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Treinta años después, ¿es posible un Sáhara independiente?

En el conflicto del Sáhara Occidental se da en la actualidad una situación de bloqueo, lo que ha motivado que el secretario general de la ONU, Kofi Annan, haya expresado su preocupación. ¿Cuál es el estado de la cuestión desde la perspectiva política? Treinta años después de que España abandonase las responsabilidades que contrajo solemnemente ante Naciones Unidas y el pueblo saharaui, ¿sigue siendo realista la perspectiva de un Sáhara independiente?

Para entender el bloqueo de la solución del conflicto y la posibilidad que pueda tener la independencia puede ser instructivo un análisis comparativo de la situación en 1975 y en la actualidad. Como se verá, tanto la posición marroquí como la saharaui han experimentado variaciones, y se ha desembocado en una lucha de desgaste político cuyo desenlace puede venir no tanto por el triunfo sino por el fracaso de una de las partes.

I. 1975: el saharaui, un pueblo casi abandonado con todo por ganar

Tras la firma de los Acuerdos de Madrid, el 14 de noviembre de 1975, el pueblo saharaui quedó casi abandonado. En el escenario político mundial su causa no tuvo ningún defensor destacado. En aquella época la estrategia de las relaciones internacionales estaba definida por la "guerra fría" entre el Este y el Oeste. Marruecos, pese a tener muy buenas relaciones con el bloque soviético (como luego se verá), jugaba la carta del "occidentalismo", y en el mundo occidental se daba una convergencia entre los intereses de USA y de Francia.

I. I. USA, que entonces no tenía una presencia definida en el Magreb, sólo quería que la región no cayese en manos de un régimen eventualmente filosoviético, y para ello, siguiendo el "realismo" kissingeriano, estaba dispuesto a hacer cualquier cosa. Francia, por su parte, quería aumentar su área de influencia en el Magreb a costa de España y de Argelia, ex colonia que se resistió a seguir siendo tutelada por la metrópoli.

Este es el primer dato explicativo de por qué pudo consumarse la entrega del territorio a Marruecos: Washington y París coincidían estratégicamente en que el Sáhara no cayera fuera de la órbita "occidental", y la única potencia "occidental" capaz de asumir el territorio era Francia.

La URSS y el bloque soviético –al menos el núcleo "duro" del espacio de influencia comunista (el Pacto de Varsovia)– se mantuvieron "neutrales" ante la invasión marroquí. En no pequeña medida se debió a la campaña en favor de la anexión que desarrolló el secretario general del Partido Comunista marroquí, Alí Yata. Este individuo, que a pesar de profesar el comunismo se alió con Hassán II, hizo una gira por la Europa del Este para intentar neutralizar una eventual oposición, y de hecho lo consiguió. Los países del Pacto de Varsovia se abstuvieron en las votaciones que se realizaron en diciembre de 1975 sobre el asunto del Sáhara en la Asamblea General de la ONU.

Junto a los dos grandes bloques existía entonces un pujante grupo, el movimiento de los "no alineados", que si bien no solía destacar por su amor al liberalismo y la democracia, no por ello se alineaba siempre con la URSS. En dicho movimiento militaban Argelia y Libia: fueron estos dos países vecinos los que consiguieron que la causa saharaui no quedara totalmente aislada en el plano internacional.

Aunque hoy se reconozca claramente el apoyo argelino y los medios marroquíes incidan en ello de forma obsesiva, lo cierto es que, mientras duró (hasta 1984-1985), el apoyo más importante económica y bélicamente fue el libio. Fue Trípoli la que abrió una línea de financiación ilimitada al Frente Polisario, permitiéndole así comprar, dentro del mercado que no le estaba vetado (el del Este), las armas más sofisticadas. En 1984, en un hábil movimiento diplomático, Marruecos firmó la "unión" con Libia mediante el Tratado de Uxdá... que Hassán denunció dos años después, tan pronto como consiguió cortar el apoyo libio al Polisario.

I. II. En Marruecos la anexión se produjo en un contexto de feroz represión de la oposición, en plenos "años de plomo". Oponerse a la aventura sahariana de Hassán II significaba, automáticamente, padecer tortura y el encarcelamiento en prisiones secretas; incluso el asesinato o la desaparición. Aun así, hubo algunos grupúsculos de la izquierda democrática opuesta al régimen hassaniano que, arriesgando las vidas y la libertad, rechazaron la neocolonización marroquí.

