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LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

La grandeza

La historia nos propone pocos personajes con auténtica grandeza, que es la acabada forma del bien en el ejercicio de la política, es decir, la administración de la vida en comunidad, hablando en términos ideales. Ciertamente, hasta el más grande de los hombres tiene sus malos momentos. Hasta Churchill tuvo debilidades: hubiese preferido que Mussolini no fuera su enemigo.


	La historia nos propone pocos personajes con auténtica grandeza, que es la acabada forma del bien en el ejercicio de la política, es decir, la administración de la vida en comunidad, hablando en términos ideales. Ciertamente, hasta el más grande de los hombres tiene sus malos momentos. Hasta Churchill tuvo debilidades: hubiese preferido que Mussolini no fuera su enemigo.

Por otra parte, hay reconocidas grandezas que no son tales, y grandezas repudiadas por la historia. Nunca alcancé a respetar del todo a Bolívar, que era una figura mayor en la vida pero traicionó a Miranda. El discurso falsamente antidictatorial que condena a Bonaparte me trae sin cuidado: recreó una nación y, sin él, la revolución francesa hubiese degenerado en una dictadura infinitamente más siniestra que el Imperio. Entiendo que así biografió Evgueni Tarlé al Emperador, para justificar la puesta en orden que Stalin representaba, a sus ojos, ante la anarquía posrevolucionaria rusa. Pero eso no disminuye la obra del historiador ruso, siempre digna de atención.

Mis devociones personales tienen que ver con los hombres que crearon, recrearon o reformaron naciones. Paul Muni, en su maravillosa película sobre Juárez, en la que John Garfield mostraba su excelencia representando a un Porfirio Díaz oscuro y taimado, exhibe el dolor del líder mexicano ante la muerte de Lincoln. Recuerdo, o creo recordar, que para el caso es lo mismo, que Juárez, ante la muerte de Lincoln, al que admiraba hasta el punto de vestir como él, rinde homenaje al presidente asesinado en su capilla ardiente quitándose el sombrero de copa alta y mirando el ataúd en silencio. Se non è vero, è ben trovato. Nunca pude confirmar si realmente asistió Juárez a las exequias de Lincoln, aunque es altamente improbable, dadas las circunstancias en México, pero el relato histórico puede a veces permitirse licencias no sólo líricas, también épicas. Además, de algún modo se negoció el empleo de las armas sobrantes de la guerra civil americana, que fueron puestas al servicio de la causa de la República contra el esperpéntico Maximiliano.

Por otra parte, la identificación de las dos figuras es un logro estético y político: reunió Muni a dos hacedores de naciones. Hombres que no vivieron para la ambición, sino para el sueño. Ahí radica la grandeza, en eso realiza el bien la acción política: en no vivir para la ambición, sino para el sueño.

Esa grandeza fue lo que permitió a Lincoln elaborar su discurso u oración de Gettysburg, tras la batalla de la Guerra Civil que había dejado más muertos sobre el campo (los cuatro años de combates se saldaron con más de un millón de bajas, un 3 por ciento de la población total de los Estados Unidos en la época; ha sido la más cruenta de las guerras civiles en todo tiempo y lugar). Hablando en último lugar, tras una serie de oradores pomposos y de largo aliento, Lincoln se limitó a decir:

Hace ocho décadas y siete años, nuestros padres hicieron nacer en este continente una nueva nación concebida en la libertad y consagrada al principio de que todas las personas son creadas iguales.

Ahora estamos empeñados en una gran guerra civil que pone a prueba si esta nación, o cualquier nación así concebida y así consagrada, puede perdurar en el tiempo. Estamos reunidos en un gran campo de batalla de esa guerra. Hemos venido a consagrar una porción de ese campo como último lugar de descanso para aquellos que dieron aquí sus vidas para que esta nación pudiera vivir. Es absolutamente correcto y apropiado que hagamos tal cosa.

Pero, en un sentido más amplio, nosotros no podemos dedicar, no podemos consagrar, no podemos santificar este terreno. Los valientes hombres, vivos y muertos, que lucharon aquí, lo han consagrado ya muy por encima de nuestro pobre poder de añadir o restarle algo. El mundo apenas advertirá y no recordará por mucho tiempo lo que aquí decimos, pero nunca podrá olvidar lo que ellos hicieron aquí. Somos, más bien, nosotros, los vivos, los que debemos consagrarnos aquí a la tarea inconclusa que, aquellos que aquí lucharon, hicieron avanzar tanto y tan noblemente. Somos más bien los vivos los que debemos consagrarnos aquí a la gran tarea que aún resta ante nosotros: que, de estos muertos a los que honramos, tomemos una devoción incrementada a la causa por la que ellos dieron hasta la última medida completa de celo. Que resolvamos aquí, firmemente, que estos muertos no habrán dado su vida en vano. Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra.

El mundo recuerda hoy lo que allí se dijo, aunque no recuerde con precisión a los hombres que dejaron allí la vida. Y repite aquello del gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, ignorando casi siempre el origen de la frase.

 

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