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LA GUERRA FRÍA

Jruschov mata al padre

El XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética tuvo lugar en Moscú entre el 14 y el 25 de febrero de 1956. Al final del mismo, Jruschov dio un larguísimo discurso a puerta cerrada en el que denunció a Stalin por su crueldad, por sus métodos y, sobre todo, por la traición que al marxismo-leninismo suponía el "culto a la personalidad" de que había sido objeto.  


	El XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética tuvo lugar en Moscú entre el 14 y el 25 de febrero de 1956. Al final del mismo, Jruschov dio un larguísimo discurso a puerta cerrada en el que denunció a Stalin por su crueldad, por sus métodos y, sobre todo, por la traición que al marxismo-leninismo suponía el "culto a la personalidad" de que había sido objeto.  

Algunos historiadores de la Guerra Fría tratan el XX Congreso del PCUS como la natural consecuencia de la muerte de Stalin. Dada la brutal crueldad del personaje y lo horripilante de sus crímenes, parece lógico que su sucesor renegara de él y renunciara a su legado. Sin embargo, hay en esto alguna contradicción. Entra dentro de lo lógico que quien le sucediera se diera cuenta de la imposibilidad de continuar una política que conducía a la inanición del pueblo soviético en el interior y al enfrentamiento bélico con los Estados Unidos en el exterior, con el consiguiente riesgo de ataque nuclear. Pero eso no implica que fuera indispensable ni necesario ni conveniente poner al fallecido dictador como no digan dueñas en un congreso del Partido. Los sucesores del despiadado georgiano podían haber modificado la política estalinista y dulcificar sus métodos, o incluso dar un giro de ciento ochenta grados a su política, sin necesidad de denunciar el estalinismo. No es fácil entender por qué Jruschov lo hizo. Y no lo es por los muchos peligros, frente a la escasez de ventajas, que conllevaba hacerlo.

La desestalinización del comunismo soviético

Stalin era un personaje queridísimo dentro y fuera de la URSS. Para los rusos era el héroe que había vencido al monstruo nazi en la Gran Guerra Patriótica. Es verdad que no había libertad y que la policía secreta cometía abusos y detenciones arbitrarias, pero eso no era nada nuevo, pues ya pasaba en tiempos del zar y luego en los de Lenin. Para los comunistas de todo el mundo, Stalin era el líder indiscutible, la persona que parecía capaz de convertir en realidad el sueño de un mundo universalmente comunista. Baste recordar, para entenderlo, los poemas que a su muerte escribieron Pablo Neruda, "Oda a Stalin", y Rafael Alberti, "Redoble lento por la muerte de Stalin". ¿Tenía sentido defraudar a tanto admirador? ¿Había algo que ganar a cambio del desprestigio que el comunismo internacional padecería? No debe olvidarse que muchos de los crímenes estalinistas eran completamente desconocidos para la opinión pública interior y exterior. Y sin embargo a Jruschov le interesó denunciarlo públicamente.

Se dirá que el discurso fue dado a puerta cerrada. Pero ha de tenerse en cuenta que los delegados que atónitos lo escucharon recibieron instrucciones de difundir su contenido discretamente entre los dirigentes locales, que el texto fue filtrado a Occidente hasta llegar a ser publicado más o menos íntegramente en julio de ese mismo 1956 y que la resolución del Partido Comunista de la Unión Soviética de 30 de junio, ampliamente recogida por la prensa rusa, se refería al asunto con toda claridad al hablar de "la superación del culto a la personalidad y sus consecuencias".

Por otro lado, a Jruschov no podía serle fácil denunciar unos crímenes de los que él era cómplice, cuando menos, por omisión. Encima, la denuncia de los métodos de Stalin fue acompañada de la alabanza de los de Lenin, esencialmente igual de crueles. Lo que acabó suponiendo que lo que Jruschov denunció no fue tanto lo odioso de los métodos como contra quiénes fueron aplicados por el georgiano. Las contradicciones llegaron hasta el punto de que se denunció la persecución estaliniana de buenos estalinistas, como si las persecuciones fueran algo ajeno al estalinismo, llevadas a cabo por un antiestalinista llamado Stalin.

En cualquier caso, aunque Jruschov no lo pretendiera, las denuncias no alcanzaron sólo a Stalin o al estalinismo, sino a todo el sistema. Las terribles consecuencias que en forma de desprestigio del comunismo tuvieron fuera y dentro de la URSS son fácilmente imaginables. Y Jruschov no podía hacerse ilusiones acerca de lo negativas que serían para el movimiento comunista internacional. La cuestión, entonces, es: ¿por qué lo hizo?

Las razones de Jruschov

La explicación más frecuente que puede encontrarse en los libros de historia es que el nuevo amo del Kremlin quería dar un giro completo a la política estalinista dentro y fuera de la URSS. Por una lado, Jruschov era consciente de que los enormes sacrificios que soportaba el pueblo a causa de la carrera de armamentos no podían sostenerse indefinidamente sin provocar alguna clase de revuelta (en la primavera de 1953 había habido levantamientos obreros en Alemania del Este). Era por tanto indispensable mejorar su nivel de vida. Esta mejora habría de ser además un aliciente con el que atraer a otros pueblos hacia el comunismo. En cambio, si, por mor de la carrera de armamentos, se mantenía a los ciudadanos soviéticos en la miseria, ningún otro pueblo del mundo querría abrazar el comunismo y la pobreza que llevaba implícita... y que reflejaba el espejo soviético. Por utilizar las palabras de la época, era necesario gastar más en mantequilla y menos en cañones. Acabar con la carrera de armamentos exigía, sin embargo, llegar a una entente con Occidente, lo que por entonces se llamó "coexistencia pacífica". Mucho más necesaria cuando las armas nucleares habían hecho inaceptable la posibilidad de un abierto conflicto armado. Jrushov aceptó ese precio.

