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La infamia dura ya un año

Se ha cumplido un año de la masacre del 11M, el mayor atentado político de nuestra historia, perpetrado para cambiar la dirección de la política nacional y con un éxito apabullante. Casi doscientos muertos proporcionaron al PSOE una victoria electoral en la que no creía nadie. O lo que es más significativo: que tres de cada cuatro españoles, según una encuesta del diario El Mundo, creen que no se hubiera producido sin la masacre de Madrid. Se trata de la mayor victoria del terrorismo en Occidente. Se trata, también, del mayor fracaso de la opinión pública española en la democracia, cuando, mayoritariamente, le echó la culpa del atentado al Gobierno en vez de a los terroristas.

Es verdad que los medios de comunicación de Polanco y todos los partidos nacionalistas y de Izquierda secundaron una movilización callejera absolutamente antidemocrática y típicamente golpista. Pero no es menos cierto que, lo mismo que los alemanes fueron seducidos por Hitler sin que los nazis necesitaran ponerles una pistola en el pecho para que le votaran, si los españoles fueron convencidos por Polanco y el PSOE de que la culpa de la masacre la tenía Aznar por la guerra de Irak es porque buena parte de la opinión pública española tenía muchísimas ganas de que la convencieran. Por fortuna, no lo ha olvidado del todo, ya que considera que el Gobierno actual sale de la masacre y su manipulación política. Pero tampoco parece haber sacado las consecuencias que ese movimiento reflejo de cobardía en las masas y ese rencor tan sectario propio de la Izquierda tendrán indefectiblemente en la vida nacional.

Puede sostenerse que el PSOE simplemente llevó al extremo de la manipulación lo que el Gobierno Aznar había llevado hasta un cierto punto de falta de generosidad nacional cuando creía que la masacre era obra de ETA. Puede incluso absolverse a cierta opinión pública por haber condenado a un Gobierno por lo que no había hecho y haber premiado a una Oposición que no había hecho sino atacar en la calle violentamente al Gobierno. No es fácil admitir que los que vieron impávidos el acoso salvaje a las sedes del PP, que no era sino continuación de la campaña violenta de Zapatero y sus aliados extremistas contra el PP, y lo apoyaron con su voto, tuvieran un comportamiento democráticamente ejemplar. Pero aun aceptándolo así, lo más grave no es lo que pasó en aquellos tres días de infamia, sino lo que ha pasado desde entonces, durante todo un largo año, en el que la infamia ha seguido marcando la vida nacional.

Además de conceder aprisa y corriendo lo que los terroristas islámicos (y los etarras, y todos) supuestamente habían pedido, que era el cambio de política con respecto a Irak, el nuevo presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, ha roto por completo la alianza con Estados Unidos, se ha uncido servilmente al carro de Chirac y se ha unido a Marruecos en una exhibición de indigencia moral que tiene tanto de penoso como de suicida. Pero siendo eso grave, terrorífico para los intereses permanentes españoles, lo es mucho más el comportamiento del Gobierno socialista en lo que debería haber sido su demostración de inocencia o, al menos, no de manipulación prevista y fríamente ejecutada, en la masacre del 11M. Me refiero a la Comisión de Investigación del 11M, que el PSOE creó para certificar interiormente esa culpabilidad del PP en el 11M que Polanco había ya certificado exteriormente (y todavía no se atreven a denunciarlo por su nombre ni Aznar, ni Rajoy, ni Mayor Oreja, ni nadie, salvo Luis Herrero) pero que está convirtiéndose en el más grave elemento de deslegitimación del Gobierno socialista.

Las investigaciones del diario El Mundo pusieron de manifiesto que el Gobierno no tenía la menor intención de averiguar qué pasó en el 11M, al principio por no entrar en lo que pasó el 13M y después porque los descubrimientos de los periodistas empezaron a dejar en evidencia a las Fuerzas de Seguridad del Estado, cobertura aparente de la banda que suministró los explosivos a los "moritos" de Lavapiés después de llevar años suministrándolos a ETA. También quedaron claras las relaciones de los etarras con esa "banda de Avilés" y con los propios islamistas, una relación mucho más estrecha de lo que se pensaba o se sabía. Tanto, que con sólo unos pocos datos en ese sentido suministrados por el Gobierno del PP entre el 12M y el 14M, seguramente el efecto electoral de la masacre hubiera sido distinto. Acaso opuesto.

