y es que la reivindicación ansoniana del Ministerio de Cultura no es más que otra forma de alimentar los complejos de una derecha que todavía cree que no hay auténtica preocupación por un asunto si a ese asunto no se le dedica un ministerio. Ni la igualdad –naturalmente la elogiable igualdad ante la ley-, ni la vivienda, ni la cultura, necesitan de orwellianos ministerios. La igualdad es cosa de leyes y tribunales, como la vivienda es cosa de promotores, arquitectos y, en general, de quienes se dedican a construirlas, alquilarlas o venderlas.

La cultura no requiere aduanas, ni de derechas, ni de izquierdas. No necesita excepciones, ni tutelas estatales, ni direcciones políticas, ni funcionarios ni financiación coactiva. Lo que requiere es libertad, creatividad artística, talento, ilusión, iniciativa empresarial, en el más amplio sentido de la palabra. Y eso no lo despacha ni lo despachará nunca un Ministerio de Cultura, aunque estuviese dirigido por el mismísimo Luis María Anson.

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