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Guillermo Rodríguez

Las cifras mienten

No basta con leer una noticia. Hay que interpretarla, pensarla y regurgitarla para sacar una conclusión lo más cercana posible a la realidad. En muchas ocasiones, la labor de los periodistas se limita a reproducir, con mayor o menor fidelidad, lo que se dice en una rueda de prensa o en una entrevista. Luego es el lector quien debe separar el grano de la paja, la realidad de la exageración, la verdad de la mentira.

Existen muchos ejemplos de esa dañina tendencia a arrojar datos y no especificar cómo se ha llegado a ellos. Uno se publicaba ayer en estas mismas páginas y fue tomado de una agencia de comunicación. El titular era, aparentemente, inquietante: “Mas de 150.000 personas vieron Mortadelo y Filemón gracias a descargas ilegales en Internet”. Por mucho que se buscara, la información no detallaba cómo habían recabado estos datos los representantes de Artistas e Intérpretes, Sociedad de Gestión de España (AISGE), quienes los habían expuesto ante el Senado.

150.000 personas. Mucha gente. Es a partir de esta cifra desde donde tiene que comenzar la reflexión. ¿Cuenta la AISGE con los mecanismos para controlar todos y cada uno de los programas que permiten la descarga gratuita de películas? Kazaa, Emule, eDonkey, WinMX, Soulseek... ¿Ha registrado con exactitud los movimientos de los internautas en estas redes P2P? En el caso de que lo hubiera conseguido (lo que obligaría a concederle un premio a la eficacia), cabe plantearse una nueva pregunta. Cuando un internauta se baja una película, ¿la disfruta en soledad? Porque lo normal es que el pirata comparta el botín con sus amigos y familiares. Con lo cual, y si fuera cierto que la AISGE ha rastreado todos los programas P2P, la cifra podría ser incluso mayor.

No obstante, todo parece indicar que los datos se han presentado un poco a la ligera. Se cocinan los números y se abultan un poco para que el resto del argumento (“si la venta callejera de música pirata ha desbordado a la industria musical, la amenaza es ahora también contra el cine”) gane fuerza. Y tan panchos, que los lectores se quedan con la cantinela de las 150.000 personas y no se molestan en digerirlo.

Existen más ejemplos. Según la IFPI (organismo que asocia a las discográficas en todo el mundo), la industria de la música perdió 4.000 millones de euros por culpa de la piratería.

Analicemos de nuevo estos datos. ¿Cómo ha llegado la IFPI a tamaña cifra? ¿No se referirá, acaso, a lo que han dejado de ingresar las discográficas? El planteamiento es simple como un botijo: todo lo que no hemos ganado este año se lo apuntamos en el debe a la piratería. Y punto. No se tienen en cuenta otras variables, como que la gente deje de comprar discos porque sí. Es sorprendente que la industria musical se arrogue el derecho a crecer al mismo ritmo todos los años. Caso similar se produce cuando los responsables de las SGAE comunicaron que en 2002 se vendieron 25 millones de copias ilegales en el top-manta. Arduo trabajo debió ser el de los empleados de la asociación encargados de supervisar, manta tras manta, los discos que se llevaban los viandantes. Porque sólo así se puede saber con exactitud el número de CD que se venden en los puestos callejeros.

A pesar de todos estos maquillajes, hay cifras rotundas que no tienen mayor explicación. Por ejemplo, que los dominios .es subirán un 52% a partir de diciembre hasta los 110 euros anuales(cien en el caso de que sea una renovación), lo que supone cinco veces más que el precio por hacerse con un .com. En este punto, el lector debe plantearse una pregunta bien distinta a las formuladas anteriormente: ¿Es esta la forma con la que el Ministerio de Ciencia y Tecnología pretende fomentar la Sociedad de la Información?


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