En este contexto de brutal tiranía, la política marroquí en el Sáhara no conocía oposición interna, ni en Marruecos ni en el territorio ocupado. Precisamente para huir del terror impuesto por el régimen de Rabat, una parte importante de la población saharaui huyó de la zona cuando se acercaban las tropas marroquíes. Aquel terrible éxodo, a través del desierto, causó la muerte a muchos que no pudieron soportar la dureza del mismo. Igualmente numerosas fueron las víctimas de los bombardeos, con napalm y fósforo blanco, de la aviación de Hassán II. Un genocidio.

I. III. El pueblo saharaui se hallaba organizado por el Frente Popular para la Liberación de Saguia el Hamra y Río de Oro (zonas norte y sur del Sáhara Occidental). El Polisario se vio enfrentado súbitamente a un reto de enorme magnitud: por un lado, hacer frente a dos Ejércitos invasores (el de Marruecos y, hasta 1979, el de Mauritania), doce veces superiores en número; por el otro, organizar a los refugiados en la retaguardia en unas condiciones de vida extremas. Es cierto que tenía un ilimitado apoyo financiero y armamentístico libio, pero no lo es menos que (con la excepción del incidente de Amgala, a principios de 1976) fueron los saharauis, y sólo ellos, quienes hicieron frente al enemigo en el campo de batalla.

Y lo hicieron con un éxito rotundo. Sólo la construcción de los muros, a partir de 1981, hizo que el Frente Polisario perdiera el control de la mayor parte del territorio y fuera incapaz de alcanzar los centros neurálgicos de la costa, donde se desarrolla la actividad económica. La erección de los muros cercenó la capacidad destructiva del Ejército saharaui y permitió a Marruecos consolidar su dominio en las zonas económicamente más activas, que con tales defensas quedaban inmunes a los ataques polisarios.

Al mismo tiempo que se desarrollaba la guerra, en la retaguardia las mujeres saharauis organizaban un Estado. El Polisario consiguió vertebrar uno de los más eficientes y mejor organizados de África. Con una gran escasez de recursos, se consiguió alfabetizar casi al 100% de la población (en Marruecos, a día de hoy, la mitad de los habitantes sigue siendo analfabeta), así como darle una asistencia médica básica (aún se está discutiendo en Marruecos el establecimiento de un seguro médico obligatorio). Esta tarea fue desarrollada por una juventud muy combativa, imbuida de ideas revolucionarias, que se había visto despojada de todo y que, precisamente por eso, tenía todo por ganar.

I. IV. Por lo que hace a España, se hallaba traumatizada. Aunque la Presidencia del Gobierno (Arias Navarro) y el Alto Estado Mayor patrocinaban la entrega del territorio a Rabat, el Ministerio de Asuntos Exteriores y el Ejército desplegado en el Sáhara hicieron todo lo posible por evitarlo. Gracias a ello se consiguió consolidar una doctrina en la ONU que cerró las puertas a los deseos anexionistas marroquíes y dio legitimidad al Frente Polisario después de la penetración de Marruecos. Fue el Ministerio de Exteriores español el que desarrolló una impresionante defensa del derecho de autodeterminación del pueblo saharaui ante el Tribunal Internacional de Justicia, y obtuvo el éxito merecido: el dictamen del Tribunal de La Haya de 16 de octubre de 1975, que reconoce expresamente que el Sáhara Occidental no forma parte de la "integridad territorial" de Marruecos y que el pueblo saharaui tiene derecho a la autodeterminación, constituye a día de hoy el título jurídico que sigue impidiendo la anexión marroquí.

Los Gobiernos sucesivos (Suárez, Calvo Sotelo, González, Aznar) llevaron a cabo una política más o menos cercana a Marruecos (González) o al Polisario (Aznar), pero manteniendo incólume el principio de apoyo a la legalidad internacional vigente y al derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui.

II. Marruecos, 2005: un rey casi unánimemente respaldado con todo por perder

La situación actual se define por la negativa expresa de Marruecos a aceptar y aplicar el Plan Baker II. Una serie de acontecimientos en la política internacional, en la magrebí y en la española explica y, a la vez, condiciona esta nueva etapa, cuyo desenlace puede resultar imprevisible.