Por supuesto, este planteamiento constituía un vuelco de la política de Stalin, y para justificarlo, parecen entender algunos historiadores, era necesario denunciar el estalinismo y emprender la desestalinización de la sociedad soviética. Pero adoptar tal camino no era indispensable. No habría sido la primera vez, ni la última, en que un dirigente diera la vuelta a la política de su antecesor deshaciéndose en elogios hacia él.

Así pues, la convicción de la necesidad de dar un golpe de timón a la política estalinista no basta para explicar que Jruschov se viera empujado a denunciar cuasi públicamente sus crímenes. Tiene que haber otras.

Fuera o no esencial, alguna influencia tuvo que tener el discurso que Anastas Mikoyan pronunció en el Congreso el 16 de febrero. Mikoyan dirigió una crítica velada al culto a la personalidad del estalinismo para extenderla luego, de un modo aún más velado, a Jruschov cuando hizo alusión a Stanislav Kosior, uno de los camaradas víctima del estalinismo en 1938 y a quien el nuevo secretario general sucedió en Ucrania tras ser arrestado. A la vista de esta denuncia del estalinismo y de sus cómplices, lo que incluía a Jruschov, a éste no le quedó otra posibilidad que unirse a la denuncia con el entusiasmo del converso o arriesgarse a ser víctima de la caza que podía abrirse si la denuncia de Mikoyan prosperaba. De alguna manera, enfrentado a tener que decidir entre disolver la manifestación antiestalinista o ponerse al frente de ella, Jruschov eligió esto último.

Hoy es mayoritaria la tesis de que Stalin murió de muerte natural, pero todavía hay quien defiende, siquiera como posibilidad, que muriera envenenado. En 1953 Stalin había llegado a tal grado de paranoia, que su afán por eliminar potenciales enemigos amenazaba con acabar con todos los dirigentes comunistas. No habría tenido nada de particular que un grupo más o menos reducido hubiera decidido acabar con la vida del dictador antes de que él los matara a todos. Si entre los conjurados hubiera estado Jruschov, habría sido muy natural que, antes de ser acusado, hubiera querido justificar el asesinato denunciando públicamente los crímenes de Stalin y el favor que liquidándolo habían hecho a la URSS sus asesinos. Habría sido una manera de ponerse la venda antes de la herida.

Cabe también que influyera la inequívoca transformación de la Unión Soviética. En 1956 la Revolución de Octubre estaba a punto de cumplir cuarenta años y ya apenas quedaban revolucionarios de la primera ola, casi todos habían muerto por causas naturales o en las periódicas purgas estalinistas. En los altos puestos del partido apenas quedaban obreros o campesinos, y lo que había eran funcionarios civiles y militares, burócratas a fin de cuentas. Esta nueva aristocracia salida del aparato del partido, no de las fábricas ni de los campos, reclamaba el poder. La desestalinización era el medio para lograrlo, pues permitía jubilar a toda la vieja guardia por estar manchada del estalinismo que se quería denunciar. Nuevamente, puede que Jruschov, ante la tesitura de tener que decidir entre enfrentarse a las nuevas estrellas ascendentes o ponerse al frente de ellas como uno más, eligiera lo último.

Consecuencias de la desestalinización

Fueran cuales fueran las razones de Jruschov para denunciar públicamente a Stalin, los efectos fueron letales para el sistema soviético. Siempre se ha dicho que Gorbachov acabó con él cuando intentó suavizarlo y hacerlo más humano. Es cierto, pero quien en realidad le clavó el primer puñal fue el propio Jruschov en ese XX Congreso.

Ante todo, Jruschov renegó de la convicción marxista-leninista de que el comunismo no podía convivir con el capitalismo, el enfrentamiento era inevitable y uno de los dos perecería. El tiempo dio la razón a los comunistas ortodoxos, porque, al renunciar a vencer y aceptar convivir, el comunismo de los sucesores de Stalin cavó su propia tumba y se vio finalmente derrotado sin que Occidente tuviera que lanzar un solo misil.

Luego, ni Jrushov ni nadie pudo evitar que la denuncia del estalinismo no fuera en realidad una denuncia del mismo sistema comunista. Stalin lo único que hizo fue llevar hasta sus últimas consecuencias los métodos que exigía el sistema, pero nunca traicionó su esencia. Denunciar esos métodos era tanto como renunciar a los mecanismos que el comunismo necesita para sostenerse. La prueba estriba en el hecho de que el leve aflojamiento del dogal que Jruschov llevó a cabo, aunque no provocó revueltas en la URSS, sí las provocó en Polonia y, sobre todo, en Hungría, a mediados y a finales de 1956, respectivamente. El ucraniano tuvo que inmediatamente echar el freno a su política aperturista, al menos en lo que a los satélites se refiere.

En el XX Congreso la URSS empezó a perder la Guerra Fría, porque la desestalinización que emprendió fue en cierto sentido una desovietización e incluso una desbolchevización de la URSS, desarmándola ideológicamente en su guerra contra el capitalismo. Jruschov quiso privar al comunismo de la brutal cara que le dio Stalin y darle otra más amable, sin darse cuenta de que esa cara no la tenía porque se la diera Stalin sino porque era la suya, y si había de tener otra más amable ya no sería comunismo, sería otra cosa. Pronto se dio cuenta del error y quiso dar marcha atrás, pero el renegar de los crímenes de Stalin ya no tuvo arreglo y el movimiento nunca se recuperó del debilitamiento que la denuncia le produjo. Aun hoy, algunos de los pocos comunistas que quedan se quejan del fatal error que supuso la desestalinización emprendida por Jruschov llamándolo el Termidor ruso. No les falta razón.


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