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DESDE GEORGETOWN

La molestia

En la casa en la que vivo en Georgetown vive también un mapache. No vive en la casa, claro, pero por las noches se pasea por los patios o los jardines traseros de la manzana. Los mapaches son portadores de la rabia y se aconseja vivamente no acercarse a ellos. La niña de la casa quiere matarlo, pero los adultos se oponen a una medida tan… republicana. En resumen, los mapaches son una molestia aceptable.

En la casa en la que vivo en Georgetown vive también un mapache. No vive en la casa, claro, pero por las noches se pasea por los patios o los jardines traseros de la manzana. Los mapaches son portadores de la rabia y se aconseja vivamente no acercarse a ellos. La niña de la casa quiere matarlo, pero los adultos se oponen a una medida tan… republicana. En resumen, los mapaches son una molestia aceptable.
No lo fue, según lo que se suele contar, el metro. En el idílico barrio de Georgetown, con sus ardillas, sus mansiones y sus maravillosos jardines, no hay metro. Lo hay en todos los barrios de Washington, menos aquí. Hay quien dice que era demasiado caro abrir una estación en un barrio tan peculiar y relativamente poco poblado. Otra versión es que los propios residentes de Georgetown, tan demócratas y progresistas como son, se negaron a que se abriera en su vecindario una boca de metro. Vale con los mapaches, pero eso de tener cerca al populacho que circula en metro, ¡ni hablar! Las molestias, lo más lejos posible.
 
Esta semana los republicanos se han dedicado a vapulear a Kerry por haber dicho que el terrorismo es una "molestia" con la que habrá que acostumbrarse a vivir, como la prostitución o el juego ilegal. La avalancha de críticas la facilitó el propio Kerry, que utilizó, para referirse a la "molestia", una palabra de origen francés, "nuisance", que apura exactamente el matiz aristocrático y elitista que este millonario con casa abierta en Georgetown da a su militancia progresista.
 
La verdad es que en un largo reportaje aparecido en la revista dominical de The New York Times y titulado Kerry’s Undeclared War ("La guerra no declarada de Kerry"), Kerry decía lo siguiente: "Tenemos que volver al punto en el que estábamos antes [del 11S], cuando los terroristas no eran el centro de nuestras vidas, sino una molestia [a nuisance]. Como antiguo agente de la ley, sé que nunca acabaremos con la prostitución. Nunca acabaremos con el juego ilegal. Pero vamos a reducir al crimen organizado a un nivel en el que no esté en primer plano".
 
La idea y la expresión es arriesgada de por sí. Lo es más aún en el contexto en el que va situada, porque el autor del reportaje no se limita a recogerla tal cual, pero intenta además teorizar la posición de Kerry en el contexto general de la situación abierta por los ataques del 11 S.
 
El autor, efectivamente, se esfuerza por rebatir el argumento según el cual la administración Bush y quienes han apoyado la intervención en Irak son unos idealistas o unos ideólogos irremediables, mientras que quienes la condenan, entre otras razones porque no ven la posibilidad de democratizar nunca un país como Irak, son unos pesimistas incurables.
 
Para el autor del reportaje de The New York Times, es al revés. Es Bush y su administración quienes han postulado que Estados Unidos está en guerra. Es Bush quien ha hablado en varias ocasiones de una guerra interminable, que durará por lo menos una generación. Y es Bush quien se inspira para articular su argumentación en una posición propia de la guerra fría, atacando a Estados, como Irak, y no centrando el esfuerzo en la persecución de los terroristas y en la consecución de alianzas internacionales que permitirían lo que en términos médicos, y en particular en el tratamiento de adicciones, se llama "limitación de daños". El supuesto realismo de Kerry se convierte así en optimismo, frente a la tonalidad trágica del conflicto tal como lo pinta Bush.
 
El razonamiento es ingenioso porque da la vuelta a los argumentos que se están manejando acerca de la naturaleza del conflicto, pero resulta demasiado sofisticado. De hecho, una de las principales objeciones que se le puede poner es la trayectoria del propio Kerry. Kerry ha oscilado, sin saber a qué atenerse, entre el postulado máximo del progresismo –la guerra contra el terrorismo no es tal y estamos en guerra sólo porque Bush y su administración así lo han querido-, y el postulado máximo de la propuesta conservadora, según el cual el terrorismo, como otros enemigos que antes han declarado la guerra a Estados Unidos, puede y debe ser vencido.
 
En el fondo, la querencia de Kerry le lleva al primero. Debe de estar arrepentido de haber votado a favor de la intervención en Irak. Estuvo en contra de la guerra de Vietnam, en contra del aumento de los presupuestos militares frente a la amenaza soviética y en contra de la Guerra del Golfo. No cree en las soluciones de fuerza y no cree en esta guerra, como no cree que el terrorismo pueda ser vencido.
 
Votó sí a la intervención en Irak porque en aquel momento no tuvo valor para sostener en público su convicción de que aquello era un error. Él mismo declara en el reportaje de The New York Times que el 11 S no le cambió su forma de comprender el mundo.
 
La confesión sorprende al autor del reportaje, pero es perfectamente coherente con una visión del mundo en la que el terrorismo es algo con lo que tenemos que resignarnos a vivir. El reportaje aclara definitivamente que un argumento fundamental de su campaña es, en realidad, que hay que borrar el 11 S y recuperar aquella vida en la que, como dice el autor del reportaje, "todo este horror –los aviones estrellados contra los edificios, la ansiedad sobre los terroristas suicidas y los ataques químicos en el metro- podía ser refrenado de un modo u otro, y apenas teníamos por qué tenerlo en cuenta".
 
Kerry, tan angelical, quiere hacer con el terrorismo exactamente lo mismo que sus vecinos de Georgetown hicieron con el metro. Ya que no lo pudieron evitar, que esté lo más lejos posible. Con tal de que el terrorismo se quede en el País Vasco, en Argelia, en Sudán… Da igual, lo importante es que no moleste. (Thomas Friedman, un columnista de The New York Times, ha salido en defensa de Kerry acusando a Bush de "adicto al terrorismo" y de politizar el 11 S. Los españoles conocemos bien estos argumentos y a lo que han llevado en el País Vasco.)
 
Un deconstructivista derridiano añadiría que en la entrevista se advierte perfectamente que Kerry está a punto de exclamar, con mucha clase sin duda, como quien habla de un antiguo mayordomo ya jubilado, algo así como: "¡Con lo bien que se le daban a Sadam Hussein estas cosas tan molestas!"
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