II. I. Lo más importante políticamente en el nuevo contexto es que las relaciones internacionales ya no se definen por la oposición "Este-Oeste", sino por la de "islamismo-democracia". La fecha inaugural de este proceso, como es notorio, es el 11 de septiembre de 2001. El desarrollo de tal estrategia ha conducido a que en el campo de lo que antes se conocía como el "Oeste" haya surgido una fractura por diferencias tácticas y estratégicas ("Occidente contra Occidente", la ha llamado André Glucksmann).

Esa fractura se ejemplifica en la oposición USA-Francia. Por un lado, París ha pretendido desarrollar una política de "apaciguamiento" (algunos en USA la tachan también de "neocolonial") con los países musulmanes que se traducía en el "dejar hacer políticamente" a los regímenes despóticos a cambio de "hacer económicamente" negocios con ellos. Las relaciones de Francia con el Iraq de Sadam Husein o con Sudán son extraordinariamente ilustrativas de ello. Por otro lado, Washington ha impulsado una política de "enfrentamiento" con los regímenes y grupos islamistas o filoislamistas que se ha traducido en un "impedirles hacer políticamente" aun a costa de "dejar de hacer económicamente con ellos". Las relaciones de USA con Arabia Saudí y con el Iraq de Sadam son claros ejemplos de esto.

Lo cierto es que, a diferencia de la política exterior francesa, que considera irrelevante la democratización interna de los países árabes, la impulsada por Bush considera esta cuestión absolutamente esencial, pues estima que sólo la democracia (junto al respeto a los derechos humanos y al libre comercio) puede prevenir los peligros del islamismo y de su arma principal, el terrorismo.

El Magreb se ha convertido en el escenario de esta pugna. Argelia, que tras la sfumatura del movimiento de los "no alineados" había perdido peso en las relaciones internacionales, se ha acercado extraordinariamente a USA... sin dejar de coquetear con Francia. Por un lado se ha postulado como una de las fuentes "seguras" de suministro petrolífero, frente al "inseguro" Golfo Pérsico, y por el otro como el país que ha vivido el proceso de derrota del islamismo con el arma de la democratización.

Y, en efecto, es Argelia, sin duda, y no Marruecos, el país más democrático del Magreb, al menos el único en que los últimos procesos electorales no han sido trucados. No es por ello casual que, a día de hoy, sea el lugar de la región donde es más improbable que los islamistas alcancen el poder. Por contra, Marruecos, pese a las campañas de imagen, si bien en algunos aspectos ha avanzado en el proceso de democratización, en otros ha retrocedido respecto a los últimos años de Hassán II.

Ciertamente, ha desarrollado experiencias importantes, como la reforma del Código de Familia y el lanzamiento de la Instancia Equidad y Reconciliación (IER), pero la traducción práctica de los preceptos del primero no es la deseable y el régimen de las indemnizaciones y audiciones públicas de la IER ha generado una (sana) insatisfacción, lo cual, por lo demás, se suma a una mayor concentración de poder en el monarca. Por otra parte, la tarea del IER, confinada al examen de las violaciones pasadas de los derechos humanos, no ha permitido impedir las masivas violaciones presentes, especialmente entre los islamistas y los saharauis y, en menor medida, los demócratas marroquíes (véase el caso de Alí Lmrabet). El resultado es que, como ya se especula en las cancillerías occidentales, Marruecos es el país magrebí donde es más probable un triunfo islamista.

Ante estas perspectivas, las posiciones de Francia y de USA se muestran divergentes. Marruecos procura guardar un equilibrio entre ambas potencias, pero es una empresa difícil. En el contexto de la nueva estrategia norteamericana contra el islamismo, Argelia se convierte, así, en un aliado cuya importancia crece a la par que disminuye la de Marruecos.

Junto a los grandes actores: Francia y USA, existen otros de menor pero no desdeñable importancia: Rusia y China. El papel de Moscú, paradójicamente, fue acentuado por París y Washington, pues se negaron a vender armas a Argelia durante la guerra civil ante el temor de que los islamistas vencieran y se quedaran con ellas. Así las cosas, Rusia encontró en Argelia un magnífico mercado para su armamento. Esta relación económica, sumada a su común condición de suministradores petrolíferos, da al gigante euroasiático un cierto papel en el Magreb alineándose junto a Argelia.

China tiene una presencia creciente en África; en concreto, en los países productores de petróleo, de los que pretende valerse para cubrir su grave déficit energético y mantener su impresionante crecimiento económico. Ello explica la intervención de Pekín en la crisis sudanesa, así como ciertas aproximaciones a Argelia. De esta suerte, China se halla más cercana a las posiciones argelinas que a las marroquíes.

