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LAS LANZAS DE POLANCO

La rendición de Tres Cantos

Tres siglos y setenta y siete años después, la crónica pictórica de Velázquez inspira otra composición, esta vez contemporánea, y el relato de otra batalla. Noviembre de 2002... arriadas ya las banderas y entregadas las enseñas políticas, el Gobierno urdía el último paso: la Rendición de Tres Cantos.

Felipe IV fue conciso: “Marqués, tomad Breda. Yo, el rey”. La orden la recibía el marqués de Spínola. Fue una campaña corta. En 1625, el holandés Justino Nassau entregaba las llaves de la ciudad al noble guerrero. Era la rendición de Breda. Dicen los críticos que Velázquez pretendía reflejar la hidalguía española en la que el vencedor evita la humillación del vencido impidiéndole que se arrodille. Aunque en este caso era un genovés el elegido para representarla.

En nuestro humilde homenaje al pintor nos hemos permitido incluir dos notables diferencias. El derrotado no ofrece la llave de Breda al vencedor, sino la tarjeta decodificadora del futuro monopolio de la televisión de pago. Se entrega la llave de Vía Digital. Asimismo, el particular Spínola —don Jesús Polanco, salvando las distancias— no evita la genuflexión y humillación de un Justino que es Aznar. El cántabro permanece erguido y se jacta de su triunfo. En la Rendición de Tres Cantos cambian los personajes, pero la esencia es la misma. El humeante final de una guerra, la digital.

Si para el escenario final del combate Tres Cantos ha sido el lugar escogido —por ser este el nuevo centro del imperio polanquil—, el inicio del conflicto debe llevarnos a la Nochebuena de 1996. Fue en esa fecha cuando comenzó a librarse una guerra entre los caballeros de Aznar y los aliados de Prisa. Entonces, ni Polanco ni Asensio podían sospechar que tras seis años de dura y amarga batalla, el final de la misma daría como resultado una situación exacta a la que ellos pactaron entonces. Cuán inútil campaña. Polanco sería el dueño de la televisión de pago en España. Y es que, al contrario que Felipe IV, Aznar siempre eligió mal a los generales que enviaba para enfrentar sus naves contra Prisa. Uno tras otro, o fracasaban o le traicionaban.

De todas las réplicas de Polanco que se inventó Aznar para ganar esta guerra (Lara, Fernández Cuesta, ...) la que peor le salió fue, precisamente, la de su compañero de pupitre Juan Villalonga. Tras la insolente traición de Asensio, en su refugio invernal de Baqueira Beret el presidente confió la venganza a sus dos nuevos mariscales de campo: Álvarez Cascos en lo político y Villalonga en lo mediático. Pero, una vez más, Aznar volvió a escoger mal a sus aliados. No se cumplían dos años de la conjura de Asensio cuando —en julio de 1998— Villalonga, a espaldas de su amigo de la infancia, pactaba con Polanco la rendición a cambio de protección político-mediática. La historia volvía a repetirse, pero el marido de doña Ana Botella no aprendió la lección. Parece ser que tras el fracaso con sus compatriotas, Aznar vuelve a soñar con Felipe IV, poniendo su ejército en manos del nativo italiano, Silvio Berlusconi. Y como buena alianza entre reinos, se selló con fastuosa boda. A escasos metros de la tumba del Austria, en el monasterio de El Escorial, Aznar casó a su hija con el ahijado político de “Il Cavaliere”, Alejandro Agag. Una nueva contienda mediática surgió entonces y ya se pueden sacar las primeras consecuencias. Las “mama chicho”, mujeres alegres de tropical encanto, volverán a hacer bailar sus plumas de marabú en los platós de Telecinco.

Las bajas en esta guerra han sido cuantiosas en ambos frentes. Aunque el imperio Sogecable fue el primero en notar en sus arcas las consecuencias del combate, consiguió permanecer en la lucha gracias a que se aseguró inmunidad judicial al cundir el ejemplo del tormento al que sometió al juez Javier Gómez de Liaño. Fue entonces cuando Polanco pudo presumir de su ejército. “Tengo más abogados que periodistas”, advirtió. Abogados y jueces generales, como Tegucigalpa, traído del Nuevo Mundo y puesto al supremo servicio imperial. Para la mayoría fue suficiente: don Jesús se tornaba intocable. Pero, visto el desenlace de la historia, la más perjudicada ha sido la fortaleza de Telefónica, escudo y amparo de Aznar en tan cruenta batalla. Tiró por la borda 1.200 millones de euros para mantener a flote Vía Digital. Seis años más tarde, las tropas de Alierta han decidido que es el momento de tocar retirada. Ya está bien de luchar por otros en una guerra que tiene al vencedor elegido.

Ahora, con la abdicación de Aznar a las puertas, el presidente y sus sucesores han decidido pactar una rendición con inexplicable propósito. Porque al contrario que Spínola, Polanco, sin hidalguía, se regodea en la humillación de un vencido Aznar, mientras con la mirada reta a su guarnición. “Cebrián, tomad Tres Cantos. Yo, el emperador”.

Parte final de guerra

Abordadas y quemadas las naves de la radiofónica Antena 3, firmado el salvoconducto de monopolio perfecto para el nuevo dios Mercurio y enterradas las promesas políticas que aplaudieron diez millones de cansados españoles, el Gobierno arría las banderas. La guerra ha terminado. Tres Cantos, 29 de noviembre de 2002. Año de la rendición.

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