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DRAGONES Y MAZMORRAS

2. Tengamos la guerra en paz

No cabe duda de que la mayoría de los cantantes, actoritos y escribidores glamourosos están, cómo no, en contra de la guerra pero, desde luego, no a favor de la paz.

De hecho, viven parapetados tras barricadas de libros, dispuestos a escupirte a la cara si no pones cara de oveja y a llamarte fascista en menos que canta un gallo, demostrando así que nada hay que no esté hoy en día contaminado por la política y eso que el gobierno llama eufemísticamente “el conflicto”. Tampoco soy yo una excepción, y por mucho que me haya jactado en el pasado de preferir “de la musique avant toute chose” y demás placeres ebúrneos, la semana pasada, aquí donde me ven, en vez de asistir a alguna presentación de libros, abarrotadas de políticos, me pareció más literario asistir a la manifestación frente a la Embajada de Cuba, a ver si ahí me encontraba con alguno de esos escritores tan concienciados, dispuestos a movilizarse ante cualquier crimen contra la humanidad. Mas no fue así pues, a su juicio, los cubanos no deben de ser humanos, ni merecer su piedad, ni hay que tenderles fraternalmente la mano en épocas oscuras, no. Ellos que se pudran bajo el vigilante ojo del Gran Hermano.

Ha sido tan escandaloso que ha empezado a haber una cascada de repulsas, por parte de intelectuales y políticos de izquierda, a los fusilamientos, pero no al régimen, pues muchos de ellos son afectos a Castro, a machamartillo, y si ahora están condenando la reciente oleada de represión castrista es porque les han pillado con el carrito del helado, es decir, porque se han puesto demasiado en evidencia durante estas últimas semanas clamando por la paz, la democracia y otras finas hierbas, enmascarando, tras ese repentino pacifismo, su irrefrenable simpatía por Sadam Husein, a favor del cual, quiero pensarlo, sólo tienen el hecho de que es el enemigo de los americanos y del mundo libre. Si no fuera por eso, no creo que estuvieran tan interesados en demostrar que ellos están más en contra de la dictadura castrista que nadie y —aclaran para que no les llamen fascistas los lectores de sus periódicos— de todas las dictaduras, ya sean de izquierdas o de derechas, lo que es una mentira (ya sea de izquierdas o de derechas), pues, parafraseando a George Orwell, no todas las dictaduras son iguales, algunas son mucho más iguales que otras y sin duda es lo que ocurre con la de Castro, que es una dictadura mucho más igual que cualquier otra, aunque sólo sea por lo que está durando. Pero claro, los malos son los americanos, tan malos que desde que se metieron en los asuntos de Europa en 1917, las 10 democracias que había en el mundo se han convertido en 120 (sobre los 192 países censados y catalogados) mientras que Irak (esperemos que pase pronto a engrosar la primera lista) Irán, Siria, Sudán y Libia (por cierto, la ONU, ese organismo internacional tan respetable como fiable, tiene al presidente de este país, un reconocido genocida, presidiendo el comité de derechos humanos), financian, directa o indirectamente el terrorismo internacional y tienen puesto el cerco a Israel.

No sé cuanto les va a durar a los pacifistas españoles la perra (primero el chapapote, luego la pre-guerra, después la guerra, ahora la postguerra) pero por ingenuidad de unos pocos, ceguera de muchos y maldad o diversión de bastantes, no están dispuestos a aceptar lo que salta a la vista de puro evidente: que se han equivocado de bando. Afortunadamente lo han hecho ellos y no el gobierno de la nación, como ocurre en Francia, donde por cierto, las cosas están cambiando. Precisamente el otro día me llamó un amigo desde ahí para decirme, en directo, que estaba oyendo un debate en el que los oyentes maldecían mayoritariamente el momento en que se hizo pacifista de pronto. “Nos están dejando fuera de la historia”, dijo uno de ellos, desplegando en esa frase toda la retórica gala al uso de los grandes momentos y demostrando que, más que el mezquino petróleo, lo que importa en estos casos son los ideales. Esto último es cierto para lo bueno y para lo malo, porque sin duda fueron los “ideales” los que movieron a la galería de arte, Artmálaga, a rechazar las obras de una joven pintora israelí, a primeros de febrero. La artista se llama Patricia Sasson y se quedó de piedra cuando el director de la galería malagueña, un tal Carlos Rica a quien había propuesto mostrar su obra, le contestó la siguiente carta, que reproduzco con toda brutal incorrección, pues está claro que cuando los tiempos son malos para la lírica, también lo son para la gramática:

Tenemos la negativa total de trabajar con cualquier persona relacionada con Israel, por estar totalmente en desacuerdo con su política segregacionista y tenemos una postura ciertamente antisemita con toda persona relacionada con este país, que asesina diariamente a personas sin distinción de edad, por el mero hecho de ser palestinos.

Siguen unos piadosos consejos para que visite la página de ARCO en busca de otras galerías. No voy a comentar nada especial, pues el texto se condena por si solo pero me llama la atención que un hecho tan significativo y peligroso, no haya trascendido a la prensa escrita ni a las tertulias radiofónicas, a pesar de su eco en la red, donde se pueden encontrar varias reacciones indignadas, siendo la más importante la del Centro Simón Wiesenthal de Los Ángeles, cuyo director ha escrito una carta a la ministra de Educación, Cultura y Deporte, Pilar del Castillo pidiéndola alguna medida contra ese flagrante hecho discriminatorio, por limitarnos a lo único por lo que supongo se podría pillar legalmente a esa gentecilla. Yo les aconsejaría que se dirijan más bien a la Junta de Andalucía, los únicos competentes en materia cultural, tanto en Málaga como en las demás provincias andaluzas, cuyos dirigentes tienen, además, una aguda sensibilidad ante las minorías amenazadas y vejadas. Verán cuánto caso les hacen.


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