II. II. Como se ha dicho, Marruecos se halla en una trascendental tesitura política, definida por un distanciamiento cada vez mayor entre, por un lado, el monarca y los partidos "oficiales" y, por otro, la sociedad. El reto de la democratización resulta imposible de superarse desde el momento en que todas las fórmulas rehúsan el problema de fondo: la cesión de poder por parte del rey. La incapacidad de canalizar las demandas sociales por los cauces políticos establecidos provoca que éstas se formulen por vías alternativas, las del emergente asociacionismo civil y las del asociacionismo islamista. Este proceso está erosionando la figura del rey, pero, dado que todo el sistema político gira en torno a él, se corre el riesgo de perder una instancia de potestas (o al menos de auctoritas) indiscutible que pueda evitar una crisis generalizada.

Esto es especialmente visible en el caso del Sáhara ocupado. De entrada, llama la atención que el territorio esté llamativamente exento de la ola de islamismo que invade Marruecos (una peculiaridad más). Y, aún más, que esto ocurra cuando el propio Majzén está fomentando allí el islamismo "oficial" (el del Partido de la Justicia y el Desarrollo), guiado por la irresponsable idea de que es preferible que la juventud saharaui sea islamista en vez de independentista.

El rechazo al islamismo no significa que los saharauis se adhieran al sistema político marroquí, sino que están canalizando sus pretensiones bien mediante asociaciones, bien mediante otras vías ajenas al Majzén (tribales, por ejemplo). Lo más preocupante es que no hay perspectivas de que tales demandas sociales vayan a ser canalizadas por los partidos y órganos del sistema (el Majzén) en el futuro, si se aprueba la ley sobre partidos políticos, ahora en fase de discusión, que prohíbe las formaciones regionalistas, étnicas o confesionales. Esa ley quitaría toda credibilidad a la siempre ofrecida pero aún no concretada "autonomía" para el Sáhara.

Mientras tanto, la hostilidad hacia Marruecos en los territorios ocupados en 1975 y en los anexionados en 1912 por iniciativa francesa (es decir, la región de Tarfaya, Cabo Juby o Villa Bens, que se halla entre el paralelo 27’40º y el río Draa) es creciente. Al no establecer Rabat una autonomía creíble y no permitir partidos saharauis, la población se distancia cada vez más del sistema, con lo que arraiga una inestabilidad política que, como no podía ser menos, ha terminado por estallar en la "Intifada saharaui" de mayo de 2005, que ha sido ahogada en sangre. Pero esta brutal represión de unas manifestaciones pacíficas no es sino el reconocimiento de que, treinta años después, los saharauis de los territorios ocupados no quieren ser marroquíes.

La cuestión se agrava porque el rey de Marruecos ha hecho una apuesta radical por la anexión, enfrentándose incluso con la ONU y cerrándose todas las salidas, al no admitir alternativa alguna. Mohamed VI ha dado un paso que ni siquiera su padre se atrevió a dar: rechazar directamente (y no por medios indirectos, como hacía Hassán II) el derecho a la autodeterminación del Sáhara. Pero esta apuesta, que puede ser calificada tanto de "audaz" (si tiene éxito) como de "termeraria" (si fracasa), lleva a cabo un cálculo discutible.

En el poco probable caso de que Mohamed VI consiguiese el aval internacional de la anexión, su victoria se limitará a mantener su poder actual, sin que ello, me parece, pudiera servir para frenar el integrismo. En efecto, llama la atención que en Marruecos las manifestaciones por motivo de Iraq o de Palestina reúnan a cientos de miles de personas... y la organizada el 6 de marzo de 2005 para apoyar la anexión del Sáhara apenas movilizase a 10.000, pese a que toda la maquinaria mediática, partidista y administrativa apoyara la iniciativa. La explicación, de hondas implicaciones, es que la anexión supone la humillación de otro pueblo musulmán. Y aquí, justamente, está la diferencia con los casos de Iraq y Palestina... o con la Marcha Verde de 1975 (cuando se expulsó a los "infieles" españoles alcorán en mano), donde el enemigo es un "no musulmán".

