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Guillermo Dupuy

ETA y el teatro español

Lo que es de Berlanga es ver a una clase política y mediática denegar el aplauso al teatro etarra únicamente por la falta de 'atrezzo'.

Ya he advertido en numerosas ocasiones de que lo de la "entrega de las armas" es, en el mejor de los casos, una estupidez y, en el peor, una maquillada oferta de impunidad. La clase política española, salvo raras excepciones, no ha dejado nunca de moverse en uno de esos dos terrenos y, consecuentemente, ha venido insistentemente reclamando a los terroristas circenses y propagandísticos numeritos en los que los etarras nos anunciaran el fin definitivo de su lucha armada, su disolución o la ya mencionada entrega de las armas.

Menos mal que lo de los etarras no es, precisamente, el teatro. Si llega a serlo, o, simplemente, si se hubiesen esforzado un poquito más a la hora de hacer la interpretación, con algo más de atrezzo, nuestra generosa clase política y mediática los hubiera aplaudido con el mismo crédulo entusiasmo con el que celebraron aquel numerito en el que unos encapuchados nos anunciaron, puño en alto, el "cese definitivo" de su actividad criminal.

Es cierto que, por aquel entonces, los terroristas no tuvieron que disfrazarse de hare krisnas, interpretar arrepentimiento alguno u ocultar su fidelidad a los objetivos totalitarios de siempre, para que nuestra generosa y predispuesta clase política y mediática les ovacionara como heraldos de la paz o portadores de "buenas noticias".

También es cierto que siempre que los españoles se han creído que los terroristas estaban en mejor disposición de la que realmente estaban no ha sido gracias a las labores interpretativas de los etarras, sino a una clase política que jamás ha repudiado el paradigma del "final dialogado de la violencia" que anidaba en su funesto Pacto de Ajuria Enea.

Por mucho, sin embargo, que nuestra clase política, cuando de numeritos etarras se trata, sea de aplauso fácil, y por muy necesitada que esté de esos numeritos de paz para justificar impunidades y concesiones electorales, lo de poner encima un par de pistolas y un puñado de balas, que encima luego se vuelven a llevar, es quedarse muy corto. De hecho, sólo han arrancado aplausos de los nacionalistas y de algún socialista, más por inercia que por convicción.

Algo se debía de oler el ministro del Interior, quien, a pesar de haberse pasado todo su mandato pidiendo a ETA la "entrega de las armas" o el no menos circense "anuncio de disolución", adelantó un día antes del último estreno etarra que no iba a favorecer "el teatro de ETA". Para una clase política que nos ha anunciado el fin del terrorismo siempre en función de una versión maquillada de lo que realmente dicen y hacen los terroristas, habría bastado que ETA hubiera puesto un buen arsenal sobre la mesa. Así nuestra teatrera clase política y mediática hubiera aplaudido con las orejas y hasta dejado caer, como en otras ocasiones, una lagrimita de emoción.

A pesar de ser de lo más presentable de nuestra clase política, dice Rosa Díez que el video del desarme "es una cosa de Berlanga". No. Lo que es de Berlanga, o algo mucho peor, es una clase política que, en lugar de pedir la detención y el encarcelamiento de los etarras, se dedica a pedirles su disolución y la entrega de armas. Lo que es de Berlanga es ver a una clase política y mediática denegar el aplauso al teatro etarra únicamente por su falta de atrezzo.

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