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De líder neonazi a judío tradicionalista: la transformación

Csanád Szegedi no era un simple político húngaro judeófobo, se podría decir que era más que eso; un furibundo neonazi. Fue miembro del partido ultranacionalista Jobbik desde su fundación en 2003, cuando sólo tenía 21 años. En 2007 creó la Guardia Húngara, organización asociada a la mencionada fuerza política conformada por personas que se adherían a la ideología fascista y se ocupaban de realizar manifestaciones para demostrar poder y odiar a diversas minorías. Esta organización fue disuelta por las autoridades en 2009.

Si bien desde la existencia del Estado de Israel muchos judeófobos intentan ocultar su rechazo a los judíos con su presunta “oposición al sionismo” (aunque las teorías conspirativas sean idénticas), Szegedi, en contraste con algunos de sus compañeros, ni se molestaba en realizar esa modificación semántica y disparaba sus duras críticas contra los judíos, incluso en los medios masivos de comunicación.

En las elecciones de 2009, Jobbik tuvo un sorprendente éxito cuando fue elegido por casi un 15 por ciento del censo. Gracias a ello, el partido obtuvo 24 bancas en el Parlamento local y otras 3 en el europeo; sí, una de ellas la ocupaba el mismísimo Csanád, quien no sólo continuaba con sus diatribas de odio en Bruselas, sino que además asistía a las sesiones parlamentarias vistiendo con orgullo el uniforme de la Guardia Húngara.

Szegedi, ese hombre tan pasional y tan ideologizado, estaba muy feliz con su éxito y con el giro que, según él, estaba dando su país. Estaba seguro de lo que buscaba, del destino que quería para él y para Hungría; seguramente libre de gitanos, gais, inmigrantes, pero sobre todo de judíos. Al menos así fue hasta que en 2012 un miembro de Jobbik que tampoco ocultaba su judeofobia le dio “la peor” de las noticias: “Eres judío”, le dijo. Y no un judío más, sino que su abuela (a quien quería mucho) había sido una sobreviviente de Auschwitz. Sorprendido, Szegedi se negó a aceptarlo: “Si hay alguien que no es judío, ese soy yo”, le había dicho a aquel hombre que había grabado la conversación para que el entonces político extremista no pudiera negarla luego.

Si bien Szegedi, en un principio, descreía de la mala noticia que le habían dado, decidió hablar con su abuela al respecto, quien para su sorpresa le confirmó todo lo que él no quería escuchar; ella, en efecto, era una judía sobreviviente del Holocausto, incluso le mostró el tatuaje con el número de prisionera que llevaba en el brazo. Sin embargo, su hoy difunta abuela ocultó esa información, ya que si sus hijos y nietos no eran judíos, pensaba, podían salvarse del racismo y las persecuciones.

Toda esta nueva realidad sacudió como un terremoto la cabeza de Szegedi, que si bien no dejó el partido político inmediatamente después de enterarse de todo, sí lo hizo más tarde, ya que había comenzado su largo y sinuoso camino para despegarse de todo el odio del que estuvo convencido por tantos años. Y si bien fue víctima de escraches y amenazas por parte de los partidarios de Jobbik y miembros de la Guardia Húngara, Szegedi no se amedrentó y siguió adelante. Se comunicó con el rabino Boruj Oberlander, director de la organización jasídica Jabad Lubavitch Hungría y líder del Rabinato Ortodoxo de Budapest, quien lo ayudó en ese complicado proceso de desintoxicación. Hoy, aquel político neonazi que no ocultaba su odio es un judío que cumple con muchos de los preceptos de su religión, fue circuncidado, come comida kosher, asiste a la sinagoga los viernes por la noche para el sagrado shabat y brinda conferencias para luchar contra la judeofobia.

Esta interesante historia puede verse en el excelente documental Keep Quiet ('Mantenerse callado'), disponible en Netflix.

Tuve la posibilidad de dialogar con el rabino Oberlander, quien acompañó a Szegedi en todo este proceso con gran paciencia y devoción, incluso enfrentando duras críticas por hacerlo.

–¿De dónde es usted?

–Mi esposa y yo somos de Nueva York, pero vinimos a vivir a Hungría hace 29 años debido a que el rabino Menajem Schneerson, rebe (líder jasídico) de Jabad Lubavitch, me propuso trabajar aquí. Mis padres eran húngaros sobrevivientes del Holocausto que se asentaron en Estados Unidos después de la guerra.