De igual modo, la eventual anexión tampoco creo que sirviera para bloquear las peticiones de democratización. Una vez alcanzado el objetivo de apropiarse del Sáhara, ¿qué excusa podría ofrecer el régimen para perpetuar su sistema despótico de poder? La apropiación del Sáhara abocaría irremisiblemente a una oleada democratizadora que ya no podría ser detenida bajo el argumento de la necesidad de "unir filas" ante un enemigo externo... salvo que en un demencial aventurerismo el sultán decidiera invadir Ceuta o Melilla... Algo que con un Gobierno mínimamente serio en España que se oponga a la iniciativa resulta inimaginable, después de la traumática experiencia marroquí en Perejil, y que tampoco llevaría al enfrentamiento con uno en la estela del conde Don Julián, precisamente porque no habría resistencia, con lo que el desafío de la democratización quedaría intacto.

Sin embargo, si Mohamed VI perdiese su apuesta por la anexión quedaría deslegitimado y no podría evitar la pérdida de poder, en beneficio tanto de los movimientos islamistas como de los democratizadores. El argumento fundamental de éstos sería: "Si se hubiese democratizado el Sáhara no lo habríamos perdido". Por eso, estimo que la apuesta más inteligente que hubiera podido hacer aquél era, curiosamente, el Plan Baker II; o sea, la que se empeña en evitar.

¿Por qué convendría el Baker II a Mohamed VI? Por varias razones. Primero, porque le permitiría ganar respetabilidad internacional, ya que solucionaría el conflicto de acuerdo con la ONU, lo cual le posibilitaría conseguir importantes objetivos de su política exterior; entre ellos, el más importante sería una nueva asociación privilegiada con la Unión Europea, lo que a su vez redundaría en una notoria mejora económica y social marroquí. El coste para el sultán sería que tendría que cumplir sus compromisos internacionales, algo que no entra en las costumbres diplomáticas de Rabat.

En segundo lugar, le permitiría tomar la iniciativa en el proceso de regionalización y democratización que exige el mencionado plan. Sin aval internacional para el conflicto del Sáhara es difícil el logro de un nuevo estatuto europeo. Sin regionalización y democratización la situación política puede empeorar. El coste para el trono marroquí sería ceder parte del poder, algo que se niega a hacer bajo ningún concepto.

II. III. Los saharauis, por su parte, se encuentran ante una tesitura especialmente delicada. El Polisario tiene la vía de la guerra prácticamente cerrada. Una vez se perdió el apoyo financiero de Libia, sólo quedaba el de Argelia. Pero ésta no parece apoyar en la actualidad la reanudación de la guerra. Sólo una eventual, y de momento improbable, implicación de otras potencias (China, Suráfrica) podría reactivar la guerra incluso a pesar de Argelia. Por si fuera poco, Marruecos ha reforzado el muro del Sáhara con radares de alta tecnología, que escandalosamente parecen haber sido financiados por la Unión Europea, con el argumento de que se utilizarán para frenar la inmigración ilegal (¡como si los emigrantes ilegales pudieran atravesar los campos minados que rodean el muro!).

Al estar bloqueada la vía militar, sólo quedan tres abiertas: la diplomática, la jurídica y la de la desestabilización interna de los territorios ocupados. Por lo que hace a la primera, la diplomacia saharaui, antaño muy activa, se halla generalmente a la defensiva de las iniciativas marroquíes. Este fenómeno, a mi juicio, se acentúa en su vertiente jurídica: el Polisario no tiene la iniciativa, ya sea en foros internacionales jurídico-públicos o en foros nacionales jurídico-privados.

Como consecuencia de ello, se aprecia una lenta pero continuada acción marroquí de erosión de la doctrina jurídico-internacional establecida en 1975 por el Tribunal de La Haya. El momento más dramático de este proceso fue la votación de la Asamblea General de Naciones Unidas el 10 de diciembre de 2004: sólo 50 Estados apoyaron el derecho saharaui (incluida Rusia), mientras 100 se abstenían (es decir, mostraban indiferencia hacia el derecho saharaui o la pretensión marroquí) y otros se ausentaban para no tener que pronunciarse a favor del Derecho Internacional.

No obstante, esta "esclerosis" del Frente Polisario parece compensarse con una progresiva organización de los saharauis de las zonas ocupadas por Marruecos y de las zonas cedidas en 1912, que demuestran un dinamismo muy notable. El hecho político más notable en este capítulo es que el peso político de los saharauis se está desplazando progresivamente hacia las asociaciones y líderes de las zonas ocupadas y anexionadas en 1912.

