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LA IMPORTANCIA DE LOS CONTRATOS

El mercader de Venecia

La base de una sociedad civilizada consiste en el respeto a los contratos. En verdad, prácticamente todas las acciones están basadas en relaciones contractuales. Tomo el desayuno y hay contratos de compra-venta para que pueda disponer de lo que estoy comiendo o bebiendo; tomo un taxi o un colectivo y hay contratos de adhesión; llevo los hijos al colegio y hay contratos de enseñanza; alquilo una casa, compro el periódico, almuerzo en un restaurante, voy al trabajo, al teatro, adquiero un libro, etcétera: todo son contratos.

La base de una sociedad civilizada consiste en el respeto a los contratos. En verdad, prácticamente todas las acciones están basadas en relaciones contractuales. Tomo el desayuno y hay contratos de compra-venta para que pueda disponer de lo que estoy comiendo o bebiendo; tomo un taxi o un colectivo y hay contratos de adhesión; llevo los hijos al colegio y hay contratos de enseñanza; alquilo una casa, compro el periódico, almuerzo en un restaurante, voy al trabajo, al teatro, adquiero un libro, etcétera: todo son contratos.
Al Pacino, en una escena de EL MERCADER DE VENECIA.
Modernamente han aparecido las absurdas figuras jurídicas del abuso de derecho y la imprevisión, que demuelen el andamiaje contractual. En el primer caso estamos frente a una contradicción en los términos, ya que, como bien han señalado Ripert y Planiol, un mismo acto no puede ser conforme y contrario a derecho. En el segundo, se pone en manos del juez la posibilidad de anular un contrato cuando una de las partes alega no haber previsto las consecuencias de lo que firmó. Craso error: como apunta Bibiloni, los contratos son hechos para ser cumplidos, "arruinándose si fuera necesario".
 
Toda la estructura jurídica se asienta sobre el cumplimiento de la palabra empeñada. Ya se sabe que las dos partes estiman valores distintos y tienen expectativas diferentes: esa es la razón por la que celebraron el pacto. Ya se sabe que las partes deben asumir la responsabilidad por lo que prometen. La otra cara de la libertad es la responsabilidad.
 
Acabo de asistir a la producción cinematográfica basada en la obra homónima de Shakespeare El mercader de Venecia. Por una parte, queda allí reflejado el espíritu asquerosamente antisemita de la época, lamentablemente muy extendido en nuestro mundo de hoy. He escrito en otras oportunidades sobre esta decadente expresión de barbarie, estimulada por acomplejados y débiles mentales, cuando no de criminales de las más baja estofa. Ahora quiero centrar mi atención en otro aspecto de esta representación en la pantalla grande liderada por Al Pacino. Se trata, precisamente, del carácter sacrosanto de la relación contractual. En esta creación del personaje más celebrado de la lengua inglesa el caso se lleva a un extremo inaudito, pero ilustra la importancia del cumplimiento de lo que se ha convenido –consciente y deliberadamente– para que tenga sentido un marco confiable y previsible de seguridad jurídica.
 
Otro fotograma de EL MERCADER DE VENECIA.Recordemos la trama: Bassanio quería contraer nupcias con la rica heredera Porcia, pero no tenía medios económicos para concretar su proyecto. Para tal fin acude a su amigo Antonio, quien contaba con una importante flota marítima y acepta constituirse en deudor de Shylock, un prestamista que, como todos, era considerado un usurero.
 
Vale la pena introducir una digresión para aclarar dos cosas. En primer término, que, debido a la discriminación contra los judíos, se los rechazaba de todos los trabajos. La única labor que podían realizar era prestar dinero. En segundo término, se les enrostraba el calificativo de "usurero", con lo que se pretendía significar tasas de interés "demasiado elevadas", sin percibir que éstas son consecuencia de la preferencia temporal y no de un absurdo voluntarismo constructivista. Por otra parte, en una demostración de gran hipocresía, los cristianos que los discriminaban les pedían prestado para construir sus catedrales.
 
En todo caso, Antonio siempre había humillado a Shylock, lo había pateado y escupido en el rostro. El prestamista propone a su potencial acreedor que le prestará la suma requerida sin intereses a tres meses, pero que si no cumplía debía entregarle una libra de carne de su cuerpo, a su elección. Todos están de acuerdo y, por tanto, firman el contrato. Bassanio parte para el proyectado casamiento, logra su cometido y se convierte en un suculento propietario.
 
El mercader Antonio tiene serias dificultades en sus negocios y pide ayuda al novel marido y a su mujer. Ambos retornan y, al comprobar que Shylock no acepta otra cosa que no sea lo estipulado en el contrato, traman una serie de chicanas legales ante el duque de Venecia, quien debía resolver el caso. Finalmente, después de algunos alegatos a favor del cumplimiento del contrato, al efecto de "preservar la seguridad de la República de Venecia", el veredicto fue que todo el patrimonio del prestamista debía pasar, por mitades, al Estado y a Antonio, ya que Shylock había escogido el corazón del deudor como la libra de carne estipulada en el contrato original, lo cual significaba "la muerte de un ciudadano de Venecia". Este fallo podía mitigarse siempre que el acreedor "se convierta al cristianismo y decida legar sus bienes a su hija Jessica". Dicho sea de paso, esta hija se había fugado con un cristiano con parte del patrimonio de su padre.
 
En este caso la trama lleva a un extremo la situación, pero invita a pensar seriamente sobre la trascendencia de la institución contractual en toda sociedad civilizada.
 
 
© AIPE
 
Alberto Benegas Lynch (h), presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias argentina.
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