Pero la época dorada del whisky en la sobremesa, especialmente en la nocturna, parece haber pasado también. Por un lado atacan con fuerza los aguardientes de orujo, un trago corto, sin hielo; por otro, es cada vez más frecuente que el comensal elija un trago largo, el hoy rey de los combinados: el “gin & tonic”, que ha desplazado al “cuba libre” y a sus múltiples derivados. El “gin & tonic” es, como el whisky, un invento anglosajón. Fue en los tiempos del Imperio, en la India, donde parece haber nacido esta agradable combinación de “gin” y agua tónica. En efecto, uno de los aspectos menos gratos de la vida en la India para un británico era la malaria; y su mejor antídoto era la quinina.
Los ingleses podían haber optado por los vinos quinados, aquellos que tanto se consumieron en España en otro tiempo; pero prefirieron el agua tónica, que también contiene quinina. Lo que pasa es que la tónica —nadie le llama “agua tónica”— sola resulta bastante sosita, de modo que los súbditos de Su Graciosa Majestad dieron en mezclarla con su aguardiente nacional, que en Inglaterra no era el whisky, al fin y al cabo escocés, sino el “gin”, lo que hoy llamamos ginebra aunque antes ese nombre estaba reservado a las elaboraciones holandesas.
Hoy hay incluso una nada despreciable cultura del “gin & tonic”. Triunfan nuevas marcas de ginebra, en tanto que casi desaparecen del mercado otras en tiempos muy famosas y solicitadas. Pese a que en la mayor parte de los establecimientos siguen sirviendo el “gin & tonic” en el antiestético e incomodísimo vaso “de tubo”, el buen bebedor de “gin & tonic” lo rechaza en beneficio de otro tipo de recipientes, desde la copa con pie hasta el fino y grande vaso de sidra.