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CURIOSIDADES DE LA CIENCIA

La ciencia de la mentira

El ser humano es embustero por naturaleza; de hecho, la naturaleza nos ha hecho mentirosos por necesidad, hasta el extremo de formar parte inextricablemente de nuestra personalidad. Durante siglos, eruditos, filósofos y éticos han debatido e investigado sobre la capacidad de mentir del ser humano.

El ser humano es embustero por naturaleza; de hecho, la naturaleza nos ha hecho mentirosos por necesidad, hasta el extremo de formar parte inextricablemente de nuestra personalidad. Durante siglos, eruditos, filósofos y éticos han debatido e investigado sobre la capacidad de mentir del ser humano.
Ahora, los científicos, armados con tecnología médica de vanguardia, se zambullen en nuestra intimidad cerebral para buscar la sede neurológica de los bulos y, de este modo, desarrollar ingenios capaces de desenmascarar a los estafadores, los terroristas y los mentirosos patológicos.
 
La mentira es una conducta de supervivencia que hemos heredado de nuestros antepasados y que compartimos con las demás criaturas que pueblan la Tierra. Hasta el organismo más simple, saco de una bacteria o un protozoo recurre a la filfa para cazar y no ser cazado. La naturaleza está plagada de criaturas que para sobrevivir exageran, engañan, confunden, camuflan, tergiversan, manipulan y mienten. Incluso los bellos pétalos de una orquídea son un añagaza: por ejemplo, la orquídea Ophrys insectifera adopta los colores de una abeja para atraerla y servirse de ella para la polinización. Pero la mentira alcanza su máxima expresión y complejidad en el ser humano. Mientras que en el animal, casi siempre instintiva, en el hombre es premeditada. El objetivo que se persigue con el embuste sólo es eficaz cuando no es detectado por el engañado.
 
El ser humano ha aprendido como nadie a disimular el engaño en tal grado que a veces resulta casi imposible detectarlo. Es por ello que la para la ciencia, sobre todo la forense, constituye un reto. Las técnicas de detección de mentiras son cada vez más necesarias. Compañías de seguros, jueces, policías y departamentos de personal están interesados en saber quién dice la verdad. Lo tienen muy difícil. Para dar caza al farsante, los psicólogos forenses cuentan con un arsenal de herramientas para intentar cogerle in fraganti. Existen, por ejemplo, tests de testimonios que facilitan la aparición de contradicciones en una declaración. El más utilizado es el Minnesota Multifasic Personality Invenary (MMPI), que se compone de casi 600 preguntas. Pero no son infalibles, como tampoco lo es su alternativa tecnológica, el polígrafo o detector de mentiras, que en nuestro país no puede utilizarse como prueba judicial (sí se puede emplear en la selección de personal y otros ámbitos, siempre que sea con el consentimiento de ambas partes).
 
En Estados Unidos, donde se utilizaba de manera muy generalizada, ha sido motivo de duras críticas hacia su supuesta fiabilidad y su aplicación se ha restringido de manera llamativa, incluso en el ámbito policial: por ejemplo, en septiembre de 2003, los laboratorios de seguridad nuclear han reducido el número de test poligráficos que se practicaban de manera rutinaria de 20.000 a 4.500.
 
Concebido en 1915 por el psicólogo William Marston, conocido además por ser el creador del personaje de cómic Wonder Woman, el polígrafo mide los cambios en la transpiración corporal, la respiración, el pulso y la presión sanguínea durante una batería de preguntas que pueden responderse con un sí o un no. En teoría, cuando alguien miente e intenta ocultarlo, se producen una serie de cambios fisiológicos que son transcritos a las agujas del polígrafo.
 
La experiencia ha demostrado que hay muy buenos embusteros. Son los sofistas del polígrafo. Descartado e incluso prohibido en los tribunales, la máquina de la verdad busca un sustituto eficaz. La cosa no está fácil. Desde hace unos años, el neurocientífico Lawrence Farwell se pelea con sus colegas y los forenses para que reconozcan la precisión de su máquina cazadora de mentirosos, el Brain Fingertrinting. El ingenio trabaja de la siguiente manera: a la persona sospechosa de estar mintiendo se le coloca en el cuero cabelludo una serie de electrodos que registra su actividad cerebral mientras se le muestra una secuencia de imágenes y palabras en un monitor que hacen referencia a la escena del delito y que incluyen datos que sólo la policía y el autor de los hechos conocen.
 