–¿Qué fue lo que pensó cuando se enteró de que Szegedi había intentado comunicarse con usted?

–Szegedi primero se comunicó con otro rabino de Jabad que es alumno mío, quien me comentó lo que había sucedido. Yo primero pensé que estaba bromeando (risas). Sin embargo, realmente lo había llamado porque quería reunirse con él, pero mi compañero no sabía qué hacer. Entonces le dije que debía asegurarse de que efectivamente era él, que no era alguien que estaba jugando. Además, le sugerí que el encuentro debía realizarse con la condición de que fuera privado; sin cámaras ni cronistas. La reunión entre ellos pudo llevarse a cabo, y tres días después me encontré con Szegedi. A partir de entonces, le acompañé en todo el proceso.

–¿Qué le dijo Szegedi la primera vez que se encontraron?

–Esencialmente me contó la historia de su abuela y me dijo que quería pedir perdón a los judíos.

–¿Cuánto tiempo pasó desde que descubrió que era judío hasta que quiso pedir perdón?

–No mucho. Dos o tres meses.

–¿Cuán difícil fue todo ese proceso?

–Fue muy difícil porque todo lo que sabía sobre los judíos lo tenía totalmente distorsionado. Entonces, lentamente tuve que cambiarle esa visión. Estaba tan fanatizado, sus ideas estaban tan contaminadas, que era como un bebé que debía aprender a caminar.

–¿De dónde obtuvo ese adoctrinamiento?

–De sí mismo. Era muy joven, tenía mucho entusiasmo, mucha pasión, y fue creando su propia visión.

–¿No cree que pasó por algún lavado de cerebro?

–No, no lo creo.

–¿Hungría no es un país en el que la judeofobia y el racismo en general sean un problema?

–No. Lo que se ve en la película sobre la historia de Szegedi son las palabras y las actitudes del partido Jobbik y la Guardia Húngara, no de la sociedad en general, eso no representa a Hungría en su totalidad. De hecho, yo no tengo miedo de ir caminando a la sinagoga ni temo por mis hijos cuando van solos a la escuela judía. Podemos deambular por las calles de día o de noche sin temor alguno, en contraste con lo que sucede en países como Suecia, Francia, Bélgica, o incluso en algunos lugares de Inglaterra y Holanda, entre otros, donde hay áreas donde ni la Policía se atreve a entrar.

–¿Cuándo cree que Szegedi fue curado?

–En el judaísmo no hay un cura que te absuelva de tus pecados. Mi tarea es simplemente enseñar y la suya, aprender. Yo tengo que aceptar a todo judío que me pide ayuda. Creo que él es sincero en su objetivo, pero no es mi trabajo decidir si absolverlo o no. Él no creció en una familia judía ni recibió una educación apropiada. Hay judíos en Hungría que tienen una historia parecida a la suya, ya que muchos de los que sufrieron el Holocausto no quisieron, en un principio, decir a sus hijos que eran judíos.

–Como de hecho hizo su abuela.

–Así es.

–¿Y su madre tampoco sabía que era judía?

–Hasta donde yo sé, al principio no, pero luego sí. Pero la abuela le pidió que lo ocultara.

–¿Se puede afirmar que ellas prefirieron que él fuera nazi antes que judío, ya que de ese modo evitaría ser perseguido?

–No lo sé. Simplemente sucedió. Él comenzó a meterse en ese ambiente, y llegó a estar tan profundamente ideologizado que ya era difícil que cambiara de parecer, por lo que una vez arribado a ese punto no intentaron detenerlo.

–En el documental se puede observar que numerosos judíos no le creían. ¿Esta situación se mantiene?

–Muchas personas han comenzado a cambiar de opinión, ya que la transformación que hizo Szegedi sucedió hace algunos años. ¿Cuánto tiempo puede una persona sostener una mentira? Además, no olvidemos que durante ese proceso fue circuncidado. Entonces sólo se puede pensar que esto sí va en serio.

–¿Es Szegedi un judío ortodoxo?

–Creo que está en el camino.

–¿Le ve ahora con frecuencia?

–Antes solía venir a la sinagoga algunos viernes por la noche para el shabat, pero como ahora respeta este día, no puede trasladarse hasta aquí en ese horario, por lo que nos vemos muchos viernes por la mañana, como acostumbrábamos a hacer desde que nos vimos por primera vez, para estudiar. Él me hace varias preguntas relacionadas con la religión, ya que le encanta la filosofía jasídica.

