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COMER BIEN

Gastronomía: Una sopa antigripal

Ya sabían lo que se hacían, ya, nuestras abuelas, cuando al menor alifafe le sacudían al familiar medianamente pachucho unos calditos y unas sopas de ésas que se decía que “resucitan a un muerto”; sopas de preñada, de parida, de convaleciente... Siempre partiendo de caldos sustanciosísimos, que daban sopas riquísimas.

Hay semanas en las que no está uno para nada, semanas que empiezan directamente con la gripe más virulenta que uno recuerda, que se instala en casa con todo su cortejo de toses, dolores de cabeza y de otras cosas, fiebre...Y, cómo no, ausencia total de apetito. Uno hace lo que le dicen y toma un jarabe por aquí, unas pastillas por allá, un antipirético entre horas, se queda en la cama, bebe líquidos, se aburre... Lo único que no tiene son ganas de comer, aunque sabe, cómo no lo va a saber, que tiene que comer. Pero no le apetece. No está uno ni para el clásico “sopitas y buen vino”.
 
Aunque, pensándolo mejor... Ya sabían lo que se hacían, ya, nuestras abuelas, cuando al menor alifafe le sacudían al familiar medianamente pachucho unos calditos y unas sopas de ésas que se decía que “resucitan a un muerto”; sopas de preñada, de parida, de convaleciente... Siempre partiendo de caldos sustanciosísimos, que daban sopas riquísimas. De modo que pensamos que sí, que una sopa, bueno; al fin y al cabo, entra en la orden galena de tomar muchos líquidos, y entre agua del grifo y una sopita, pues...
 
El punto de partida fue, como en los caldos de enfermo clásicos, media gallina, pero media gallina de las que, como se dice ahora, andan por el suelo, es decir, no de las que pasan su vida encerradas en una jaula en la que apenas se mueven. Media gallina de las de antes, a las que, paradojas de la vida, hoy llamamos “honradas”, y menos mal que a nadie se le ha ocurrido aún llamarlas “honestas”.
 
Bueno, pues lo primero es lavar muy bien la gallina. Ya puestos en labores higiénicas, lavamos también medio kilo de morcillo de ternera —no hagan nunca caso a quienes les digan que la carne no se lava—, raspamos cuatro zanahorias, pelamos una cebolla y limpiamos bien un par de puerros. Gallina y morcillo fueron a ocupar su puesto a una olla, bien cubiertos de agua. Una vez roto el hervor, dejamos las cosas como estaban unos tres o cuatro minutos, suficientes para que suban a la superficie del agua una serie de impurezas sanguinolentas de las que, francamente, aconsejamos siempre prescindir, y más en caso de debilidad gripal. De modo que tiramos toda esa agua y volvimos a lavar la gallina y el morcillo al chorro de agua fría. Además de eliminar todas esas impurezas, nos evitamos, con este procedimiento, el engorro de tener que andar luego espumando el caldo, o “desespumándolo”.
 
Bien, pues ponemos la olla nuevamente al fuego, con las carnes, agua limpia y todas las verduras, que son las antecitadas más un trocito de apio y un diente de ajo, y dejamos cocer hasta que las carnes estén tiernas. Puede hacerse, si se quiere, en olla exprés. Como de lo que se trataba era de hacer una sopa “de enfermos”, pero capaz de levantarnos de la cama, colamos el caldo e hicimos en él una sopa de arroz clara, enriquecida con un picadillo de pechuga de gallina y otro elaborado a partir de un huevo cocido, que en este estado picadísimo y en este menester resulta hasta aceptable. Perfumamos la sopa con unas “perlas” de aceite virgen y... bueno, no es que nos curásemos, pero sí que vimos la vida con otros ojos y, sobre todo, con otro estómago.
 
Obviamente, las cosas han de hacerse bien o no hacerse, de modo que solemnizamos la ingestión de nuestra sopa de griposos con un vaso de un excelente tinto riojano de 2001, que pese a todos los estragos causados en nariz y paladar por el maldito virus de la gripe nos supo a gloria y completó los benéficos efectos de la sopa. Que, con alguna variación sobre el mismo tema —fideos por arroz, muslo por pechuga, huevo sí huevo no...—, se repitió en más de una ocasión, con las benéficas consecuencias de, primero, hacer que nos sintiéramos bastante más optimistas y, segundo y hasta una nueva subida de la fiebre, nos devolvió parte del apetito perdido.
 
No sé, pero parece que esta gripe es más dura de pelar que la de otros años, le cuesta más irse de casa a buscarse la vida a otra parte. Encima, en lo que debe de ser un alarde de solidaridad que no estoy en condiciones de valorar como se merece, mi ordenador decide cargarse él también de virus, con lo que ambos nos damos un buen hartazgo de antivirus, orales los míos, cederrones los suyos. Siento no poder suministrarle a mi ordenador una sopita como la de arriba. Pero si son ustedes quienes empiezan a notar los síntomas de esta molestísima gripe 2003/04, pásense por el mercado antes de caer en cama, y háganse con los ingredientes necesarios para prepararse una buena provisión de esta sopa antigripal que da resultados tan satisfactorios, al menos moralmente. Que lo de curarse la gripe... ya saben: medicándose, como catorce días; sin medicarse, un par de semanitas. Se hacen más cortas, de verdad, con una buena sopa “de enfermito”. No, en serio: que esta gripe les ignore, amigos lectores.
 
 
© Agencia Efe
 


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