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DRAGONES Y MAZMORRAS

De parte de la princesa tonta

Supongo que Dulce Chacón estará por completo “de parte de la princesa tonta”, esto es, de Kenizé Mourad, señora que alcanzó la fama con un libro de una cursilería indecible en el que intentaba rescatar la memoria de su madre (De parte de la princesa muerta).

Semana marcada, una vez más, por la cuestión judía. Primero, la presentación del libro, publicado en Taurus, de Martin Doerry Mi corazón herido. La vida de Lilli Jahn. 1900-1944, que es un testimonio más (pero no de más) sobre el Holocausto. El autor es nieto de la biografiada, una médico judía casada con un “ario puro” (?) que no pudo “beneficiarse” de esta circunstancia (léanse los diarios completos de Victor Klemperer, traducidos por mi amiga Carmen Gauger, que acaban de salir en dos tomos en Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores) porque él la abandonó por otra mujer. Se divorciaron y Lilli quedó a merced de las leyes nazis. Primero fue deportada y los niños permanecieron en su piso de Kassel, abandonados a su suerte (y durante un tiempo abandonados también por su padre), sufriendo los bombardeos y padeciendo todo tipo de privaciones, tanto materiales como morales. La madre murió finalmente en Auschwittz sin que nadie, ni sus amigos, ni su ex marido (y padre de sus hijos) hicieran nada, no sólo para salvarla, sino tan siquiera para reconocer su sufrimiento, como por otra parte ocurrió con las millones de víctimas del nazismo, (y, no lo olvidemos, también con las víctimas del comunismo). Martin Doerry, hijo de Ilse, la mayor de esos niños mártires, ha reunido la correspondencia que su abuela mantuvo con sus hijos desde su lugar de deportación e incluye también la correspondencia que mantuvo durante su noviazgo con el que fuera su esposo. El resultado es más eficaz aún que una biografía convencional. Yo asistí por la mañana a la rueda de prensa, en el Instituto Alemán, y fue realmente duro oír a Ilse explicando como su sentimiento de culpa era tan atroz que parecían ser ellos los responsables de su infortunio. El gran triunfo de los torturadores es conseguir que la tacha recaiga sobre las víctimas por el simple delito de serlo, ¡qué vergüenza!

La rueda de prensa transcurrió de manera solidaria. Ninguno de los ahí presentes planteó preguntas más desagradables que la cuestión en sí misma, que ya era suficiente. A lo que no asistí fue a su presentación ante la sociedad lectora en el Círculo de Bellas Artes. Oficiaba Dulce Chacón y como esta novelista ha tenido ocasión más que sobrada durante la guerra de Irak de demostrar sus tendencias pro islámicas, no me esperaba yo nada favorable de ella respecto a algo que tuviera que ver, ni de cerca ni de lejos, con el problema judío. Y así fue. Mientras se hablaba del libro, la cosa funcionó, pero al final no quiso desperdiciar la ocasión y a esa mujer que había padecido tanta injusticia, tanta arbitrariedad, tanta crueldad, como las que ahí se estaban contando le espetó de buenas a primeras: “¿Después de haber vivido esa experiencia cómo siente lo que sucede hoy en relación a Israel y la situación de los palestinos?”. Me cuentan mis informantes que la pobre mujer se quedó desconcertadísima y le contestó, como es lógico, que no sólo son cosas que no se pueden comparar sino que, además, habría que saber en la cuestión de Israel quiénes son también ahí las víctimas y quiénes los verdugos. Supongo que Dulce Chacón estará por completo “de parte de la princesa tonta”, esto es, de Kenizé Mourad, señora que alcanzó la fama con un libro de una cursilería indecible en el que intentaba rescatar la memoria de su madre (De parte de la princesa muerta). Pues bien la señora Mourad acaba de publicar un libro titulado El perfume de nuestra tierra, en el que entrevista a israelíes y palestinos “que han sufrido en sus carnes el conflicto de Oriente Próximo”, y demuestra su ecuanimidad y sereno juicio al decir cosas en las entrevistas como que “Sharon es un loco sanguinario” (La Vanguardia) o “un carnicero” (El Mundo) y al mostrar una descarada solidaridad con los terroristas suicidas que, según ella, se ven abocados a ello porque “están matando a sus niños” (¡sic!).

