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ASUNTOS EXTERIORES

Arnold y la democracia

Desde que se postuló como candidato a gobernador de California, Arnold Schwarzenegger había estado bastante callado. Por fin habló, el miércoles 20 de agosto, en una rueda de prensa tumultuosa.

Y no aclaró mucho la verdad, aunque sí se presentó rodeado de un impresionante staff de apoyo, entre ellos el millonario demócrata Warren Buffett y el legendario George Schultz, patrocinador de varios presidentes de Estados Unidos.

Por ahora ha sido mucho más interesante el debate previo, que ha tenido dos ejes principales. El primero se ha referido a la legitimidad de la propia convocatoria para una nueva elección de gobernador. En principio, la democracia participativa, la que se practica en California, es una forma progresista de entender el hecho democrático, una manera de hacer realidad la utopía comunitaria en la que cada ciudadano puede hablar en el foro público y comprometerse en la toma de decisiones. El detalle que cambia el guión es que quien está puesto en cuestión no es un hombre de ideología conservadora, sino un progresista, llamémosle así, el actual gobernador demócrata Gray Davis.

Así que a lo largo de varias semanas hemos podido leer argumentos a favor de Davis y en contra del plebiscito de destitución directamente sacados de los clásicos conservadores, como los que ha utilizado el columnista John Kay en The Financial Times (14.08.03) (A pesar del nombre, The Financial Times es, por lo fundamental, un periódico de izquierdas.) El progresismo militante ha sacado a relucir a Burke, e incluso a Hobbes. Los lectores de The New York Times y Los Angeles Times han podido comprender por qué la democracia representativa es y ha sido siempre muy superior a la participativa, esa especie de circo como el que hay ahora mismo montado en California, en el que no se respeta a los políticos de verdad y lo mismo se presenta a gobernador una actriz porno que un luchador de sumo. En fin, que al lado de estos editorialistas progresistas, los “neocon” parecían revolucionarios desatados.

Como era de esperar, ha habido conservadores que han enarbolado ese mismo argumento. George W. Fill en The Washington Post (14.08.03), clamaba en tono apocalíptico, a lo Donoso Cortés, que lo único que pueden esperar los conservadores de la ola de oportunismo y frivolidad que está barriendo California es la ruina, la ruina total. Ahora bien, en este caso la posición es coherente. De hecho, algunos empresarios republicanos están haciendo campaña en contra del plebiscito (ver RepublicansAgainstTheRecall.com).

Más interesante ha sido ver cómo los progresistas, incluido Gray Davis, están intentando presentar ese mismo plebiscito como una maniobra antidemocrática de extrema derecha. Y también lo ha sido ver cómo la prensa un poco más conservadora ha ido tomando posiciones a favor del mismo plebiscito en el que, doctrinalmente, deberían estar en desacuerdo. Un artículo de The Washington Post (21.08.03) argumentaba, no sin fundamento, que además de una buena cantidad de estrafalarios y excéntricos, entre los más o menos 125 candidatos hay bastante gente de apariencia sensata, que se presenta a las elecciones para promocionar una idea o un asunto que creen relevante para el bien público, como puede ser la contaminación, la reforma del peculiar sistema de impuestos sobre la propiedad inmobiliaria que rige en California, o la legalización de algunas drogas. Incluso los hay que se presentan en protesta contra el propio plebiscito.

La segunda cuestión interesante la ha planteado el propio candidato. Cuando parecía que todo Hollywood se había pasado el año elaborando una posición de izquierda ultrachic radical, resulta que el candidato republicano más popular sale del núcleo más escogido de las mansiones de Bel Air y Beverly Hills (y además está casado con una Kennedy). Un artículo de The Washington Post recogido en The Wall Street Journal (13.08.03) comentaba con gracia cómo “Arnold” había conseguido descolocar a todo el tinglado hollywoodiense, siempre tan demócrata, tan progresista y tan de izquierdas. De pronto hay que andarse con cuidado. ¿Qué pensará Arnold?, parece que se preguntan muchos ante asuntos que hace muy poco tiempo eran obvios.

Lo mismo ha ocurrido con el republicanismo clásico, donde no ha sentado muy bien que se haya comparado a Arnold Schwarzenegger con Ronald Reagan. Tiene razón. Cuando Reagan ganó las elecciones en California, en 1966, llevaba mucho tiempo dedicado a la defensa de una línea política conservadora. Era un político de principios, y los electores conocían su programa y sus propuestas. De Schwarzenegger, lo poco que se sabe hasta ahora es que es conservador en los impuestos y progresista en el gasto social. Un republicano de centro, que quiere el control de armas y es partidario de los derechos de los gays.

Con la rueda de prensa del 20 de agosto se vislumbran algunas cosas más. Por lo menos parece tener bien claro que no quiere más impuestos, a pesar de las escandalosas declaraciones de su asesor Warren Buffett, cuando declaró en The Wall Street Journal que tal vez lo que necesitaba California era, lo contrario de lo que propone su asesorado, es decir una subida de impuestos. (15-17.08.03) The New York Times, en su editorial del día siguiente a la rueda de prensa, ya reconocía que Schwarzenegger es un candidato menos folklórico de lo que parecía.

Hay quien lo tiene muy claro. La aguerrida polemista Ann Coulter (FrontPage Magazine, 21.08.03) describe California como un Estado en el que los “mega ricos sostienen a los pobres con empleos gubernamentales pagados por la clase media, que se está yendo a vivir a Arizona”. Además de otros argumentos, que vale la pena leer, Ann Coulter sostiene que la razón fundamental para apoyar la candidatura de Schwarzenegger es que no es Gray Davis. Es una buena aplicación de otro gran principio democrático: echar del poder a los malos gobernantes.

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