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ESTADOS UNIDOS

Una nueva mirada sobre Lincoln

Pedro López Arriba, un enamorado y buen conocedor de la historia de Estados Unidos, ha escrito en este suplemento sobre la reconsideración de la figura de Abraham Lincoln.

Pedro López Arriba, un enamorado y buen conocedor de la historia de Estados Unidos, ha escrito en este suplemento sobre la reconsideración de la figura de Abraham Lincoln.
Comienza López Arriba por señalar las diferencias entre el 16º presidente de los Estados Unidos y el 45º, Barack Obama. Pero no es tanto que éste busque similitudes con aquél: lo que quiere es inspiración para un cambio de ciclo político. Se entenderá esto mejor si se tiene en cuenta qué otros dos presidentes ha elegido Obama como referentes: Franklin D. Roosevelt y Ronald Reagan.

Lincoln impuso un ciclo político republicano que, con interrupciones, se prolongó hasta la década de los 30 del siglo XX. Roosevelt, con un programa político muy distinto del que era tradicional en su partido, de corte más moderno y socialista, crea una nueva alianza que funciona hasta mediados los años 80. Un programa que, en parte, es asumido incluso por los republicanos: recordemos que Richard Nixon impuso controles de precios e introdujo la affirmative action (discriminación positiva) en la política. Reagan, sí, es otro modelo de Obama, a pesar de las diferencias ideológicas. Porque introdujo un nuevo ciclo político, del que formaron parte todos sus sucesores, incluido Bill Clinton, que en su día prometió "acabar con el Estado de Bienestar tal como lo conocemos" (e introdujo una reforma, en 1996, que resultó bastante eficaz).

Sea como fuere, Lincoln sigue siendo objeto de un debate que, finalmente, versa sobre el mismo ser de los Estados Unidos. López Arriba sugiere que la unión de los Estados en un régimen federal fue voluntaria pero irrevocable. (También dice que toda unión tiene algo de voluntario. No, no todas: no hay más que recordar un caso bien distinto, el de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas). ¿Una unión irreversible? Eso podría conducir a una situación de servidumbre que, por supuesto, no estaba en absoluto en la mente de los firmantes de la Constitución. Es más: Virginia, Nueva York y Rhode Island declararon expresamente su derecho a desasirse de la Unión si veían mermados sus derechos. El hecho de que esa provisión no fuera expresa en las ratificaciones de otros Estados no quiere decir que no hiciesen suyo su principio subyacente.

El apartamiento de una unión puede que no sea perfectamente libre, pero ninguno de los Estados que amenazaron con secesionarse (primero en el Norte, luego en el Sur) o que llegaron a hacerlo se separó sin más: todos arguyeron su derecho a separarse e hicieron recuento de los atropellos de que se consideraban víctimas y que justificaban su postura.

Es cierto que los firmantes de la Confederación, primera de las dos constituciones estadounidenses, acordaron una "Unión Perfecta". Pero los mismos Estados decidieron deshacer esa "Unión Perfecta". Precisamente esa. Y, en perfecta sintonía con los principios de la época, nadie se extrañó por ello.

Coincido de pleno, sin embargo, en lo que dice López Arriba sobre la importancia de la esclavitud. "Si la esclavitud no ocupó el primer lugar, desde luego tampoco fue un asunto secundario". Yo mantengo que no fue el principal argumento, ni por parte del Norte, ni por parte del Sur. Por lo que se refiere al Norte, Lincoln lo dejó claro en su famosa carta a Horace Greely:
Mi objetivo fundamental en esta lucha es salvar la Unión, no salvar o destruir la esclavitud. Si pudiese salvar la Unión sin liberar a uno solo de los esclavos, lo haría. Y si pudiera salvarla liberando a algunos y dejando de lado a otros, también lo haría. Lo que hago en relación con la esclavitud y la raza de color lo hago porque ayuda a salvar la Unión.
De hecho, su Decreto de Emancipación era sólo válido para los Estados que se declararon en rebeldía; en cambio, respetó la "peculiar institución" en los Estados fieles, en línea con lo que dijo en la carta referida y en su discurso de toma de posesión. Es decir, que declaró la libertad de los esclavos allí donde no tenía jurisdicción para ello y los mantuvo en servidumbre donde sí pudo haberlos liberado.

Por lo que se refiere al Sur, no es que la esclavitud no entrase entre sus reivindicaciones. Lo demuestra, entre otras pruebas, el discurso del vicepresidente Stephens. Ahora, con ser importante, no era la principal razón para la secesión, que ésa y no otra es la postura de los críticos con Lincoln. En su discurso de toma de posesión, el presidente de la Confederación, Jefferson Davis, no mencionó la esclavitud una sola vez. En cuanto a los Estados, sólo dos la citan en sus declaraciones de secesión; en cambio, el resto de causas (el arancel, el atropello de que eran objeto sus derechos) aparece en todas ellas.

Los Estados Confederados buscaban el reconocimiento de naciones como Francia y Gran Bretaña, pero éstas no estaban dispuestas a concedérselo si mantenían la ominosa institución. El gobierno de Jefferson Davis propuso, entonces, un plan de cinco años para acabar con ella, a cambio del reconocimiento de las dos potencias europeas. ¿Tiene sentido librar una guerra para mantener la esclavitud si se ha firmado su erradicación?

Es claro que hubo otros motivos, más poderosos.

Incide Pedro López Arriba en que la aristocracia sureña no era un dechado de liberalismo. No entraré en eso, pero tampoco es tan importante, si los argumentos utilizados por el Sur eran eminentemente liberales. Ahora bien, sí diré que, como apunta Joseph R. Stromberg en su gran artículo "Republicanism, Federalism and Secesión in the South, 1790 to 1865", la esclavitud "puso límites al universalismo de las concepciones sureñas de la libertad" y supuso "un retroceso desde los análisis basados en los derechos individuales" que habían acompañado al movimiento secesionista en esa parte de los Estados Unidos.

La última gran cuestión abordada por López Arriba se refiere a la acusación de que Lincoln fue un dictador. Desde luego que lo fue durante los tres meses en que gobernó por decreto, detentando todos los poderes. Pero el calificativo de "dictador" es menos importante que el hecho de que se saltara la Constitución, suspendiera el habeas corpus, detuviera sin orden judicial a miles de estadounidenses, cerrase 300 periódicos e impusiese la conscripción, por sólo citar algunos de sus atropellos.

La historiografía crítica con el presidente republicano tiene poderosas razones de su lado, enraizadas, por lo demás, en el mismo origen de los Estados Unidos. La Unión, que fue el gran objetivo de Abraham Lincoln, es encomiable. Pero no se puede defender a cualquier precio. Los historiadores que defienden su ejecutoria deberían tenerlo muy en cuenta.

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