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Guillermo Rodríguez

La culpa es del píxel

La paulatina reducción de precios y la apabullante implantación en otros dispositivos, como los teléfonos móviles, han hecho el resto para matar a las cámaras analógicas.

El pasado viernes, AgfaPhoto presentó suspensión de pagos ante un tribunal de Colonia. Su negocio de películas, papel fotográfico, material de laboratorio y productos químicos para el revelado está en quiebra. No es la única.
 
La legendaria Leica registró en el último ejercicio, cerrado el 31 de marzo, unas pérdidas operativas de 12,8 millones de euros. El pasado mes de abril, Kodak presentó unas pérdidas en el primer trimestre de 142 millones de dólares frente a los 21 millones de beneficios obtenidos en el mismo período del año pasado. Por su lado, la japonesa Olympus acaba de anunciar que recortará 4.000 empleos con el objetivo de recuperar la rentabilidad. Ya en el remoto 2001 Polaroid se declaró en quiebra. Canon –líder en la venta de cámaras digitales– ha puesto las analógicas o químicas a precio de saldo...
 
Todas estas compañías –unas de forma más dolorosa, otras con la resignación ante lo inevitable–, están abandonando el negocio que las convirtió en firmas de referencia en el sector fotográfico para pasarse al digital. Nadie puede decir que el cambio las ha cogido desprevenidas: la tendencia se trocó hace un par de años, cuando por primera vez se comercializaron más cámaras digitales que analógicas. Lo que entonces era una tendencia, hoy se ha convertido en una sólida realidad: la diferencia en las cifras de ventas continúa aumentando mes a mes. Y así seguirá en el futuro. La fotografía analógica han entrado en una crisis de la que ya no saldrá jamás.
 
En realidad, el comienzo de la crisis viene de lejos: en 1990 Adobe lanzó la versión 1.0. de Photoshop, un programa de tratamiento de imágenes que impulsó a muchos usuarios a adquirir las primeras (y por aquel entonces costosas) cámaras digitales. La paulatina reducción de precios y la apabullante implantación en otros dispositivos, como los teléfonos móviles, han hecho el resto para matar a las cámaras analógicas.
 
¿Quién sigue prefiriendo hoy una cámara química a otra digital? Sólo lo profesionales, los reacios al cambio o, sencillamente, aquellos que no pueden costearse el cambio. Influyen demasiados factores como para seguir prefiriendo comprar el carrete, tirar 30 fotografías, ir al laboratorio y esperar unas horas hasta que se obtienen las capturas en papel. Y luego, claro, colocarlas en el álbum de fotos, de mucho mayor volumen que un simple CD. Con estos mimbres, no es extraño que las ventas de cámaras digitales crezcan este año en torno al 12,6 por ciento, hasta facturar 20,5 millones de unidades. Y que, al mismo tiempo, las ventas de carretes caigan un 18 por ciento.
 
Al menos en este caso, las compañías de fotografía han reaccionado al embate de las nuevas tecnologías. No se puede decir lo mismo, sin embargo, de otros sectores. Y es que al igual que los píxeles han cavado la tumba del carrete, el MP3 está echando paletadas sobre el CD y el vídeo bajo demanda –con un poco más de retraso de los previsto– acabará echando el cierre de los videoclubes.

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