Pero lo más grave no ha sido constatar el desinterés del PSOE por saber "quién ha sido", como se hartaron de decir tras la masacre, sino su empeño en sostener que no ha pasado nada que no sea lo que dijeron entonces: que unos cuantos moros pobretones, radicalizados por la política de Aznar, habían perpetrado la masacre y, luego, se habían suicidado. Para ello están contando con la complicidad de un juez instructor del que se esperaba justo lo que no está demostrando: eficacia profesional y distancia con el Poder político. Y, por supuesto, siguen disfrutando de la cohetería inagotable del Imperio Polanquista, que no deja de recibir prebendas del Gobierno más allá de la prevaricación, tanto en la televisión como, muy especial y muy desvergonzadamente, en la radio. Bien es verdad que Zapatero sólo continúa la línea de prevaricación del Gobierno de Aznar en lo que se refiere al cumplimiento de la sentencia del Supremo sobre el Antenicidio.

El resultado de todo esto, unido a la naturaleza inestable, antiespañola y radical de la coalición PSC-PSOE que, con la ayuda de los comunistas y los separatistas de ERC, nos gobierna, se traduce en un deterioro continuo y creciente de la democracia española. Todo vale contra la Derecha; en lo político, en lo social, en lo cultural o en lo religioso. En este último año se han borrado los consensos básicos de la Transición, se está implantando en muchos ámbitos no sólo la división de los españoles en ciudadanos de primera, si son de izquierdas o separatistas, y de segunda, si son de derechas, sino la costumbre de atropellar a media España como si eso fuera un hecho político natural. Todo se manipula, todo se pervierte, todo se presenta como lo que no es, y lo que es pero no conviene, no se presenta y no existe. Vivimos una fantasmagoría que va camino de convertirse en pesadilla, con las instituciones del Estado (Tribunal Constitucional, Consejo de Estado) convertidas en órganos de su subversión; y con la Monarquía muy lejos del papel moderador que le asigna la Constitución y muy cerca de todas las oficiosidades de la Izquierda, absoluta, triste y dinásticamente muda ante el continuo atropello de sectores sociales tan amplios como el de los católicos. La ferocidad del sectarismo antiamericano, anticristiano y antiderechista era inimaginable hace un año en ningún Gobierno, ni siquiera de izquierdas. Hoy es un hecho evidente. Tanto como la gravedad de una crisis nacional que parece haberse convertido en moneda de cambio para disimular el origen del Gobierno: la masacre del 11M. No era necesario. Todavía es evitable que se consume la tragedia de liquidar a la nación para que no queden testigos contra el Gobierno. Pero, un año después, es obligado constatar que la infamia continúa.

El partido del 11M

Seguramente, el suceso más escandaloso en la escandalera continua que ha supuesto la investigación del 11M, es decir, la negativa del Gobierno y sus satélites a investigar la masacre que les llevó al Poder, ha sido el descubrimiento de la estrecha relación del lugarteniente del jefe del comando islamista asesino con un importante personaje del PSOE de Asturias. Macabra coincidencia ésta de que, como en 1934, todos los caminos extraviados del PSOE conduzcan a Asturias. Macabra, coincidencia... pero muy real.

