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García Márquez, el ilusionista

Plinio Apuleyo Mendoza, Aquellos tiempos con Gabo, Ed. Plaza y Janés, 2000

Plinio Apuleyo Mendoza es, como diría Borges, un hombre numeroso. Periodista, novelista, diplomático. Nacido en Tunja, Colombia, en 1932, entre sus libros más renombrados deben mencionarse títulos tan diversos como sus conversaciones con García Márquez en El olor de la guayaba, las novelas Cinco días en la isla y Años de fuga y, asimismo, su participación en aquel libro colectivo titulado Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano, que escribió conjuntamente con Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa (y como los tres mosqueteros eran en realidad cuatro, cabe recordar que esta obra ha sido prologada por Mario Vargas Llosa) y con el cual viene dando su gran batalla liberal.

En estos días de mudanza, puesto que, finalmente, Plinio Apuleyo Mendoza está instalándose en Madrid, para su tranquilidad y regocijo de la literatura, cabe celebrar la aparición del reciente volumen llamado Aquellos tiempos con Gabo, que, para alegría de sus lectores, son dos libros en uno.

En efecto, como señala la carátula, el libro nos muestra "un García Márquez desconocido"; pero no es menos cierto que, paralelamente, describe la andadura de Plinio Apuleyo Mendoza, periodista y novelista, del cual vierte datos también desconocidos. Como en una novela, trabaja sobre la figura central al autor de Cien años de soledad, su amigo y compadre, del que va dibujando un retrato extraordinario por la agudeza de las observaciones, por el distanciamiento crítico y, a la vez, por la mirada cordial con que se acerca a sus dudas y certidumbres. Y, a la vez, traza una suerte de escondida autobiografía. Lo hace de una manera indirecta, sutil, muy recatada, y al final del libro tenemos, también, jugosas memorias del autor de La llama y el hielo.

El libro se inaugura un mediodía de noviembre de 1947, en un café de Bogotá, cuando Plinio conoció a Gabriel García Márquez, un muchacho costeño, delgadísimo, alegre y rápido como un pelotero de béisbol, que se sienta a la mesa que su futuro biógrafo y un amigo comparten; lo hace sin pedir permiso, pide un café y, de paso, desliza una mano suave como paloma por el trasero de la camarera.

Ese muchacho costeño dice unas pocas palabras más o menos vulgares y se marcha sin pagar, garboso dentro de su camisa de panderetas. Plinio, perplejo. Y Villar, su contertulio, le comenta que aquel joven talentoso, que ha publicado unos cuentos, desgraciadamente "es un caso perdido".

A partir de entonces, Plinio cuenta con una prosa refinada, envolvente y llena de resonancias interiores, la vida del caso perdido. Lo hace paso a paso, hasta el encumbramiento, luego de haber escrito la sorprendente novela Cien años de soledad que, entre otros galardones, le abrió el camino hacia el (preciado) Nobel, que cosechó en 1982.

Comparten memorables días en París, cuando Plinio era un estudiante y Gabo (así lo llaman sus amigos) escribía para un periódico que, luego, lo dejó sin trabajo. Tiempo de vino y rosas. Es allí donde, además de escribir cuentos, García Márquez descubre, una noche de Navidad, la nieve.

Y Plinio nos describe la reacción de aquel caso perdido nacido en un pueblito de la zona bananera de Colombia. ¿Cuál es? Correr, sí, correr entre la nieve, levantando los brazos como un jugador de fútbol que ha metido un gol, sin comprender aquel mundo blanco que lo rodea. "Menos mal que es loco", piensa Plinio...

Hay unas sabrosas descripciones de los viajes por Europa del Este, que realizaron juntos en un autito pequeño, y sobre los cuales García Márquez escribió diversos artículos señalando que viajaba acompañado de un periodista llamado Franco (que en realidad es Plinio) y una diseñadora indochina (que es Soledad, la hermana de Plinio). En la URSS visitan la tumba de Stalin, y las manos delicadas le llaman la atención al novelista, tanto, que luego se las injertará a su dictador latinoamericano de El otoño del patriarca. Así como este pequeño detalle no se le escapa a Plinio Apuleyo Mendoza (que es un periodista de excepción y posee el don de observar desinteresadamente y para después, que distingue a los buenos novelistas), hay muchos otros que atrapa como una mariposa en vuelo y la clava con un alfiler para exhibirla en su esplendor.

Son momentos esenciales en la futura obra literaria de García Márquez. Por ejemplo, algunos aspectos sorprendentes del juicio sumario y fusilamiento del coronel Sosa Blanco, en los primeros "paredones" de la revolución castrista, y que García Márquez conservará en la memoria para libros por venir.

El ejercicio del periodismo en Venezuela, luego en la agencia Prensa Latina y, más adelante, en otros medios, da cuenta del férreo profesionalismo de uno y otro; y asimismo, permite entrever de qué manera fueron tejiéndose las redes políticas desde Cuba, cuando ambos estaban entusiasmados por aquella revolución que, pensaban, no tenía las lacras del comunismo europeo. Poco faltaba para que Plinio se desencantara definitivamente, pensando que la realidad del mundo comunista es hoy la misma de siempre, inexorablemente, en tanto, de manera que sorprende a todos, García Márquez, como es notorio, "pone a Cuba fuera de la cesta".

Las playas de aquí y allá, el vino, las lecturas, la música, las férvidas derrotas y los momentos jubilosos, pautan las vidas de los personajes verdaderos de esta historia singular, que tiene en Plinio Apuleyo Mendoza a un testigo privilegiado. El retrato en movimiento de uno de los mayores escritores del siglo se lo debemos a los ahorros de la memoria de Plinio, quien ha tenido la suerte y el coraje de vivir tantas cosas como las que aquí se dicen, y que los lectores que importan, agradecen.

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