Así, si el arma empleada en un asesinato es una pistola, al sospechoso se le proyectan palabras como Uzi, Remigton y Luger. Si la persona sabe que el arma fue una Luger, al ver la palabra escrita su cerebro genera una respuesta, “una onda cerebral”, que será captada por los electrodos. La máquina cazatroleros se fundamenta en datos científicos. En concreto, se asienta en los llamados potenciales evocados o potenciales relacionados con acontecimientos (ERPs), que sólo pueden ser detectados por un ordenador. La ERP representa la respuesta de millones de neuronas a un estímulo o acontecimiento específico y, aunque se ha estudiado durante décadas, el proceso cognitivo que subyace aún no está muy claro.
 
Aún así, uno de las ondas más perseguidas en los registros de los ERPs es la denominada P300, que emerge en nuestra materia gris aproximadamente 300 milésimas de segundo después de enfrentarnos a un acontecimiento asombroso. Es la onda del factor sorpresa; cuanto más raro es el acontecimiento, más grande y notoria es la P300 , y viceversa. Es por ello por lo que algunos científicos han propuesto su empleo en la detección de mentiras. Los ensayos en laboratorio indican que la onda aparece en los registros tan grande como el Everest cuando alguien falta a la verdad. Farwell asegura en su página web http://www.brainwavescience.com/ que su máquina ha sido usada con éxito para que un asesino en serie admitiera su culpa tras ser arrestado y para exculpar a un hombre condenado a 25 años por un asesinato que nunca cometió. Animado por estos resultados, este neurólogo fundó en Seattle la compañía Brain Fingerprinting Laboratories, para comercializar la nueva tecnología.
 
No obstante, algunos investigadores desconfían de que la P300 sirva para atrapar sin ningún margen de error a los mentirosos, ya que, como advierte el psicofisiólogo Peter Rosenfeld, de la Northwestern University, en Evanston (Illinois), esta onda ofrece información sobre el reconocimiento y, por tanto, la manera en que un individuo recuerda un evento es crucial. ¿Cómo cambia el recuerdo de un acto criminal a lo largo del tiempo? ¿Nuestra memoria trabaja de la misma manera en situaciones de estrés o bajo los efectos de una droga o fármaco? ¿Los psicópatas tienen una P300 normal? ¿Se puede manipular mentalmente esta onda? Éstas son algunas preguntas que los expertos más cautos le hacen a Farwell, que no por ello ha tirado la toalla.
 
Otro investigador, Daniel Langleben, un psiquiatra de la Universidad de Pennsylvania, no se fía de las ondas y previere explorar el cerebro en busca de las regiones que se activan o desactivan cuando mentimos. Para conseguirlo ha echado mano de una nueva tecnología de imagen médica que se conoce como resonancia magnética funcional (fMRI). Este sistema de exploración corporal permite a los científicos ver en directo las zonas del cerebro que alteran su actividad metabólica ante un estímulo. La investigación del doctor Langleben y su equipo todavía se halla en la fase inicial y de momento ha conectado a unos voluntarios para que mientan mientras la (fMRI) registra su respuesta cerebral. Otros sistemas que se están ensayando se salen del cerebro para detectar la mentira a partir de ciertas respuestas fisiológicas, como son los movimientos oculares y la circulación sanguínea.
 
Recientes investigaciones apuntan que nuestros ojos invierten menos tiempo en "escanear" los objetos conocidos. Así, si a un terrorista se le muestra una imagen conocida o familiar, su ojo tardará menos tiempo en reconocerla que si le fuera completamente nueva. La diferencia entre las dos situaciones es de milisegundos, pero se puede captar. Algunos laboratorios ya han desarrollado un prototipo capaz de registrar el movimiento ocular. Por último, las firmas DoPDI y Honeywell Laboratories, en Minneapolis, están poniendo a punto un láser de infrarrojos que registra los sutiles cambios en el flujo capilar del rostro cuando reaccionamos ante una situación de estrés, como puede ser una imagen o una palabra comprometidas. Es probable que el primer prototipo se empiece a utilizar de forma experimental en una embajada de EE UU.
 
Visto esto, los mentirosos lo tienen cada vez más difícil. Quizá en un futuro no muy lejano, dispongamos de detectores de mentira de bolsillo que podamos aplicar a nuestros hijos e incluso a nuestra pareja. ¿Y se imaginan un debate televisado entre dos líderes políticos conectados a una infalible máquina de la verdad?
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