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Guillermo Rodríguez

Por la boca muere la OPV

Uno, que es muy iluso, piensa que cuando una compañía sale a Bolsa es porque lo tiene todo atado y bien atado. Pisar el parqué no debería ser un capricho, menos aún una experiencia excitante con la que se pretende conseguir el máximo de millones en el menor tiempo posible. Aunque a veces suceda: esa es la sensación que generaron las decenas de puntocom que lanzaron su Oferta Pública de Venta (OPV) de acciones en pleno el boom de Internet.
 
En aquella ocasión se recurrieron a engañifas poco éticas: los inversores carecían de información sobre la situación y perspectivas de la empresa que, por contra, sí poseían los insiders (directivos, administrativos, gestores). El precio de las acciones no reflejaba el verdadero valor de la compañía, provocando que empresas sobrevaloradas lanzaran su OPV con la intención de ganar toneladas de dinero gracias a la desinformación de los inversores externos.
 
Los responsables financieros de las empresas que cotizan en Bolsa deben tener cuadrados todos los números, la compañía debe presentar unas cuentas saneadas y, sobre todo, no debe hacerse nada que altere el ánimo de los inversores en el periodo que transcurre desde que se anuncia la OPV hasta que finalmente se hace efectiva.
 
La última (“no hablarás en vano”) es una regla que no tiene nada que ver con estrategias bursátiles. Es simple lógica. Lo mejor que puede hacer una compañía en ese periodo de calma chicha es desaparecer y, a lo sumo, si se es noticia que sea por algo positivo. Así lo hizo Google. El escepticismo que generó el anuncio del lanzamiento de GMail, dado a conocer el 1 de abril, día de los santos inocentes en Estados Unidos, quedó fulminado por la tesis más racional: la compañía no podía cometer la estupidez de lanzar una broma de ese calibre en pleno periodo de prueba antes de salir a Bolsa. La cosa estaba clara: o Google había cometido el mayor error de su historia o la noticia era fidedigna. Ocurrió lo segundo.
 
Por todo esto uno se sorprende cuando una compañía que anuncia su salida a Bolsa comete errores dignos de un principiante. La OPV de Salesforce.com, una de las mayores firmas de servicios CRM, se había convertido en la segunda más esperada del sector tras la de Google. Sus responsables anunciaron su llegada al parqué a mediados de junio. Todo iba como debiera hasta que el pasado 9 de mayo Marc Benioff, CEO de la compañía, concedió una extensa entrevista al diario The New York Times. En ella ofrecía claves del desarrollo y estrategia de negocio de su compañía que no había detallado a la SEC, la Comisión de Valores estadounidense.
 
Como es lógico, la entrevista desató la ira de la SEC, que impuso un retraso de la OPV previendo las críticas de los inversores al constatar que el máximo responsable de la compañía se había soltado la lengua aportando datos que hasta ese momento se desconocían.
 
Con el paso de las semanas las declaraciones de Benioff han ido creciendo en forma de bola de nieve. Ahora la SEC podría obligar a Salesforce a recomprar al precio original los 10 millones de acciones que iba a emitir. En el folleto de salida, el precio por título oscilaba entre los 7,50 y los 8,50 dólares. En caso de que la orden de la SEC se haga efectiva, el futuro de la compañía quedaría pendiente de un hilo, al margen de que el precio del valor descendería notablemente en caso de que tratara de salir a Bolsa de nuevo.
 
Si uno es empresario, vive en Estados Unidos y pretende salir a Bolsa, como mínimo debe conocerse la ley de 1933 que limita a las compañías a hacer declaraciones en el periodo que va desde el anuncio de la OPV hasta 25 días después de que ésta se haya materializado. Las compañías, dice la ley, sólo podrán emitir información que forme parte de las comunicaciones corporativas habituales, como campañas de publicidad o resultados financieros.
 
Las ansias de protagonismo o el exceso de entusiasmo demostrados por Marc Benioff también deben acatar la ley.
 

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