La "Intifada" de mayo de 2005 es un brillante ejemplo de ello. Todas las poblaciones del Sáhara ocupado (El Aaiún, Smara y Villa Cisneros, y en menor medida Bojador) han visto cómo ciudadanos indefensos se manifestaban pacíficamente contra el ocupante. También se manifestó la población de los territorios anexionados en 1912 y del sur de Marruecos (Assa, Gulimín). Es más, los propios estudiantes marroquíes de universidades marroquíes (en Rabat, Agadir, Marrakech y Fez) no han dudado en sufrir en sus carnes la represión marroquí por manifestar su deseo de independencia.

II. IV. El papel de España es de extraordinaria importancia y de excepcional responsabilidad, porque tiene una influencia en este terreno muy considerable. Como antigua potencia colonizadora, aún responsable de iure (a tenor del dictamen del subsecretario de asuntos jurídicos de la ONU de 29 de enero de 2002 –Dictamen Corell–), muchos Estados (sobre todo de Hispanoamérica y la UE) prestan una especial atención a la actitud de Madrid ante el conflicto para definir la suya.

Queriéndolo o no, lo cierto es que en gran medida España está en el origen del actual estancamiento del proceso de descolonización. La doctrina del Gobierno del PSOE no sólo se ha separado de la del Gobierno del PP, también de la de las anteriores Administraciones socialistas.

La posición del Ejecutivo actual se ha ido consolidando a lo largo de sucesivas etapas. En primer lugar, el presidente (El Mundo, 23 de abril de 2004) habló de la conveniencia de un "nuevo acuerdo" (lo que implícitamente suponía rechazar el ya existente) y de la existencia de eventuales derechos de las otras "partes" en el conflicto, que, además, resultaban ser "el Frente Polisario y Argelia", en contra de lo establecido por la ONU, que considera parte sólo al Polisario. Después, el ministro de Asuntos Exteriores (El Mundo, 11 de julio de 2004) rechazó que fuera conveniente celebrar un referéndum de autodeterminación ("Un referéndum ahora en el Sáhara causaría una crisis en todo el Magreb"), a pesar de que hace ya quince años que fue aceptado por Marruecos, y de que hace treinta España se había preparado para celebrarlo, mostrándose partidario de una alternativa ("solución política satisfactoria que dé pleno respeto a sus derechos respectivos") que se aproxima mucho a lo que pide Marruecos.

En tercer lugar, el presidente (entrevista televisiva del 19 de enero de 2005) afirmó que "la única solución pasa por un acuerdo con Marruecos", y que las "estrategias" diseñadas por agentes externos al conflicto nunca han fructificado (palabras que podrían interpretarse como una crítica a James Baker). El cuarto y definitivo paso lo ha franqueado la secretaria de Estado de Inmigración (Europa Press, 20 de enero de 2005), al pedir a la Unión Europea la financiación de un sistema de vigilancia especial para la vigilancia de "las fronteras [de Marruecos] con Argelia y Mauritania". Basta mirar el mapamundi de la ONU para constatar que Marruecos no tiene fronteras con Mauritania, sino con España, Argelia y el Sáhara Occidental.

La quinta etapa ha sido la presencia del delegado del Gobierno en Canarias, José Segura, en El Aaiún el 12 de marzo de 2005, acompañando a una delegación comercial canaria. Es la primera vez que un alto cargo español pisa el Sáhara Occidental desde que fuera abandonado. La sexta es la promoción indisimulada que ha hecho el Gobierno Zapatero de un nuevo acuerdo pesquero entre la Unión Europea y Marruecos, que muy probablemente se haría sobre aguas que no son marroquíes: las del Sáhara Occidental. Preguntada el 31 de mayo acerca de si deberían quedar excluidas del acuerdo esas aguas, la ministra Espinosa eludió la respuesta.

Este conjunto de gestos y declaraciones oficiales, sumado a ciertas iniciativas que consideran el Sáhara Occidental territorio marroquí (por ejemplo, en relación con el "instrumento de vecindad" de la UE), ha proporcionado a Marruecos una cobertura para afirmar que la ex colonia española forma parte de su "integridad territorial" y, en consecuencia, negarse a continuar el proceso de descolonización mediante el ejercicio del derecho de autodeterminación.

