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EL ESPAÑOL EN CATALUÑA

La muerte más estúpida

No hay ningún hecho relevante de la vida cotidiana que induzca a pensar a un ciudadano de Cataluña que el castellano se haya convertido por obra y gracia de la política nacionalista o de la tendencia de los nuevos tiempos en un elemento irrelevante.

El azar de la Historia lleva en algunas ocasiones a hacer convivir dos o más lenguas en un mismo territorio, como en Cataluña. A los que somos ciudadanos de Cataluña de lengua materna castellana parece lógico que nos preocupe su futuro, independientemente de las teorías del catalanismo sobre la legitimidad de una y otra lengua. A pesar de estas teorías, aún en el caso de que aceptáramos (que a la luz de una interpretación natural de la Historia no aceptamos) su tesis de que la única razón por la que el castellano existe en Cataluña es por la agresión del régimen franquista a la personalidad de Cataluña al provocar una inmigración masiva desde el resto de España, tendríamos que decir que un individuo nacido de una violación mantiene intacto su instinto de supervivencia y nunca aceptaría ser liquidado por consideración a teoría alguna sobre las circunstancias de su nacimiento. De la misma manera, más aún si sabemos que no existe ninguna culpa que redimir, los ciudadanos de Cataluña de lengua castellana estamos en nuestro derecho de reflexionar sobre su futuro y promover su supervivencia en la tierra donde vivimos y trabajamos.

La lógica dice que en caso de coexistencia de dos lenguas, si se da el caso de que una de ellas entre en recesión o se coloque al borde de la desaparición tiene que ser porque ha perdido su utilidad o su importancia, porque la cantidad de información a la que se accede o la cantidad de personas con las que comunicarse es menor que en la otra. Pero en Cataluña, a pesar de la política lingüística que ha convertido la cooficialidad del castellano en papel mojado, especialmente en la enseñanza, el poder del gobierno autonómico no es ilimitado, y la prensa, la literatura técnica y muchos otros ámbitos de primerísima importancia que no están controlados políticamente, siguen estando ocupados mayoritariamente por el castellano. No hay ningún hecho relevante de la vida cotidiana que induzca a pensar a un ciudadano de Cataluña que el castellano se haya convertido por obra y gracia de la política nacionalista o de la tendencia de los nuevos tiempos en un elemento irrelevante. Mucho menos debería ocurrir entre la gente castellanohablante, que a esa percepción deberían añadir la fidelidad natural a su lengua.

Sin embargo, la muerte del castellano en Cataluña, hoy por hoy, se puede considerar una muerte anunciada. ¿Por qué? Pues muy simple: por moda. Se ha impuesto la moda de evitar a toda costa hablar a los niños en castellano. Los niños, crecen así aceptando que la lengua de sus padres es algo que les resulta ajeno y no deben invertir ningún esfuerzo por asimilar. Hoy en día, los niños tienen toda su vida social organizada en catalán. Un catalán hablado por los propios padres, aparte de por los profesores de escuela o monitores de colonias, salidos de la sociedad en la que viven, que en el área metropolitana de Barcelona es mayoritariamente castellanohablante. Por tanto, un catalán mecánico, pobre, infantil, algo que va dando bandazos entre lo cómico y lo chabacano. Así de simple y así de tonto. Un caso de papanatismo único en el mundo.

Pero si esto es algo que realmente nos preocupa, de poco sirve la pose llorica de echarle la culpa al nacionalismo. (Mucho menos los titánicos esfuerzos que a veces observa uno por demostrar que el artículo X, párrafo Z, de la ley de normalización lingüística contravienen no sé qué principios jurídicos). Algo útil habrá que hacer si no queremos contemplar una nueva Filipinas del idioma español.

Cuando se quiere solucionar un problema, no hay otra vía que interpretar la relación causa-efecto que lo ha provocado, abordando el tema con humildad intelectual. Y en este caso, reconocer un elemento fundamental que explica parte de este problema (y de paso, el problema político de España de los nacionalismos). Ese elemento es la sensación de que los que hablan en catalán forma un grupo selecto entre el conjunto de los españoles.

No es cuestión de analizar ahora las causas de esa percepción, lo que hay de verdad o de sugestión, aunque no puedo evitar el mencionar algunos puntos muy sangrantes que sin ninguna duda la provocan, como la mediocridad de la clase política de vocación española o la vulgaridad de buena parte la televisión que se ve en castellano. Y dentro del propio fenómeno televisivo, la profusión con la que se presenta en muchos programas a la gente que habla español como gente simplicísima, que sólo sabe hablar sobre las cuestiones afectivas más elementales, ajena a cualquier tema que requiera un mínimo de elaboración intelectual o de preparación. La televisión autonómica, por contra, bien que se cuida de no transmitir esa imagen de costumbrismo barato para los que hablan en catalán.

En mi opinión, si queremos evitar esta muerte que se cierne sobre nuestro idioma, la que le están dando unos padres de familia tan castellanohablantes como cualquier señor de Murcia pero que evitan que sus hijos aprendan su propia lengua por la ilusión de ingresarlos en una casta superior o por pura estupidez, tenemos que invertir estas tendencias, metiéndonos de lleno en el terreno de la sociología, como llevan décadas haciendo los nacionalistas. No hay otra salida que hacer un esfuerzo colectivo de crear una sociedad hispanohablante con cultura, con iniciativa, con preparación profesional y con buen nivel socio-económico. ¿Podemos? Si no podemos, iremos contemplando en los próximos 10 ó 20 años la muerte de nuestra lengua, la muerte más estúpida, porque se la habremos procurado nosotros mismos y sin motivo.


José Miguel Velasco es presidente de Acción Cultural Miguel de Cervantes.

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