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DRAGONES Y MAZMORRAS

Esto es literatura

Toda la atención de los madrileños está centrada este verano en las retransmisiones que, en vivo y en directo, lleva haciendo Telemadrid de la Comisión de Investigación de la Asamblea de Madrid que podría compararse a una "tragedia de género".

Corría el mes de mayo del año 1983. Estábamos en Lisboa de visita un grupo de personas aprovechando la ocasión que nos había llevado hasta Portugal: el I Encontro de Poesía Hispanolusa (o algo así) y compartíamos velador en un céntrico y afamado café una serie de poetas primerizos con otros de más renombre como José Ángel Valente, así como con el editor José Antonio Llardent, traductor de Fernando Pessoa y creador de la editorial Istmo, hoy en poder de Akal, y con los profesores portugueses (y pareja de hecho) Teresa Rita Lopes y António José Saraiva, especialista en Pessoa ella y ensayista él, amén de gran ideólogo del iberismo.

Nos acompañaba también un grupo de jovencísimas alumnas que asistían a los coloquios y que escuchaban con especial arrobo lo que decíamos, en particular lo que decían Llardent Saraiva y Valente, los cuales estaban en sus respectivas glorias, rodeados de tanta nínfula oferente cuando, de pronto, se materializó ante nosotros la belleza misma, encarnada en un camarero ataviado según las normas más estrictas de la hostelería internacional, de forma que el largo mandil ceñía su figura realzando sus apolíneas formas. La atención del mujerío se desvió de las sutiles palabras con la que nos regalaban los grandes hombres, que sonaron lastimeramente en el vacío, para centrarse en los felinos movimientos del hermoso servidor, que sorteaba los veladores, abarrotados de público, con una gracia inigualable. Entonces, en esa atmósfera hecha de deseo, fantasías eróticas y arrobo estético, Saraiva –también conocido como el hombre de los tres bigotes porque además del habitual, muy poblado, lucía por encima unas frondosas cejas con tejadillo y, por abajo, barbita a juego– exclamó: “¡Camarero, un café!” y mirándonos picaronamente guiñó un ojo y añadió: “Esto es literatura y no lo que decíamos antes”.

Pues algo parecido pasa ahora en Madrid, donde ya pueden los poetas reunirse en El Escorial, pastoreados por su actual pontífice, Andrés Sánchez Robayna, ya pueden desgañitarse los artistas líricos de la Antología de la Zarzuela todas las noches en los jardines de Sabattini, ya puede Otelo apuñalar una y otra vez a Desdémona, ante un público aterrorizado por la magnitud de esta que ahora llamaríamos “tragedia de género”, que ninguno de estos espectáculos podrá competir en intensidad dramática, acendrado lirismo y empuje épico con el que nos está ofreciendo la Asamblea de Madrid, tanto en sus reuniones ordinarias como en las de la Comisión de Investigación. Nada podrán esos cualificados e insignes intérpretes, y sus emblemáticos temas, contra el tirón mediático y la evocadora presencia de unos personajes que tienen sobre los anteriores la ventaja de representar en un solo drama las mejores piezas de todos los géneros.

Por eso, toda la atención de los madrileños está centrada este verano en las retransmisiones que, en vivo y en directo, lleva haciendo Telemadrid desde hace ya cinco sesiones. Porque ¿Qué es Ruth Porta si no la personificación de la morena mala de las películas y los cuentos de brujas y de hadas? ¿No haría una Medea escalofriante? ¿No es Tamayo (que tiene apellido de director de escena) un trasunto masculino de Antígona, desafiando a la razón de Estado? En los días que siguieron a los idus de junio, ¿no les pareció Esperanza Aguirre Juana de Arco?, acosada por sus inquisidores siendo, en este caso, el obispo Cauchon la diputada Porta, bastante más que el propio Rafael Simancas? ¿No parecía éste, salvando las obligadas distancias, Julio César apuñalado en el senatorial recinto y Tamayo no recordaba a Bruto, que de hijo predilecto pasa a ser su cruel ejecutor, por no decir principal asesino? Y, para terminar, ¿no son todos los diputados, ya sean del PP, del PSOE, e incluso los de IU, lo más parecido a un coro de la tragedia griega que, con sus voces mejor que peor concertadas, vocea desgracias y llora derrotas, sirviendo de eficaz contrapunto a la tragedia central? ¿No es esto literatura pura y dura? Si todavía vivieran mis añorados amigos Saraiva, Llardent y Valente seguro que no dirían otra cosa.
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