No se si Don Juan Carlos se reservará el título de Conde de Barcelona, tal y como hizo su padre, o cualquier otro que nos evite a partir de ahora tener que referirnos a él con fórmulas tales como "el padre del Rey" o "el Rey padre". Lo que es seguro es que de la Cataluña nacionalista va a proceder el primer y más serio desafío contra la Corona que simboliza y debe seguir simbolizando la "unidad y permanencia" de la nación española.
No se distraigan los lectores con las protestas, manifestaciones y demás numeritos circenses con los que la izquierda instalada o asilvestrada de IU o de Podemos reclaman un referéndum a favor de la república o de la monarquía: El verdadero y más inminente peligro para el reinado de Felipe VI lo constituye aquello que el presidente de la Generalidad, Artur Mas, ha proclamado nada más conocer la noticia de la abdicación de Don Juan Carlos. "Habrá cambio de Rey, habrá cambio en la Jefatura del Estado español, pero no en el proceso político que está siguiendo el pueblo de Cataluña para que el 9 de noviembre podamos decidir nuestro futuro colectivo".
Es cierto que un monarca constitucional, que reina pero no gobierna, lo tiene difícil para disipar este desafío ilegal a la nación en la que se sustenta la Corona; más aun cuando al frente de la nación hay un gobierno que, de forma irresponsable y acomplejada, concede impunidad y financiación, indirecta pero decisiva, a los promotores del delictivo proceso de ruptura nacional. Con todo, Felipe VI tendrá asignadas, como las ha tenido su antecesor, unas funciones constitucionales de "arbitraje y moderación" que pueden y deben ser desempeñados para señalar a los nacionalistas las líneas rojas que nos configuran como nación y como Estado de Derecho.
Confiemos en que Don Felipe no utilice esa autoritas que le conferirá ser Rey de España para intentar dar la mano a quienes no se la quieren estrechar o para compadrear o intentar contentar a los que no se van a contentar, sino que haga uso de ella en defensa de la legalidad y contra quienes quieren saltársela a la torera. Esta función de moderación, tanto como la exigible ejemplaridad en su vida privada, será esencial para la continuidad de la nación y, con ella, de nuestra monarquia.
No es, en definitiva, la revolución antisistema ni los peregrinos argumentos de quienes contraponen monarquía a democracia los que amenazan, antes de nacer, el reinado de Felipe VI, sino los complejos, la falta de regeneración y la falta de observancia al Estado de Derecho de quienes ocupan y rigen nuestras instituciones.