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ENIGMAS DE LA HISTORIA

¿Cómo se ideó “Lo que el viento se llevó”?

Se llamaba Margaret y murió hace ahora medio siglo. A causa de un accidente y de una artritis dolorosa y cada vez más acentuada, se vio obligada a guardar cama. Casi inmovilizada, en las largas horas de soledad y aburrimiento, decidió poner por escrito historias que había escuchado relatar a sus padres y abuelos. Fue así como escribió su única novela. En ella hablaba de una sociedad desaparecida, una cultura refinada de plantadores en la que destacaba una mujer llamada Escarlata O´Hara.

Margaret Mitchell nació en el año 1900 en la ciudad de Atlanta, capital del estado sureño de Georgia. Perteneciente a una familia de rancio abolengo, tras cursar el bachiller en el Seminario de Atlanta, decidió iniciar estudios de medicina en Northampton, Massachusetts. Los comienzos de Margaret como estudiante universitaria resultaron prometedores pero al año se produjo el fallecimiento de su madre y la joven se vio obligada a regresar a Atlanta. Quedó así frustrada la trayectoria de una mujer que podía haber sido una excelente doctora. No obstante, como sucede con muchas desgracias de la vida, ésta tuvo resultados positivos. Margaret —a la que sus amigos llamaban familiarmente Peggy— comenzó a escribir artículos para el Atlanta Journal. Fue en la redacción de este periódico donde conoció a Red Upshaw, del que se enamoraría de manera casi inmediata. Sin embargo, al enamoramiento sucedió —una vez más— la desdicha. Red distaba mucho de ser no sólo un esposo ejemplar sino incluso un marido pasable. Su conducta irregular acabó llevando a Margaret a solicitar el divorcio que se consumó al año de haber contraído matrimonio. Sin duda, fue un contratiempo pero no parece que marcara profundamente a la joven. Apenas un año después volvió a contraer matrimonio. Esta vez, su marido era un abogado llamado John Marsh con el que llevó una vida tranquila y despreocupada.

Aquella apacible felicidad pareció troncharse en 1926. Margaret sufrió una caída que le ocasionó graves lesiones en el pie. De este accidente derivó un estado artrítico agudo que la obligó a dejar el trabajo y a mantenerse inmóvil la mayor parte del día. Una vez más, la desgracia truncaba lo que tenía todas las apariencias de felicidad. También una vez más salió de aquella situación. Siguiendo las sugerencias de su esposo, comenzó a escribir un conglomerado de recuerdos procedentes de sus años de infancia. Cada mañana, se colocaba sobre las rodillas una máquina de escribir Underwood e iba desgranando sin orden ni plan determinado lo que había escuchado relatar a sus abuelos y padres. Tardó diez años en dar final a una novela de la que escribió antes el final que el principio. Era la historia de una mujer llamada Escarlata O´Hara que contemplaba el orgulloso final de la Confederación y su sustitución por un mundo diferente tras la guerra civil americana.

La obra presentaba páginas enteras de moralidad discutible. La heroína actuaba fundamentalmente movida por el interés, el racista Ku-Klux-Klan era presentado como un heroico grupo de caballeros sureños y los negros aparecían como seres semiestúpidos encantados de servir a sus amos blancos. Sin embargo, la historia resultaba, al mismo tiempo, extraordinaria. En ella se juntaba el canto al desaparecido Sur con la descripción de una Escarlata resuelta y valiente y de un canalla y embaucador llamado Rhett Butler. En 1935, Harold S. Latham, un editor de la casa MacMillan viajó a Atlanta para entrevistarse con Margaret. Había oído que la esposa del abogado Marsh estaba escribiendo una novela y deseaba leerla. Necesitó mucho tiempo y esfuerzo para que le dejara parte del original. Se trataba de dos paquetes llenos de cuartillas cuya devolución reclamó Margaret a los pocos días. El editor se negó a hacerle caso y le envió un cheque de cinco mil dólares. Sólo exigió que se cambiara el título a la novela que por entonces era “Mañana será otro día”, precisamente la frase con la que la protagonista concluye la obra.

Se barajaron seis títulos hasta que, al final, Margaret decidió titularla “Lo que el viento se llevó”, una frase tomada de una poesía del autor inglés Ernest Dowson. También tuvo que cambiar el nombre de la heroína. Inicialmente pensó en llamarla Pansy y luego Storm, Robin e incluso Angel. Al final, se decidió por Escarlata.

La obra fue un éxito extraordinario. El primer día se vendieron cincuenta mil ejemplares y al cabo de seis meses las ventas superaban el millón. En 1937, se le concedió el Premio Pulitzer. Dos años después se convertía en una de las películas más famosas de la historia del cine, encarnando Vivien Leigh a Escarlata O´Hara y Clark Gable a Rhett Butler. El estreno en Atlanta fue, en buena medida, un trasunto a la vida pública del contenido de la novela. En otras palabras, un canto a la heroicidad del viejo Sur que, derrotado en el campo de batalla, no había sido sometido por la violencia de los yanquis. De esta manera, y ciertamente la autora estaba de acuerdo con esa visión, la historia de amor se veía convertida en el vehículo de un mensaje político y social concreto cuya vigencia sólo sería cuestionada en la década de los años sesenta por el denominado movimiento de los Derechos civiles.

La felicidad de Margaret iba a prolongarse tan sólo una década más. Casi completamente recuperada de su enfermedad, en el verano de 1949 se dirigía a un cine de Atlanta cuando pasó un taxi a gran velocidad y atropelló a la escritora. Al cabo de cinco días, fallecía a causa de las heridas. Más de medio siglo después, la novela que escribió para matar el tiempo mientras yacía enferma sigue subyugando a los que se acercan a sus páginas. No es extraño. En ella seguimos encontrando caballerosidad y belleza, lucha y supervivencia y, muy especialmente, amores desesperados. Seguramente, no se puede pedir más.
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