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Guillermo Hirschfeld

Ahora ya no hay excusa

Queremos para Cuba lo mismo que para España, es decir, democracia, Estado de Derecho, respeto por los derechos fundamentales y libertades individuales.

Queremos para Cuba lo mismo que para España, es decir, democracia, Estado de Derecho, respeto por los derechos fundamentales y libertades individuales.

Tras más de cincuenta años de altísima tensión política entre los EEUU y Cuba, los mandatarios de ambos países han anunciado la normalización de sus relaciones diplomáticas. Todo indica que se abre una nueva etapa.

Cuba es una dictadura, es el problema y no es ninguna novedad. Lamentablemente, si bien se ha avanzado mucho en los procesos de democratización en el mundo, no conforman una gran mayoría los países que cuentan con auténticas democracias con los componentes esenciales del Estado de Derecho y un respeto irrestricto por los derechos humanos y las libertades individuales. En ese sentido, cabe destacar que, durante estas décadas en que EEUU no ha tenido relaciones con Cuba, sí las ha tenido con otras muchas dictaduras.

Por ello, incurriríamos en un error si pensáramos que el solo hecho de establecer relaciones diplomáticas con un Estado dictatorial significa ineludiblemente identificarse con su régimen o claudicar en los esfuerzos para que éste avance hacia una democracia con respeto por los derechos fundamentales. Pero también lo haríamos si creyésemos que por el mero hecho de estrechar relaciones con una dictadura se producirá automáticamente el efecto deseable de facilitar su transición democrática.

En este acuerdo, de un lado y del otro, han desempeñado un papel decisivo factores de política interna de cada uno de los países. De un lado, los resultados obtenidos por el presidente Obama en la última elección quizá lo impulsaron a redirigir el rumbo con dos claros objetivos en la maniobra: quedar en los libros como el presidente que fomentó un cambio histórico en las relaciones de su país con Cuba y dar fuertes señales al electorado latino, imprescindible para ganar las elecciones en EEUU. Por el otro, la extraordinaria caída del precio del petróleo, que vaticina una catástrofe aun mayor para la economía venezolana, y siendo Venezuela la usina de oxígeno para el régimen cubano desde la llegada del chavismo, tal vez constituyó la variable que empujó a los Castro a buscar una nueva salida.

No se puede soslayar que el embargo y la falta de relaciones con EEUU le venían bien a Cuba para generar un relato del enemigo exterior culpable del sometimiento de su pueblo y como excusa para justificar la miseria y el hambre que sufrían los cubanos. Penurias que obedecían exclusivamente a las malas políticas de un sistema dictatorial como el comunismo, siempre condenado al fracaso. El régimen cubano había utilizado el embargo en muchísimas ocasiones para victimizarse y así poder tener una coartada para otorgar explicaciones a los malos rendimientos. El embargo era funcional al régimen.

Hoy, se acabaron las excusas.

Ojalá que el actual presidente de los Estados Unidos considere que los derechos humanos y las libertades individuales son de carácter universal, al margen de la raza, de la etnia, de la religión o del lugar del mundo donde un Estado se haga presente. Mantenerse firme en una posición de defensa de los principios de la democracia representativa quizá no sea una garantía de cambio para mover al régimen, pero es lo moralmente correcto y ofrece un testimonio de esperanza para el futuro.

Desde España y Latinoamérica, sentimos adoración por Cuba y su pueblo. Por eso deseamos con tanta fuerza que este acuerdo pueda ser el preludio de una transición hacia la democracia en la Isla; porque -parafraseando al expresidente José María Aznar, que cada vez que tenía ocasión de hablar sobre un país con el que guardamos lazos afectivos tan fuertes- queremos para Cuba lo mismo que queremos para España, es decir, democracia, Estado de Derecho, respeto por los derechos fundamentales y libertades individuales.

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