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POBRES POBRES

El socialismo es injusto y engendra miseria

En la mentalidad del ciudadano corriente persiste ese dogma nunca contrastado de que la izquierda se ocupa de los más desfavorecidos y la derecha política sólo beneficia a los que más poseen. Pero tras la imagen que nos presenta a una izquierda comprometida con las clases más débiles se esconde una pulsión tan humana como la envidia.

En la mentalidad del ciudadano corriente persiste ese dogma nunca contrastado de que la izquierda se ocupa de los más desfavorecidos y la derecha política sólo beneficia a los que más poseen. Pero tras la imagen que nos presenta a una izquierda comprometida con las clases más débiles se esconde una pulsión tan humana como la envidia.
En efecto, el marxismo basa sus análisis en la idea de que los ricos lo son porque antes han esquilmado una riqueza que corresponde a los trabajadores, como si todo el sistema económico fuera un juego de suma cero. La iniciativa empresarial, la capacidad para detectar ineficiencias en los intercambios sociales y encontrar así una oportunidad de negocio o la capacidad emprendedora innata del ser humano desaparecen en este análisis simplista, que fija las premisas de su doctrina sobre unos prejuicios establecidos de antemano. La envidia igualitaria, que espolea la izquierda con su reiterativo discurso, es sólo una excusa para que los menos emprendedores justifiquen su mediocridad apelando al despojo de los triunfadores, en función de una abusiva "justicia social" que no tiene nada de lo uno ni de lo otro.

El estado socialista castiga al emprendedor para subvencionar al mediocre, pero quien se empobrece más y más con esta forma de interpretar la economía es, precisamente, el que se encuentra más abajo en la escala social, pues se le impide la incorporación al mundo del éxito profesional con las trabas que los gobiernos imponen, irónicamente, para facilitar esa igualdad que nunca llega.

El socialismo no puede favorecer a los más necesitados por la sencilla razón de que su sistema económico no funciona, y si la actividad económica se debilita quienes pagan las consecuencias en primer lugar son, obviamente, los que menos recursos tienen para subsistir. El narcótico del estado del bienestar es sólo una herramienta de los gobiernos para captar el voto de las clases descontentas, a las que se entrega una parte de la riqueza que antes se ha expropiado a los más trabajadores, brillantes, emprendedores o arriesgados.

Zapatero.El ejemplo de la España de Zapatero es paradigmático: a un grupo cada vez más numeroso de desempleados se le garantiza un subsidio de miseria como resultado de la redistribución gubernamental. Pero para mantener a esta masa subsidiada es necesario aumentar la confiscación de riqueza a los emprendedores, con el resultado de que cada vez un mayor número de estos últimos tiene que renunciar a proseguir su actividad, lo que a su vez se traduce en un aumento del número de parados, que pasan a formar parte de los perceptores netos de renta estatal, retroalimentando así el proceso en una espiral insostenible.

La única manera de que las clases más bajas prosperen pasa por permitir una mayor libertad en las interacciones sociales, de forma que se creen nuevas oportunidades de negocio y puestos de trabajo. Pero para alcanzar ese fin el gobierno debe renunciar a su poder de coacción; y el socialismo no puede abandonar esta arma poderosa, porque entonces reconocería su fracaso y dejaría de tener razón de ser.

El caso más palmario de que las ideas de la izquierda provocan inevitablemente una mayor pobreza y desigualdad lo tenemos en Andalucía. Si la izquierda tiene como principal objetivo mejorar la condición de los más pobres, ¿cómo es que los andaluces, que sólo han tenido gobiernos socialistas en lo que va de democracia, lo son más cada día? Pero lo que ocurre en esa parte de España no es consecuencia de la ineptitud de los políticos socialistas que han regido sus destinos en las últimas tres décadas, sino el resultado inevitable de la implantación de unas ideas nocivas para la armonía social.

Andalucía es, a estos efectos, el más fiel reflejo de las consecuencias del socialismo: una masa subsidiada (el PER) que vota para no perder esos ingresos ilegítimos –que seguramente ni siquiera necesita– y un férreo control de la sociedad y de todos sus órganos de expresión para que el Partido siga en el poder.

La única igualdad que puede garantizar el socialismo es la igualdad en la miseria de la mayoría, a la mayor gloria de los que controlan las estructuras de poder, esa nueva aristocracia.

En un sistema de auténtico libre mercado puedes hacerte rico con talento y esfuerzo, mientras que bajo el socialismo sólo puedes prosperar empleando la vileza. Un vistazo a la realidad andaluza exime de cualquier razonamiento añadido.
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