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Guillermo Dupuy

Hay que fiarse de ETA

Yo comprendo que si ETA se hubiera dirigido a las autoridades españolas y francesas y, sobre todo, a sus víctimas, en términos similares a los que utilizó el arrepentido hijo pródigo de los Evangelios, alguien pudiera decir que no hay que fiarse de ETA

"ETA vuelve a condicionar su alto el fuego a la consecución de los objetivos por los que ha venido asesinando". Si este fuera el titular con el que la clase política y mediática de nuestro país hubiese resumido el más reciente comunicado de "alto el fuego" de ETA, les podría decir que no sólo deben fiarse de los terroristas, sino también de nuestros políticos y comunicadores.

Desgraciadamente, sin embargo, buena parte de nuestras élites políticas y mediáticas –principales responsables de que los terroristas ni den muestras de arrepentimiento ni siquiera de que hayan perdido sus esperanzas de obtener beneficios políticos y penitenciarios–, en lugar de referirse al enésimo chantaje en forma de tregua de los terroristas, maquillan su comunicado como si de una claudicación y de un abandono definitivo, incondicional e irreversible de las armas se tratara. Así, estos políticos y periodistas destacan el carácter "permanente" y "general" de lo que, no por estos adjetivos, deja de ser claramente y sin engaño alguno una simple tregua o un alto el fuego; esto es, un cese meramente temporal y, sobre todo, condicionado, en este caso, a la consecución de los objetivos secesionistas para esa entelequia que los terroristas denominan "Euskal Herria".

Poco importa que los terroristas, lejos de anunciar su abandono de las armas, lo que hayan exigido con toda claridad en su comunicado a las autoridades francesas y españolas es que abandonen el imperio de la ley, el mismo que los criminales –hoy como siempre– califican de "medidas represivas" y de "negación de Euskal Herria". Poco les parece importar también a estas élites, tramposas a fuer de desconfiadas, que, lejos de repudiar su pasado, los terroristas dejen una vez más, negro sobre blanco, que "ETA no cejará en su esfuerzo y su lucha por impulsar y llevar a término" esa involución rupturista y totalitaria que los terroristas –hoy como siempre, tanto cuando anunciaban treguas como cuando reivindicaban atentados– calificaban y siguen calificando de "proceso democrático".

Yo comprendo que si ETA se hubiera dirigido a las autoridades españolas y francesas y, sobre todo, a sus víctimas, en términos similares a los que se dirigió a su padre el arrepentido hijo pródigo de los Evangelios, alguien pudiera decir que "no hay que fiarse de ETA" o, como ha dicho Rosa Diez, "ni Zapatero puede dejarse engañar". ¿Pero en qué no nos debemos fiar de ETA? ¿En qué creemos que nos pueden hacer trampas o nos pretende engañar? ¿En que, en lugar de una enloquecida fuente de sufrimiento humano, los terroristas sigan considerándose a sí mismos una organización revolucionaria de liberación nacional? ¿En que sigan condicionando "el final de la confrontación armada" a los objetivos por los que han venido asesinando a casi un millar de personas?

Los terroristas no sólo dan por descontada su impunidad sino que dejan clarísimamente y negro sobre blanco que su alto el fuego, lejos de ser incondicional e irreversible, es condicionado a la consecución de sus delirios ideológicos. No es de extrañar que la impunidad la den por descontada, viendo la cantidad de veces que nuestras élites la han disfrazado de generosidad, viendo cómo muchos de sus delitos prescriben, viendo la prodigalidad de este Gobierno a la hora de conceder permisos penitenciarios y excarcelaciones. Con todo, si ETA se mantiene fiel a sus objetivos de siempre, los mismos a los que han condicionado esta como todas sus pasadas treguas, y vuelve a las andadas, no lo duden: los mismos que ahora dicen no fiarse de su chantaje, dirán que los criminales han hecho trampas.

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