–¿Está Szegedi luchando contra la judeofobia?

–Sí. Muchas veces va a colegios a dar conferencias con el fin de que los niños no lleguen a ser lo que él fue.

Uno no puede dejar de preguntarse qué habría sucedido si Szegedi nunca hubiera descubierto la verdadera historia de su abuela. No obstante, lo hizo, y tal vez sea una de las voces más autorizadas para explicar qué es lo que seguramente esconde un racista. En declaraciones para la BBC británica en el año 2015, dijo:

El antisemitismo no necesita a los judíos, porque está basado en premisas falsas. Es la proyección de los miedos de uno mismo y la falta de autoestima.

En este sentido, Szegedi da en la tecla. El ser humano suele ser muy orgulloso, y por lo general intenta demostrar fortaleza y no acepta los propios errores, ni lidiar con las consecuencias de sus actos. La búsqueda de un responsable externo de los males de una persona o una sociedad es habitual. Debido a su impresionante transformación, Szegedi se sacó esa máscara, dejó a un lado el orgullo y pudo confesar, seguramente como parte de su rehabilitación, que eso era lo que tenía dentro en realidad, pero que había tomado el sencillo e infantil camino de expresarlo con odio hacia otros diferentes.

Este tipo de comportamiento uno lo puede encontrar en pequeños conflictos rutinarios, pero también a gran escala, cuando millones de personas depositan toda su confianza en unos pocos líderes, a quienes entregan sus mentes. Esto es aprovechado por los que ostentan el poder, que pueden ser solo hábiles manipuladores o bien creerse sus propias visiones fanáticas y saber comunicarlas con el suficiente carisma como para convencer a grandes cantidades de personas sedientas de encontrar un camino, una identidad y, sobre todas las cosas, culpables de los problemas que tienen. Esta última descripción le viene como anillo al dedo al antoiguo Szegedi.

Los extremos se unen, y por lo tanto este tipo de actitudes solían y suelen verse tanto en la extrema izquierda como en la extrema derecha. Solo es cuestión de analizar las ideas y propuestas de ambas para darse cuenta de que son muchas más las similitudes que las diferencias. Y en lo que a judeofobia se refiere, el odio es el mismo, aunque el estereotipo del judío varía. Los comunistas lo ven como capitalista y conservador, mientras los nacionalsocialistas lo ven como comunista y progre. Cómo no, unos y otros muchas veces prefieren escudarse en el antisionismo, al punto de que llegan a aliarse con teocracias islámicas totalitarias, las cuales, en un contexto libre de judíos, serían fuertes enemigas de los dos. Y aquí vale reiterar las palabras de Szegedi: “El antisemitismo no necesita a los judíos, porque está basado en premisas falsas. Es la proyección de los miedos de uno mismo y la falta de autoestima”. Es irrelevante que haya judíos de todo tipo y color, y con ideologías y modos de vida diferentes: para el odiador profesional lo importante es el chivo expiatorio. Punto.

Si bien vivo a miles de kilómetros de distancia, durante la entrevista me permití un breve intercambio de opiniones con el rabino Oberlander a la hora de hacer referencia al racismo en Hungría. Si bien le creo que la situación en las calles es mejor que la de algunos países europeos donde el islamismo radical ha penetrado profundamente, el hecho de que una importante parte de la población haya votado por un partido como Jobbik también representa un peligro a futuro, no sólo para los judíos y otras minorías, sino para el país en general.

Más allá de lo maravilloso de esta transformación, el punto que más interesa destacar en esta historia es la actitud de la abuela y, en menor medida, de la madre. A pesar de ser testigos del proceso de radicalización de Csanád, no hicieron nada por detenerlo, ya que, pienso, la abuela tenía la idea de que era preferible que formara parte de los victimarios antes que de las víctimas. Claro que ninguna de las dos deseaba que llegara a ser semejante personaje nefasto, pero incluso eso, aparentemente, era mejor que ser judío en Hungría. Como muchos otros sobrevivientes de la Shoá, la abuela del expolítico nazi no quería hablar de lo que le tocó vivir en aquella época, pero el hecho de ocultarle a su familia su sangre judía con el fin de que no pasasen lo que ella pasó, desde mi punto de vista, puede llevar a que se ceda ante este flagelo en lugar de combatirlo. Uno puede no compartir lo que hizo la abuela, pero, tras haber sufrido el Holocausto en carne propia, sólo se puede comprender esa extraña forma de proteger a su familia.

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