Era continuo el agasajo, el cuidado con que Huarte, empresario del sector minero y figura destacada del socialismo gijonés, encargado de la seguridad del PSOE en sus actos importantes, representante del partido en Cajastur y en distintos comités locales, trataba a Benesmail Abdelkrim, el número dos de Alekema Lamari que, según el Gobierno, era el jefe de los asesinos del 11M y murió en el suicidio voluntario e inducido de Leganés. Estaba y está en la cárcel de Villabona por haber continuado la tarea criminal de su difunto mentor y tratar de volar la Audiencia Nacional, y en esa cárcel mantenía estrechísimas relaciones con los etarras. No sólo con los de allí: en un registro se le encontraron en un bolsillo los nombres y direcciones de Parot e Iragi, dos connotados cabecillas de ETA partidarios de la masacre al modo islamista para doblegar al Gobierno español. Benesmail había causado la admiración de otros etarras por su ferocidad, pero el socialista Huarte lo ha presentado como un angelito inocente, al que era muy natural sacar de la cárcel y llevar al dentista, no fuera que le dolieran las muelas. Comparar lo que decía un etarra sobre el criminal argelino y lo que ha dicho el dirigente socialista asturiano causa casi tanta sorpresa como ganas de vomitar.

En realidad, Huarte dirigía una asociación de amistad con el Pueblo Palestino-Al Fatah que bien podría ser una cobertura de apoyo logístico al terrorismo islámico, no sólo palestino, aunque por su permanente apoyo al asesino y ladrón Arafat ya deberían echarlo del partido. Claro que en un partido que pone a Moratinos-Al Fatah al frente de Asuntos Exteriores y que un mes después de la masacre admitió en sus filas a un sirio implicado en ella, buscar compromisos antiterroristas en lo que respecta al Islam resulta difícil. El discurso del PSOE consiste, implícita y explícitamente, en atribuir a Aznar y a Bush la responsabilidad del terrorismo islamista, pese a que la cronología real de los hechos desmienta la ideología de las atribuciones. Ellos no está en guerra con los que nos han declarado la guerra. Ellos son los socialistas. Y están en el Gobierno de España.

Pero Huarte es algo más que un dirigente socialista ligado, como mínimo en grado de complicidad, con el terrorismo islámico. Es también el hombre de absoluta confianza de los socialistas asturianos (con Alvaro Cuesta, representante del PSOE en la Comisión del 11M, a la cabeza) y el que por esa función tenía una relación fluida y permanente con la policía y la Guardia Civil del Principado, es decir, con quienes han protegido sin dudar ante el perjurio a la banda de Toro y Trashorras que vendían explosivos a ETA, que mucho antes del 11S en Manhattan ya andaban buscando a alguien que supiera hacer estallar bombas con móviles y que también se los vendieron a los moros e islamistas, marroquíes y argelinos, que fueron una de las piezas ejecutoras en el mecanismo criminald el 11M en Madrid. Es el primer elemento que une los tres ingredientes de esta tragedia: autores materiales, redes para la venta de explosivos y beneficiario político de la matanza. Ya no es un alto funcionario de las Fuerzas de Seguridad prevaricando en el Congreso sino algo todavía peor: un socialista con cargo orgánico en el partido que antes, durante y después de la masacre ha seguido teniendo contactos directos con los islamistas que la perpetraron.

Pues bien, al pedir el PP la comparecencia de Huarte para que explicara sus andanzas, el PSOE se ha negado en redondo, con el socialista Cuesta y el comunista Llamazares, ambos asturianos, a la cabeza del cerrojazo político-parlamentario. Es el paso más grave dado por el partido de Zapatero para convertirse en el partido del 11M. Algo mucho más grave que serlo del 13M. Es espeluznante la secuencia de revelaciones con trascendencia política que se están produciendo en torno a la masacre. Pero la más importante es que el partido del Gobierno se niega a investigarla. O lo que es lo mismo: prefiere que se generalice la sospecha de algún tipo de participación socialista en la masacre que tratar de que la Justicia y la Policía funcionen. Esto sólo puede conducir a una crisis nacional de incalculables e impredecibles consecuencias.

Pero a Zapatero y al verdadero hombre fuerte de la situación, el plutócrata mediático Jesús de Polanco, no parece importarles. Están tan seguros de la inoperancia de la Derecha como Largo, Prieto y Carrillo en 1934. Al quitar una estatua de Franco para clausurar festivamente un homenaje del Gobierno, la Zarzuela y la SER al gran responsable de la masacre de Paracuellos han demostrado que la Izquierda ha vuelto a perder el miedo a la guerra civil. Un serio motivo de reflexión para la Derecha liberal. Seguramente el más grave de estos últimos treinta años.

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