Cabe decir, no obstante, que el Gobierno se ha desmarcado, de forma bastante poco uniforme, del viaje de José Segura a El Aaiún. Así, por un lado, el secretario de Estado de Asuntos Exteriores, Bernardino León, declaró el 16 de marzo, durante su intervención en la Comisión de Exteriores del Congreso, que la visita fue "un acto administrativo que no tiene alcance político", y que "en ningún caso estos actos administrativos suponen un reconocimiento de la soberanía de Marruecos sobre el territorio"; y reafirmó el derecho de los habitantes del mismo a la autodeterminación. Pero, por otro lado, el Ejecutivo respondió a una pregunta formulada en el Congreso diciendo que dicho viaje no tenía carácter "oficial", por lo que tampoco podría calificarse de "acto administrativo", como hizo Bernardino León.

A todo esto hay que añadir el silencio de Madrid ante la Intifada saharaui. Ningún miembro del Gobierno ha condenado la represión de que han sido objeto los saharauis, pese a su carácter brutal.

Así pues, el actual bloqueo del proceso de descolonización del Sáhara no hubiese sido posible sin la cobertura prestada por España.

III. Eventuales derivaciones de una situación bloqueada

La situación de bloqueo ha alarmado al secretario general de la ONU, que en su último informe (S/2005/49, 27 de enero de 2005) ha declarado: "Me preocupa el hecho de que, si no se conjura el estancamiento político, podría producirse un deterioro en la situación del Sáhara Occidental". Ciertamente, hay una fuerte presión argelina (inducida por USA) sobre el Frente Polisario para que no reanude la guerra. La cuestión es si el bloqueo en un contexto no bélico puede desembocar en la anexión.

En mi opinión, esto es difícil, a la luz de ciertas iniciativas económicas recientes; por ejemplo, la oferta de concesiones petrolíferas lanzada por el Gobierno de la RASD el 17 de mayo de 2005, un intento de detener el expolio a que el Sáhara Occidental está siendo sometido por la potencia ocupante. La actividad de empresas privadas en el territorio litigioso abre la vía para que la anexión pueda ser cuestionada en los tribunales de cualquier Estado en que tenga su domicilio alguna firma que haya negociado con Marruecos. Además, y esto es muy importante, de momento los Estados Unidos no avalan la operación, y no está claro que lo vayan a hacer. El 20 de julio de 2004, el entonces representante del Gobierno norteamericano para el Comercio, Robert B. Zoellick, comunicó oficialmente al congresista de Pennsylvania Joseph Pitts que "el Acuerdo de Libre Comercio [de USA con Marruecos] se aplicará al comercio y a las inversiones en el territorio de Marruecos internacionalmente reconocido y no incluirá el Sáhara Occidental". Zoellick, años antes, trabajó para James Baker... y ahora ostenta la Subsecretaría del Departamento de Estado.

Las pretensiones españolas de romper la situación de bloqueo tienen una difícil realización. Si persiste el distanciamiento del actual Ejecutivo con la Administración Bush, no parece que una iniciativa española pueda conseguir modificar la posición de USA. Sucede que, junto al asunto de Iraq, ha sido justamente en el Sáhara donde el Gabinete Zapatero ha impedido los planes de Washington en política internacional, ya que permitió a Marruecos torpedear el Plan Baker II, que se adecuaba al proyecto norteamericano para la región.

Otra cuestión es si Francia podría inclinar a USA hacia una política anexionista sobre el Sáhara. Previamente, ambos países tendrían que poner fin al enfrentamiento de "Occidente contra Occidente", pero incluso en ese supuesto nada indica que Washington vaya a ceder gratuitamente a París (Rabat interpuesta) el Sáhara Occidental. Entre tanto, la anexión no será bendecida. Y la pregunta no será tanto si el Frente Polisario resistirá... sino si lo hará Marruecos.

La solución del está bloqueada. Pero, tras 16 años de guerra (1975-1991) y catorce de gestión por parte del Consejo de Seguridad, muchas cosas han cambiado. El análisis de estos cambios parece indicar que la solución preconizada en 1975 (anexión del Sáhara a Marruecos) no es viable hoy día. El rechazo del Baker II abre un período de incertidumbre en el que, paradójicamente, quien más tiene que perder puede ser Marruecos, que es quien ha bloqueado la aceptación y puesta en práctica del plan. De ser así, el decurso del tiempo, sobre cuyo sentido se pronuncian los augures, quizá no estaría sino haciendo avanzar las arenas de la independencia.

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