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Hugo Maul R.

¿Libertad o límites?

El Tratado de Libre Comercio de Estados Unidos con Centroamérica (CAFTA) y el ALCA se han puesto de moda. Mucho se ha dicho acerca de sus diferentes facetas. Algunos se refieren a ellos como recetas milagrosas y otros como castigos malditos, pero lo que no debe olvidarse es que representan una oportunidad para incrementar nuestro comercio exterior. Y como dijo Benjamin Franklin hace más de 200 años: “Ninguna nación ha sido nunca arruinada por el comercio”. Habría que ser más puntuales; aunque Franklin no lo dijo textualmente, él se refería al libre comercio, no al comercio manejado o dirigido que es lo que parece terminar siendo el resultado de tan complejos tratados.
 
No debemos ser ingenuos, el libre comercio requiere mucho más que una simple alusión en un título de un acuerdo internacional. Como me decía un ilustre abogado, un tratado de libre comercio que verdaderamente lo sea requiere, a lo sumo, dos artículos. Uno donde se eliminen todas las barreras existentes al comercio y otro donde se declare nula, ipso jure, cualquier nueva limitación que en el futuro pretenda imponerse. No obstante, los tratados de libre comercio distan mucho de ese ideal. Suelen consistir en decenas de miles de artículos regulando hasta los más mínimos detalles del comercio exterior. Su amplitud es tal que se asemejan a una vasta enciclopedia. Es realmente muy difícil creer que el libre comercio se alcance a través de tan detalladas regulaciones. Por mejores que sean las intenciones, si no se tienen los principios claros, se corre el riesgo que estos acuerdos se conviertan en Tratados de Limites al Comercio en lugar de Tratados de Libre Comercio.
 
América Latina no es ajena a los fracasos del dirigismo estatal y a excesivas regulaciones. No podemos repetir los mismos errores, por más que nos pongan la palabra “libertad” en frente de todo. Igual que en episodios anteriores, las excesivas regulaciones terminarán afectando negativamente la eficiencia y competitividad de los países participantes. Enfatizo la importancia de la competitividad, ahora juzgándola a la luz del TLC. En tal sentido, un estudio realizado por el Centro de Investigaciones Económicas Nacionales de Guatemala –CIEN- muestra que la urgencia principal del sector exportador no son los tratados de libre comercio sino una política de comercio exterior orientada a mejorar el clima de negocios y aumentar la competitividad. Esto es, la capacidad que tienen las empresas de alcanzar y superar los estándares internacionales en sus distintos ámbitos de acción. Capacidad que se origina en la fortaleza y la eficiencia de la infraestructura productiva y técnica del país, así como en los elementos que determinan el entorno económico, social e institucional en el cual operan las empresas.
 
Palabras bonitas. ¿Cómo se hace? Construir el puente entre las buenas intenciones y las acciones concretas es una cuestión complicada. Para empezar, estos tratados de libre comercio demandarán nuevas actitudes y nuevas prácticas. El sector privado y el gobierno deberán buscar esquemas de cooperación más transparentes, participativos y efectivos. Las soluciones a los problemas que afronta el sector privado no pueden ser tema exclusivo de los técnicos y burócratas, la mayoría de los cuales ignoran los problemas cotidianos del empresario. Las decisiones deben ser consultadas de manera democrática. Es pertinente considerar que no existe una dicotomía entre los intereses del sector privado y del gobierno, o de empresarios y trabajadores. Todos somos pasajeros de un pequeño bote llamado Centroamérica. Si no trabajamos en conjunto estamos destinados a irnos a pique en el océano de la globalización. Y aún peor estaremos si TLC termina significando que en materia de comercio exterior Todo Controlado y Limitado.
 
© AIPE
 
Hugo Maul R. es director de Investigación Económica del CIEN.

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