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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

La seda de las monas

Gerald Brenan, en su libro El laberinto español, cuenta cómo, a finales del siglo XIX, en Andalucía misioneros protestantes se entrevistaron con grupos anarcosindicalistas, precursores de la futura CNT, que, respondiendo a sus intentos de evangelización, declararon: “Si nosotros no creemos en la única y verdadera Iglesia, la Iglesia Católica, ¿cómo vamos a creer en las absurdas sectas extranjeras?”.

Gerald Brenan, en su libro El laberinto español, cuenta cómo, a finales del siglo XIX, en Andalucía misioneros protestantes se entrevistaron con grupos anarcosindicalistas, precursores de la futura CNT, que, respondiendo a sus intentos de evangelización, declararon: “Si nosotros no creemos en la única y verdadera Iglesia, la Iglesia Católica, ¿cómo vamos a creer en las absurdas sectas extranjeras?”.
El alcalde de San Francisco celebrando una boda gay.
Pues a mí me ocurre algo parecido: si no "creo" en el único y verdadero matrimonio, ¿cómo voy a creer en su soez caricatura, el matrimonio gay? (El hecho de que me haya casado dos veces, por lo civil, demuestra sencillamente el absoluto dominio de las mujeres sobre nuestras vidas). La homosexualidad es algo que supera ampliamente el fenómeno de moda de estos matrimonios; la homosexualidad existe desde que el mundo existe, y, tolerada o reprimida, nunca ha cesado de existir. Considerando que se trata ante todo de una cuestión privada, respetable como otras cuestiones privadas, no pretendo sentar cátedra de nada, sólo dar un punto de vista personal, basado en algunas evidencias.
 
Dígase lo que se diga, la sexualidad homosexual es diferente (todo es relativo, y los cuerpos humanos son lo que son); ni mejor ni peor: diferente. Más placentera para algunos, menos para otros, no es exactamente lo mismo. Con la burocratización de las sociedades y de las mentes, algunas minorías activas, sindicatos y asociaciones militantes, han querido, a la vez, reivindicar esta diferencia y negarla, ser diferentes e iguales, incluso un poco más iguales que los demás, como los cerdos de Orwell. Y al hacerlo, tan burda y ruidosamente, han sido los primeros en pisotear el secreto encanto que pueda tener esa diferencia, sacándola de la esfera privada, convirtiéndola en programa político, exigiendo, entre otras cosas, matrimonio, como los demás, e hijos, como los demás.
 
Dicho sea de paso, como el "orden natural" también es lo que es, las parejas homosexuales, casadas o no, no pueden tener hijos y los roban. Y eso no, no se trata del libre albedrío de adultos, sino de hurto de niños, y aunque sea legal es inaceptable.
 
Sigmund Freud.Como la mentalidad y la práctica burocráticas lo uniforman y clasifican todo, lo reducen todo, esta supuesta y grotesca "modernidad" (que ya existió en la decadencia del Imperio romano) se olvida de una verdad de Perogrullo: como ya analizó Freud, y la experiencia demuestra desde hace siglos, algo de homosexualidad tenemos todos, consciente o inconscientemente. La mayoría de los clientes de los prostitutos varones (no pongo "machos", por si las moscas) son padres de familia, millones de personas a través de los siglos y los mundos han sido ocasionalmente homosexuales: en las cárceles, durante la mili, internos en colegios y pensiones, y en muchas otras ocasiones; y lo mismo chicos que chicas, jóvenes o ancianos. ¿En qué sector de sus archivos burocráticos van a clasificar sus señorías estas experiencias ocasionales de homosexualidad?
 
Además de constituir una grotesca caricatura del matrimonio tradicional y la negación de la diferencia, estos matrimonios gay constituyen, voluntaria o inconscientemente, un sacrilegio. Y no sólo para la Iglesia católica –y es lógico que reaccione–: otras religiones también consideran los matrimonios como sacramentos.
 