Acabamos la semana en la asociación Hebraica de Madrid, mi amiga Martine Silber (corresponsal de Le Monde), Rosa Calvo (prensa deportiva) y una servidora, hablando de cómo nos desenvolvíamos profesionalmente en un mundo de hombres. La que resultaba más exótica era sin duda Rosa Calvo, jefa de prensa de la Federación Española de Voley. Es la primera persona que conozco —hombre o mujer— relacionada con ese, sin duda alguna, noble deporte pero que ni siquiera ahora, después de haberla oído, sé cómo se juega, porque ella no habló de eso sino de cómo fue recibida, al principio de su carrera (y yo diría que todavía), como una verdadera mascota en los periódicos para los que trabajaba. La experiencia de Silber y la mía es más corriente y al mismo tiempo más mayoritaria, porque en el mundo de la cultura y de la opinión las mujeres no mandaremos pero estar, estamos. No les aburriré con más pormenores ya que se imaginarán que aquello terminó planteándonos cómo conciliar la vida privada con la pública, que parece ser el principal escollo para llegar a las altas esferas.

Desde luego la situación no es la misma de hace veinte años. La prueba de que algo ha cambiado es que ya hay un buen número de mujeres ineptas ocupando puestos importantes y sin embargo, los hombres y las mujeres siguen sin ser iguales, ni lo quiera Dios (me refiero al aspecto “físico” del problema, por supuesto). Yo soy de letras, pero me encantan las estadísticas, así que me las arreglé para sacar algunas cifras con las que despistar al público, pues nada desconcierta más que una estadística. “¡Pero cómo! —exclamas después de leer algunas, por ejemplo, sobre el consumo— ¡si resulta que yo, que ni fumo ni bebo, me he trincado equis litros de cerveza y me he fumado equis cigarrillos el año pasado!” Y te produce una ilusión tremenda haber hecho algo tan irresponsable con tan poco gasto. Porque para las estadísticas todos contamos, bebamos o no, tengamos hijos o no los tengamos, mandemos u obedezcamos.

Pues bien, yo saqué las estadísticas de un libro muy de fiar, que acaba de sacar otro gran sociólogo, un poco de mi estilo, que se llama Ramón Irigoyen, a cuya presentación en la Casa de América asistí el pasado martes. Irigoyen, después de flirtear con el griego y el latín, la poesía y el ensayo, ha sentado cabeza y ha escrito un libro fundamental para entender el comportamiento del mercado: Los clásicos en la empresa. Sin dejar de reír ni un momento, recorremos todas las facetas de la competitividad laboral con ejemplos sacados de lo mejorcito de la literatura universal. ¿Quiere usted hacer un currículo? Pues lea el Viaje al Parnaso, de Miguel de Cervantes. ¿Buscar un empleo?, el Lazarillo de Tormes. ¿Presentarse a unas oposiciones?, a Fray Luis de León o El Libro de Job. ¿Qué lo que quiere es vender?, a Gracián. ¿Sufre acoso moral en el trabajo?, recurra al Poema del Cid. ¿Tiene problemas de liderazgo?, Los idus de marzo, de Thorton Wilder. Y todo lo demás, por el estilo. Se reirán, insisto, pero además se enterarán, como yo me enteré, de que las mujeres europeas (supongo que con las americanas, y no digo ya con las africanas, será diferente) cobran de media un 18 por ciento menos que los varones en el sector privado y un 13 por ciento menos en el sector público, situándose España en una posición envidiable, pues aquí en lo privado estamos sólo a un 17 por ciento menos que los hombres y en lo público, sólo un 7 por ciento. En cuanto a los puestos directivos, sólo manda un 5,7 por ciento de mujeres frente a un 10 por ciento de hombres. Como ven falta justo el doble para llegar a la incompetencia total.

La próxima semana les hablaré de la Feria del Libro, que se acaba, se acaba, ay, se acaba.

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