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ELECCIONES EN EEUU

George Superstar

Mientras los legisladores republicanos hacen ya planes para su nuevo rol de liderazgo en el Senado, tanto republicanos como demócratas coinciden en que el gran vencedor ha sido el presidente Bush, que ni siquiera era candidato.

Bush desafió el consejo de los expertos y las habituales burlas de sus detractores y se lanzó a un maratón electoral que lo llevó a varios estados en el mismo día, a pesar de las advertencias de los gurus televisivos de que con ello erosionaría su prestigio, haría perder credibilidad a sus advertencias contra Irak y sería contraproducente para los candidatos a quienes quería ayudar.

Los resultados dieron la razón a los instintos políticos de Bush y han hecho historia, pues hace cien años que un presidente, el republicano Teddy Roosevelt, vio cómo su partido ganaba la mayoría en una de las cámaras en unas elecciones a la mitad de su mandato. Bush se ha convertido así en la gran estrella de su partido, con una oportunidad única para reconsiderar su programa de gobierno y replantearse sus objetivos.

¿La revolución conservadora?

Antes de las elecciones, casi no se hablaba ya de la reforma fiscal que eliminaría los impuestos para millones de norteamericanos. Los expertos coincidían en que en la nueva legislatura nadie se atrevería a tocar la vaca sagrada de la seguridad social. Pero los resultados electorales dan una perspectiva nueva y quizá Bush se atreva a impulsar los cambios que acariciaba ya Ronald Reagan, cuya “revolución conservadora” quedó truncada por falta de apoyo legislativo.

La reforma fiscal que desean algunos republicanos eliminaría las diferencias porcentuales para sustituirlas por exenciones, de forma que bajo ciertos niveles de ingreso no se pagara nada, lo que automáticamente limita las contribuciones a las personas de elevados ingresos. Una fórmula barajada recientemente establecería un IVA, inexistente en Estados Unidos, y eliminaría totalmente los impuestos sobre la renta de las personas que ganan por debajo de los 50.000 dólares, 100.000 dólares para las parejas y, sobre estos límites, se reducirían de forma importante los porcentajes, pero también se eliminarían las exenciones.

Si esta idea parece revolucionaria, en realidad es un retorno al concepto original de hace casi 100 años, cuando se estableció el impuesto sobre la renta, con la idea de que tan solo lo pagara la gente rica, pero se ha extendido prácticamente a la totalidad del país porque el Congreso no ha ido reconociendo la erosión en el valor del dinero producida por la inflación. Es improbable que esta propuesta prospere, porque la mayoría republicana no es suficiente para bloquear las maniobras legislativas de los demócratas, que tratarán de impedirla porque consideran regresivos los impuestos sobre el consumo.

En cuanto a la seguridad social, los republicanos pueden cobrar ánimos del fracaso demócrata en espantar a los electores de que las modestas propuestas privatizadoras de Bush les iban a dejar sin jubilación. Lo cierto es que la gran mayoría de los jóvenes ven en las deducciones de seguridad social un impuesto más, del que no esperan beneficiarse en la vejez y prefieren tener control sobre estas prestaciones obligatorias.

La resaca demócrata

El desastre electoral del martes tuvo ya las primeras repercusiones antes de acabar los recuentos, cuando el líder saliente de la mayoría demócrata en el Senado, Tom Daschle, dijo que esperaba críticas a la gestión de los responsables del partido. Al día siguiente, las críticas empezaron a llover y el jefe de los congresistas demócratas Dick Gephardt hizo saber que tiraba la toalla y probablemente se dedicaría a preparar su candidatura presidencial para 2004.

Ahora, los demócratas pasarán por una época de divisiones y enfrentamientos y lo más probable es que culpen a sus líderes por su temor a enfrentarse a un presidente popular como Bush y traten de presentar una imagen contraria a la republicana, lo que probablemente les hará girar hacia la izquierda, con la consiguiente polarización de la política norteamericana, un agrio debate público y una tono más duro para la campaña presidencial de 2004 que empezó al cerrar las urnas el martes.

El perfil de Bush

El presidente estuvo callado después de las elecciones y los norteamericanos tan solo vieron celebrar la victoria a la familia Bush en Florida, cuando el hermano Jeb Bush se convirtió en el primer gobernador republicano reelegido en este estado.

No era hora de fanfarronear ni de decir, como tantas otras veces, que los expertos le habían infravalorado. De nuevo, el supuesto tontorrón de la familia Bush que llegó a gobernador de Texas a pesar de las burlas de sus rivales demócratas y a presidente de los Estados Unidos cuando el mundo entero se burlaba de su ignorancia y errores de pronunciación, había conseguido lo que ni se atrevían a soñar los republicanos más optimistas.

Al ocupante de la Casa Blanca no solo lo miden sus compatriotas, sino el mundo entero y Bush tiene que concentrarse ahora en la recuperación económica del país y en el encaje de bolillos del Oriente Próximo. Está por ver si sus declaraciones contra Irak eran retórica electoral o si dará ahora el máximo espacio posible a la diplomacia, para obligar a Bagdad a desarmarse sin necesidad de una guerra. La clave está en la nueva ofensiva ante la ONU para conseguir una resolución contra Irak. Depende también de cuánto se pueda convencer a Saddam Hussein de que la alternativa a desarmarse es un ataque más devastador que el sufrido a cargo de la primera edición de un presidente Bush.


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