No es que a mí, personalmente, me inmute, ni pienso que haya que exorbitar las cosas, porque los matrimonios homosexuales constituyen un fenómeno pasajero, artificial y demagógicamente exaltado para ocultar la ausencia de ideas, de proyectos, de política. En Holanda, país con otra tradición, digamos cultural, que la nuestra, en donde dichos matrimonios se permitieron antes, después de los primeros, celebrados a bombo y platillo mediáticos, los siguientes fueron tan discretos como poco frecuentes. Los homosexuales apenas se casan, sin que por ello disminuya la homosexualidad, ni las parejas de hecho. Mucho ruido y pocas nueces.
 
Pero este barullo en torno al matrimonio gay esconde, en realidad, algo mucho más siniestro y generalizado: la voluntad socialburócrata de que el Estado controle y dirija todo: la política, la economía, la cultura, la sanidad, los transportes, el ocio, los placeres, la sexualidad y la familia; todo: desde el precio de los libros hasta los polvos. ¿Cómo se atreven ciertas asociaciones a exigir de los gobiernos que se ocupen más de las familias? ¡Que no se metan!
 
José Luis Rodríguez Zapatero.Por ello, y con leninista unanimidad, todos los plumíferos del poder han dedicado estos días sus columnas a exaltar la modernidad revolucionaria de las bodas gay. Incluso acostumbrados a la férrea disciplina de los asalariados del Imperio Polanco, dicha unanimidad, tratándose de estos falsos matrimonios, resultó apabullante. Hasta el infeliz de Josep Ramoneda, en sus torpes intentos de hacer méritos, imitando al profesor Moriarty, soltó la suya. Y no sólo aprovechó para atacar al PP, para eso le pagan, sino que se permitió ciertas alusiones críticas con el PSOE, para que la figura indómita de Rodríguez Z. apareciera engrandecida, un Jefe y su pueblo, un caudillo de leyenda, un jinete solitario al atardecer, el Cid de las cucarachas. Una mierda en verso.
 
En el caso particular de España, que no es la URSS, ni Camboya, ni siquiera otras socialburocracias europeas, si resulta apabullante la voluntad de intromisión burocrática del poder en todos los sectores, hasta los más privados, de la sociedad, al mismo tiempo ese mismo poder renuncia estrepitosamente a los deberes esenciales y tradicionales de todo Estado civilizado: la unidad y la seguridad, interior y exterior, de la nación. Ya se trate de la merienda de negros sobre el estatuto catalán, de la negociación sin negociaciones con ETA, de las componendas cobardes con el terrorismo nacional e internacional, el Gobierno actual renuncia a todos sus deberes, sustituye la acción por la pandereta, cuando no se carga, entre muchas otras cosas, la educación y la cultura. Toda su acción en el exterior se limita a sus carantoñas a los tiranos Castro y Chávez.
 
España, su unidad, su futuro, peligran, y el Rey no dice nada. Si está constitucionalmente al margen de la vida de los partidos y de las elecciones, por ejemplo, constitucionalmente su obligación es defender la unidad de la nación: ésta peligra y no dice nada.
 
¿Está de acuerdo con el dúo Maragall/Carod: la nación catalana es constitucional? Pues que lo diga. ¿Está de acuerdo con el chantaje de ETA, que a la versión oficial zapaterista, partidaria de negociar con ETA "después de que depositen las armas", responde poniendo por doquier bombas "que no matan" pero que mañana podrán volver a matar, porque son ellos los que imponen sus condiciones, y si se negocia será como ellos quieran, y las armas las tienen y las guardan?
 
Supongo que el Rey no puede aceptar ese chantaje. Pues que lo diga. Y más vale antes que después; después puede ser demasiado tarde. La noche del "tejerazo" habló, lo recuerda todo el mundo. Pues estamos ante un nuevo tipo de "tejerazo", también peligroso. Hay que hablar.
 
No sé por qué estos temas me resultan más importantes que las bodas gay.
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