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Guillermo Dupuy

Una huelga abocada al fracaso

Si desde el PP quieren protestar contra Zapatero, que sean ellos los que convoquen una gran manifestación contra el Gobierno. Eso sí, en festivo, sin malas compañías y con el discurso radicalmente reformista que requiere nuestra mortecina economía.

Los sindicatos ya han anunciado la convocatoria de una huelga general contra una reforma laboral que el Gobierno todavía no ha sacado adelante. A pesar del desatado y justificado malestar contra el Gobierno, es muy probable, sin embargo, que los sindicatos cosechen el mismo sonoro fracaso que el obtenido en la reciente huelga de los funcionarios, y por muy similares razones.

Por un parte, cada vez son más los españoles que acertadamente identifican a estos privilegiados vividores del trabajo ajeno como los principales cómplices del Gobierno a la hora de negar la existencia de la crisis, así como los principales responsables del despilfarro público en el que incurrió el Ejecutivo como supuesta forma de salir de ella.

Por otra parte, aunque las expresiones "despido libre" o "abaratamiento del despido" sigan siendo expresiones malditas, hay cada vez más gente que es consciente de que la verdadera agresión a los trabajadores lo ha constituido un irresponsable inmovilismo que nos ha aproximado a los cinco millones de parados. Así, y a pesar de la nula pedagogía política que a favor de la contratación libre hacen los supuestos partidarios de la flexibilización de la rígida, coactiva y empobrecedora regulación de nuestro mercado laboral, ya son muchos los ciudadanos de a pie –sobre todo los que nutren las filas del desempleo– que sensatamente dan prioridad al hecho de encontrar un empleo, con absoluta independencia del importe que tendría un eventual y futuro despido.

Aunque mucho más minoritario, también es creciente el número de ciudadanos que, desde sanas posiciones individualistas, no quieren que ciegos convenios colectivos ni privilegiados representantes sindicales que viven, no sólo ajenos a la realidad de cada empresa, sino a la realidad de cada trabajador desempleado, sean los que decidan por ellos a la hora de aceptar o de rechazar determinadas condiciones de trabajo.

Hay otra buena razón, además, para que muchos españoles no quieran tener a los sindicatos como compañeros de viaje, ni siquiera para protestar contra el Gobierno. Y es el hecho de que los sindicatos, siendo los cómplices de la política que nos ha llevado a endeudarnos hasta las cejas, se han librado, sin embargo, del recorte al que nos ha abocado esa insostenle huida hacia adelante. Por el contrario, y tal y como denunciaba la prensa económica este lunes, los sindicalistas de UGT se han beneficiado durante los últimos dos año de crisis de una subida salarial superior al 7%.

Por todo ello, junto con la responsable consciencia de que una huelga no es precisamente la forma más conveniente de protesta con la que está cayendo, es muy previsible que esta huelga general se convierta en una nueva prueba del creciente y justificado descrédito de unas organizaciones que, como los sindicatos, han hecho de la usurpación de los derechos de los trabajadores y de sus rentas su forma de vida.

Aunque ignore cuál vaya a ser el calado de la tardía reforma que lleve a cabo el Gobierno, no quiero concluir sin felicitar al PP por desmarcarse claramente de esta huelga, tal y como parece que ha hecho la dirección nacional este lunes. Esperemos que esta vez no venga ningún González Pons a competir en irresponsabilidad y demagogia con los sindicatos. Si desde el PP quieren protestar contra Zapatero –cosa que, al margen de la subida de impuestos, también deberían de hacer si esta reforma no es de la suficiente profundidad– que sean ellos los que convoquen una gran manifestación contra el Gobierno. Eso sí, en festivo, sin malas compañías y con el discurso radicalmente reformista y liberalizador que requiere nuestra mortecina economía.

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